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Una oportunidad laboral separaba a una pareja que estaba en ese momento pensando en tener un hijo. Aquello fue en 10.000 km, ópera prima de Carlos Marques-Marcet, que continuó con Tierra firme, historia de una mujer que, acuciada por su reloj biológico, proponía al mejor amigo de su novia que fuera el padre de su hijo. Ahora, con Los días que vendrán, el cineasta ha aprovechado un golpe de suerte, el embarazo de la actriz María Rodríguez Soto, pareja de su inseparable actor David Verdaguer, para hablar de los interrogantes de la maternidad y la paternidad y de las consecuencias de éstas en la vida.
Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actriz en el Festival de Málaga, el tercer largometraje de Marques-Marcet le confirma como un cronista de los procesos vitales de su propia generación. Su película, además, plantea cuestiones irrenunciables hoy en día, como la obsesión por la procreación en un planeta superpoblado, y reflexiones también inevitables, como los efectos directos de la maternidad y paternidad en la situación laboral y económica.
Con sus películas se ha convertido usted en una especie de cronista de los procesos vitales de su generación ¿no?
Intento hablar de situaciones que nos permitan pasar de algo pequeño a un contexto más general. Son momentos vitales, sí, pero lo que hago es hablar de lo que tengo más cerca, aunque no necesariamente de mí mismo. Parto de materiales que tengo cerca para ir a más profundidad. Estas son todavía películas de aprendizaje, cada uno tiene que encontrar su estilo y su manera de filmar.
Desde el proceso de un embarazo, ¿retratar la sociedad de hoy?
Ozu hablaba de la familia y no tenía hijos ni familia. Es una manera de mostrar una visión del mundo, del momento social y del entorno que siempre está cambiando.
Ahí están el mundo laboral, la familia, la economía…
Hay algo de todo eso, sí, porque la cámara es una herramienta de investigación sociológica y del comportamiento.
De todo ello, ¿algo le interesaba más?
No, las implicaciones temáticas van saliendo. La idea es hablar desde un tema concreto de otros que son intangibles y nunca para lanzar un mensaje sino para problematizarlo. Se trata de transmitir experiencias. Creo que intento proponer un debate político desde la intimidad.
¿Las relaciones personales no se pueden, entonces, aislar del entorno?
No. Las relaciones afectivas van junto a las laborales, las económicas… En la película anterior, en Tierra firme se veía cómo nuestra manera de vivir precaria, móvil, afectaba a las relaciones. En mis películas la narrativa de fondo siempre es socioeconómica. No somos neutros a lo que tenemos a nuestro alrededor. No existe el amor al margen del dinero que ganas.
¿Esa no es una afirmación mucho más de los hombres?
Puede ser. Todavía vivimos la masculinidad como algo unido al dinero, incluso la virilidad. Existe aún la idea de que un hombre que no gana dinero no es un hombre. Incluso muchas mujeres no ven sexi a un hombre si no tiene trabajo. Son tensiones que existen porque no podemos sacarnos de encima el ADN heredado de años de estructura patriarcal. Además, los hombres no hemos tenido modelos como habéis tenido las mujeres y tenemos que hacer este cambio ahora. El personaje es un tipo que está perdido y a veces la caga, pero me parecía honesto plantearlo.
Bueno, pero ¿hemos evolucionado, no?
No creo en la evolución, yo creo en el cambio. La idea de evolución lleva intrínseco el perfeccionamiento y estamos muy lejos de ser perfectos. Pero sí cambiamos. La tecnología, por ejemplo, llega y nos cambia, pero hay un punto muy azaroso en todo esto. Es verdad que ahora nos tratamos mejor y creo que existe una verdad pero en un sentido moral e histórico, tenemos una obligación moral respecto al otro.
Volviendo a la economía y la precariedad laboral…
Intento que no tengan demasiado peso en la película, un acercamiento ligero. Con el discurso de la precariedad soy un poco crítico. No es lo mismo lo que vivimos nosotros que lo que viven diez personas que viven en el mismo piso y duermen en literas.
Sin embargo…
Sin embargo, hay que mirar nuestro propio mundo aunque sin mirarse demasiado el obligo, observar la clase media con un punto crítico. Es interesante para plantearse preguntas.
Esta es una película muy orgánica que nació del auténtico embarazo de la protagonista…
Bueno es que yo soy un vampiro. Hay directores a los que les gusta ir a sacar la sangre a los demás, a mí me gusta que vengan a ofrecérmela, no quiero matarlos. En la película he tirado de los actores y también de las guionistas Coral Cruz y Clara Roquet.
El proceso que viven los personajes provoca una pregunta, ¿por qué nos obsesionamos por reproducirnos en un mundo superpoblado?
La pulsión de vida, supongo, es inexplicable, irracional. Es verdad, ¿por qué nos obsesionamos por reproducirnos? El mundo está superpoblado, sí, pero tampoco es que nos volvamos locos. Por otro lado, está esa experiencia muy bestia y sería injusto pedir a la gente que no pasara por ello.
¿Usted tiene esa pulsión, quiere ser padre?
Me apetece por una cuestión de curiosidad. Por otro lado, la maternidad y paternidad son uno de esos pocos momentos en los que te cambia la vida radicalmente.
¿No tiene la sensación de que se la cambiaba menos a generaciones anteriores?
Sí, pero es porque hoy hay pocas razones. Antes el momento de cambio eran las bodas, lo de los hijos se daba por hecho. Hoy tienes un hijo y te va a cambiar la vida. Nos gusta sentirnos libres, sin ataduras, los hijos ponen en jaque eso.
Por otro lado, la película plantea el debate del parto natural o el parto sin dolor, ¿no es un poco anacrónico?
Creo que el parto natural se plantea porque el dolor te conecta con lo que estás viviendo, hay que sentir el dolor y el placer. Se relaciona con la pregunta de si quieres sentir lo que te está pasando o no. Además, en la práctica privada de la Medicina, sobre todo, hay cierta industrialización. Se dan tanta prisa que a veces no nos permitimos los tiempos naturales de los partos.
En esa línea de proceso vital que siguen sus películas, ¿qué es lo próximo?
Supongo que después de la vida viene la muerte.
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