Este artículo se publicó hace 9 años.
Crónica desquiciada y genial de los últimos días del Peace & Love
Paul Thomas Anderson reclama la promesa de paz y amor de los sesenta en Puro vicio. La película, primera adaptación al cine de una novela de Thomas Pynchon, es también la primera incursión en el cine negro del cineasta. Ejercicio de absoluta libertad consumado con la complicidad de Joaquin Phoenix
“Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz”, cantaba John Lennon en 1971, cuando el sueño hippy se iba definitivamente por el desagüe hacia un mar de consumismo, codicia, violencia y guerras. El lema de ‘Peace & Love’ quedaba solo para imprimirse en algunas camisetas, mientras miles de hombres morían en Camboya y en Vietnam. Eran los primeros años setenta, donde dos Américas se enfrentaban. Ahora, el cineasta Paul Thomas Anderson, cargado de melancolía por una época y un sentimiento que se esfumaron, y esquivando la rendición, reclama aquella “promesa nacional” desde su nueva película, Puro vicio, modelada justamente con el espíritu libre de quienes quisieron vivir en paz y amor.
Primera novela de Thomas Pynchon que se lleva al cine y primera película de Paul Thomas Anderson que se adentra en el ‘noir’, la película es una crónica deliberadamente desquiciada, que avanza envuelta en la paranoia de las drogas psicodélicas, en la bruma del cannabis, y que se convierte en la mejor experiencia cinematográfica de los últimos tiempos, un ‘viaje’ fascinante y neurótico, divertido y delirante, hipnótico, por momentos grave, un recorrido profundo bañado de cierta nostalgia por el destino de EE.UU. Gran película, memorable, absolutamente libre –no se la carguen intentando encajar todas las piezas de la trama-, genial. Y tan empapada de aquel espíritu de los sesenta, que desde sus códigos de libertad se hace fuerte y es imposible atraparla, se convierte en una nueva aventura cada vez que se ve, cada vez que se siente.
Se trata de la primera novela de Thomas Pynchon que se lleva al cine y primera película de Paul Thomas Anderson que se adentra en el ‘noir
Un detective privado en chanclas
Rodada en 35 mm –Paul Thomas Anderson es uno de los últimos resistentes-, la película muestra a ‘Doc’ Sportello, un detective privado en chanclas, un hippy que está permanentemente fumado y que, naturalmente, se mueve en un estado de consciencia ligeramente alterado. Su nuevo caso es encontrar al novio de su ex, la mujer que le rompió el corazón y de la que él sigue locamente enamorado. Ella aparece con “la pinta que juró que nunca tendría” y le lanza a una espiral caótica, poblada por surferos, polis corruptos, moteros nazis, dentistas, narcotraficantes, místicos, abogados, prostitutas, millonarios… Personajes de la soleada California de los primeros setenta.
Joaquin Phoenix está inmenso en su papel de investigador, desde el que va conociendo a toda esa pandilla de criaturas, animadas por un reparto verdaderamente sorprendente, con Katherine Waterson, como Shasta, la chica de la playa que robó el corazón a ‘Doc’ y que ha vuelto para volver a estrujárselo; Josh Brolin, el poli de Los Ángeles, un ‘republicano’ practicante que odia a los hippies, pero no puede vivir sin ‘Doc’; Owen Wilson, como Coy Harlingen, un saxofonista que ahora es un infiltrado en la peligrosa organización de Colmillo Dorado, Benicio del Toro, Reese Witherspoon, Eric Roberts, Martin Short…
Lo mejor del cine americano
Son personajes que parecen siempre fuera de lugar o, al menos, a punto de ser expulsados del mundo en el que han sobrevivido. Hombres y mujeres que acompañan al protagonista en su delirio de compasión por algunos de estos tipos. Y con ellos, Paul Thomas Anderson va entrando y saliendo en el género negro, para instalarse momentáneamente en la comedia inteligente e irreverente o acercarse a la crónica política y social, y para rendir un auténtico homenaje a algunos grandes del cine americano. De El sueño eterno (Howard Hawks, 1946), pasado por El largo adiós (Robert Altman, 1973) y Chinatown (Roman Polanski, 1974), hasta El gran Lebowski (Joel y Ethan Coen, 1998), Paul Thomas Anderson se pone serio en Puro vicio cuando hace público su respeto por estas obras.
Al mismo tiempo, la película, en una brillante exhibición, explica cómo se desmontaron los cimientos sobre los que se levantó el Flower Power. Cómo el sueño de los setenta quedo arrasado por el ansia de los promotores urbanísticos, cómo la droga casera con la que se colocaban los hippies playeros pasó a ser el sentido de la vida de peligrosos carteles de narcos, cómo empezaron a brotar por todas las ciudades centros de rehabilitación que buscaban solo ganar dinero, cómo el activismo político se silenciaba con represión policial –en 1970, en las protestas estudiantiles mataron a cuatro jóvenes-…
Un tema recurrente en la obra de Pynchon
“Las investigaciones de Doc rezuman tristeza, el sentimiento de que esa promesa en la que la gente creía en aquella época había desaparecido”, dice Paul Thomas Anderson, que recuerda que éste es “uno de los temas recurrentes en la obra de Pynchon desde siempre. Cuando hice la película, traté de sumergirme en la inquietud de Pynchon por el destino de los Estados Unidos”.
Así, completamente paranoico y obsesionado por el cambio que se está produciendo a su alrededor vive ‘Doc’, el protagonista, su investigación, el nuevo caso. Y lo más sorprendente, lo milagroso y formidable cinematográficamente hablando, es que el espectador se contagia inmediatamente y lo vive con él y como él, y ello sin necesidad de marihuana para agravar el estado de ansiedad o de alucinación. Lo importante no es ya para nadie, ni para el detective de la ficción ni para nosotros, quién ha hecho qué, sino “¿qué demonios ha ocurrido?”
“¿Conservamos ese sentimiento de una promesa nacional perdida que puede reclamarse?” se pregunta el director, que inmediatamente se responde: “Yo espero que así sea” y añade: “Thomas Pynchon en Puro vicio se limita a mirar hacia el pasado y esperar que las cosas puedan ser mejores mañana. ¿Hay algo más sencillo? ¿No es eso lo que todos queremos?”
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