Este artículo se publicó hace 7 años.
Álex de la Iglesia: “Lo grotesco es lo único que sirve hoy para hablar de la realidad”
Álex de la Iglesia presenta en ‘El bar’ un mundo de individuos en “constante hostilidad”, que ha construido sobre referencias muy dispares, desde Dante, Poe y Goya, hasta Konchalovsky, Mercero o Astérix y Obélix.
Madrid-Actualizado a
MADRID.- Álex de la Iglesia -más Álex de la Iglesia que nunca, según él mismo dice- se ha jubilado del mundo de las apariencias y en su nueva etapa, que estrena con la película El bar, ha desvelado en público su auténtica naturaleza nihilista y negra. Liberado de diplomacias y disimulos, se descubre como un hombre que cree “en el nihilismo alegre, no paralizante” y que reconoce que lo que más le gusta son “dos tipos enterrados hasta la cintura dándose garrotazos o un señor comiéndose a un niño”. “Si todo es tan incierto, por lo menos pongámosle música”.
Lo grotesco es lo único que sirve hoy para hablar de la realidad. Todo lo demás es farsa y miedo”, sentencia el cineasta, que se ha encerrado con sus personajes en un espacio de realidad desde la que descienden hacia el infierno. De la Iglesia retrata individuos feos y desesperados, a los que les cuesta identificar el verdadero origen de la amenaza. Ellos forman un microcosmos que nace de la vida misma. En realidad, de los desayunos en el popular bar El Palentino de Malasaña, donde Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaecheverría han descubierto a sus protagonistas y algunos de los momentos de su historia.
Mario Casas, Blanca Suárez, Secun de la Rosa, Terele Pávez, Carmen Machi, Jaime Ordóñez… son en la ficción las personas que se encuentran en este bar de barrio a la hora del desayuno. El primero que sale a la calle recibe un tiro y muere. Un barrendero abandona su café y sale a ayudarle. También le matan. Lo que comienza como una amenaza desde el exterior se va acercando mucho más de lo que todos podrían imaginar. El mal se instala entre ellos.
‘El bar’ presenta un mundo en el que todos sospechamos de todos, ¿usted lo siente así? ¿recela de los demás?
Sí, hay una hostilidad constante. Y lo que más me preocupa es darme cuenta de que yo también soy así. Nadie es capaz de llegar a un acuerdo con otro, lo único que pensamos es que hay que sobrevivir. Parece que la supervivencia está por encima de todo. La solución sería llegar a acuerdos, pero eso es imposible porque creemos que el otro es un ejemplo de equivocación, de error, es lo que uno no quiere ser.
¿Eso no es muy arrogante?
Claro, valoramos mucho lo de mantenernos fiel a nuestras ideas, eso de ‘yo no cambio nunca’. Y para llegar a algún acuerdo hay que reconocer que uno está equivocado a veces. Pero, no, cuando uno habla, lo hace porque es el Mesías. Crecer y vivir significa cambiar de opinión. Eso es el aprendizaje, ir creciendo.
Muchas veces el ‘otro’ no es lo que parece.
Tendemos a cosificar a las personas. Los pobres de la calle antes han tenido otra vida, un pasado. Por otro lado, son los más idóneos para sobrevivir porque se han hecho al caos.
¿Antes de la sospecha está el miedo?
Sí. El miedo es el principal enemigo de todos. Es lo que nos paraliza. Lo que nos obliga a retroceder, lo que nos empuja al odio. Si introduces el miedo en la sociedad, la dominas.
Los personajes de ‘El bar’ viven también su proceso…
Al principio piensan que hay un malo fuera. Luego se dan cuentan de que lo mismo no está fuera, sino dentro. Ahí surge el punto de desconfianza y el miedo. Y al final saben que el mal está dentro de ellos, el malo eres tú mismo. Y se produce esa situación de estar en paz, pero ‘por si acaso, voy a provocar yo la guerra’.
¿Se ha olvidado aquí del momento en que parece que es la policía el enemigo?
Eso es el reflejo de esa sensación que tenemos de que no nos podemos fiar del sistema y de todos somos sacrificables.
Ya lo ha hecho antes, encerrar a los personajes en un espacio. ¿De dónde viene esta obsesión?
La cabina (Antonio Mercero, 1972) siempre está ahí, esa película cambió mi cerebro. Era una película de terror que demostraba la posibilidad de hacer gran cine tremendamente español y con pocos medios.
En ‘El bar’ hay niveles, ¿el Paraíso, el Purgatorio y el Infierno de la ‘Divina comedia’?
Los personajes de la película van avanzando hacia abajo. El bar es la vida real y el infierno son ellos mismos.
También hay algo de ‘La máscara de la muerte roja’ de Poe. ¿Qué es aquí la peste?
El miedo. Es el virus que nos come por dentro, nos provoca una sensación de inestabilidad. El miedo hace que no podamos creer en las personas, en los partidos políticos, ni siquiera en nosotros mismos. Y no creer en nada hace que no encuentres solución a nada.
Todo esto está en la película, pero ¿usted personalmente siente todo esto o ha exagerado para la ficción?
Yo soy un nihilista. Pero creo en el nihilismo alegre, no paralizante. Si todo es tan incierto, por lo menos pongámosle música. Pienso en El combate de los jefes, de Astérix y Obélix. El druida Panorámix recibe un ‘menhirazo’ de Obélix y se vuelve loco. Hasta que se recupera se dedica a hacer pócimas absurdas. Cura a la gente, pero con lunares. Esa es la solución, a través de la locura podemos llegar a encontrar soluciones y convertir el sinsentido en arte.
Entonces, para usted ¿la vida es un sinsentido?
Y, además, vivimos una vida ficticia en la que pensamos que las cosas son estables. Todo es frágil como una cáscara de huevo, en un momento se descubre la realidad y nos vemos como cachorros en una madriguera.
Así que ¿lo grotesco que hay en ‘El bar’ sale de usted mismo, no es un ejercicio de género?
Cada vez soy más yo mismo. Tengo 50 años y no tengo por qué quedar bien con todo el mundo. Y sí, la verdad es que no me he planteado ser grotesco. En la escena en que se untan de aceite para pasar por el agujero, la necesidad de sobrevivir de los personajes es tanta que hacen el agujero más grande. Creo que es una metáfora bonita sobre la vida. Por otro lado, en el cine ya se había visto esto.
En El tren del infierno, de Andrei Konchalovsky, John Voight se pone grasa de cerdo y plástico de embalar para escapar. Lo que más me gusta es así. Dos tipos enterrados hasta la cintura dándose garrotazos o un señor comiéndose a un niño. Es lo que más mola del Prado.
Pero, volviendo a lo grotesco…
Lo grotesco es lo único que sirve hoy para hablar de la realidad. La única forma de hablar del mundo desde un punto de vista realista es lo grotesco. Todo lo demás es farsa y da miedo.
Ya tiene terminada otra película y está preparando una nueva, ¿no se permite parar?
Si te paras, te mueres. He rodado Perfectos desconocidos, un remake de Perfetti sconosciuti, de Paolo Genovese. Es una comedia, una cena entre cuatro parejas que se conocen de toda la vida.
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