Doctor Explosion: "La superioridad moral es un rasgo de la estupidez humana"
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madrid, Actualizado:
Pese a su insultante juventud y lozanía capilar, Jorge Muñoz-Cobo (Gijón, 1969) es un mito del rock gamberro que alimenta con cada disco nuestro producto interior bruto. Más de treinta años al frente de Doctor Explosion, garaje cafre impecable en lo musical, temerario sobre y bajo el escenario. Perdido durante una década —en la entrevista desvela quién sabe dónde—, el hijo pródigo del directo más salvaje del país regresa con el elepé Superioridad moral (Slovenly Recordings).
Mi primer recuerdo de Doctor Explosion: dos amigos salen de un concierto y comentan que el cantante se ha sacado la chorra en el escenario.
Eso fue en Lleida, y al día siguiente, la prensa tituló: "El asturiano marrano: cosas de la sidra".
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Pero a usted se la vieron en otra localidad...
Sacarla, lo que se dice sacarla, solo la saqué en Lleida. Hubo otras veces que directamente salía en pelotas al escenario, con lo cual ya no la tenía que sacar [risas].
Y con faldas escocesas o de colegialas, según la miopía del respetable.
Las faldas escocesas ventilaban, pero tapaban. A ver, vamos por partes y enmarquemos la chorra en su contexto. Nosotros veníamos de un rollo sixties muy purista. El batería, Varo Coalla, era mod y yo me consideraba un fan de los Kings y de los Stones, por lo que iba vestido como mis ídolos. Melenas, traje y corbata, botines Chelsea... Para romper con esa ortodoxia elegante, de repente dijimos: "¡Venga, la siguiente canción la hacemos en gayumbos!". Así nos mofábamos de esa elegancia a la que pertenecíamos, o sea, era una forma de transgredir ese mundo tan encorsetado.
O sea, que la memoria no me fallaba.
No. De hecho, pasados los años, antes de un bolo con The Woggles en Atlanta, se me acerca el dueño de la sala escandalizado: "Oye, que me han dicho que tú meas en directo. ¡Que no se te ocurra mear aquí!". Vamos, que desde que un día maté un perro me llaman el Mataperros. ¡Solo meé una vez y fue una broma entre colegas! [risas]
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El punk se había quedado en el escupitajo hasta que usted...
Éramos punks elegantes. O garajeros punks. Una transgresión que continuó con las faldas, que lo tergiversaron todo, porque nosotros veníamos de otro rollo. Varo y yo estábamos más punkroquerizados, pero durante los ensayos Félix Domínguez —el bajista, quien acabó siendo el mod más radical— giraba la cabeza, miraba hacia un cartel de Austin Powers y parecía decir: "Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
En todo caso, la parroquia explosiva abarca a muchos y diversos feligreses.
Incluso nos asociaron al indie y al Xixón Sound: ¡no nos explicábamos cómo nos habían metido en esos mundos! Nuestra pretensión vital era ser un grupo sixties, de garaje, y no nos sentíamos parte de aquello. Sin embargo, al final no se trata solo de cómo te veas tú, sino también de cómo te vean los demás. Quizás nos incluyeron ahí por una cuestión generacional y por cantar en castellano, porque el estilo iba por un lado y las letras, por otro. Lo que contábamos le dio otra connotación a la música y provocó un salto hacia otro lado, aunque todavía hoy no sé explicar a cuál...
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Quizás influyó militar en la escudería de Subterfuge, con su barniz indie.
Claro que influye ese contexto cultural, pero nosotros queríamos imitar a los Kinks y a los Stones. Personalmente, de niño era amigo íntimo de Jorge Martínez y de adolescente mamé la nueva ola española de los ochenta. Me flipaban Golpes Bajos y escuchaba a Siniestro Total, Pistones, las Vulpes, Nacha Pop y, por supuesto, Ilegales. Luego caí en el garaje más ortodoxo. Toda mi vida he buscado la manera de combinar ambos mundos, algo que he conseguido en mi nuevo disco, Superioridad moral. Más o menos...
Más variado que menos.
Y actual, porque está influido por la escena independiente de festivales como Levitation. Por ejemplo, la canción Vestir de mujer podría enmarcarse en el contexto de la nueva psicodelia.
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Precisamente iba a comentarle que ese travestismo pegaría en el Purple Weekend.
[Jorge Explosion no ha venido a hablar de su disco. A saber: Superioridad moral, garaje y punk, pero también psicodelia y country. Un elepé que debería haberse publicado hace dos años y pico, si los años de ahora fuesen como los de antes.
¿Cree que los jóvenes exploran menos las expresiones culturales previas?
Aquí hay un problema de arraigo cultural y de referentes culturales. Por un lado, en España hemos maltratado la cultura. Habría que haber mimado la eclosión de bandas de los ochenta, todo aquello que se construyó de forma espontánea. En cambio, desde los medios de comunicación públicos se le ha dado cancha a Eurovisión o a Operación Triunfo, lo que me parece una aberración absoluta. Eso no tendría que haber sucedido nunca, porque en realidad estás menoscabando a los creadores en favor de los gorgoritos y de los intérpretes. ¿Qué es más importante: una buena interpretación o una buena obra?
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Si nos ceñimos a la interpretación, importante es Mina. Quiero decir que hay artistas que han hecho suyas las canciones y trascendido su autoría. Aunque hablo de intocables, claro.
Mina es una intérprete increíble, pero coge, por ejemplo, a Gabinete Caligari: Jaime Urrutia es un intérprete de la hostia que, a la vez, ha creado su propio mundo. Sin embargo, cuando veo que TVE le da importancia a Eurovisión o a una academia que premia a una gente que canta de una determinada manera, pienso: "¿Qué mierda es esto?".
Si ese fuese el filtro, nos hubiésemos perdido a tantos cantantes y grupos por no tener una voz canónica, sea cual sea el canon.
Exacto. Porque a lo mejor el canon es el que se les pone a ellos en la punta del pijo. Hay otras cosas a valorar en el arte: la creatividad, la elaboración de una obra y la propia interpretación, porque el autor siempre va a ser el mejor intérprete de lo que ha compuesto.
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Usted, como letrista...
Disculpa que vuelva a la carencia de arraigo cultural, porque en realidad el rock lo hemos importado de fuera, y muy bien. Por ejemplo, Los Brincos cogieron a los Beatles e hicieron una cosa que iba más allá de la banda de Liverpool, porque los transportaron a nuestro idioma. No obstante, cuando estás en Estados Unidos, ves cómo cuidan su cultura, desde los festivales hasta los medios de comunicación.
Es una industria.
Allí ese mimo y ese cuidado están arraigados en la gente. Por eso el rock sigue teniendo vigencia, porque es como su folclore y como su música popular. Allí hay una renovación por la base del público que flipas, y en Latinoamérica también. Deberíamos reflexionar sobre el motivo por el que en España no sucede. Si en prime time, en La 1 programas MasterChef u Operación Triunfo —y en otras cadenas, espacios como La Voz—, yo me pregunto: "¿Qué estamos premiando?".
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La foto de la portada de Superioridad moral fue tomada durante un concierto en México. Si aquí se monta en sus directos, allí no quiero imaginarlo.
Además de que el público es muy caliente, hay un interés enorme por el rock. La gente está muy pendiente, va a los conciertos, lo da todo... Doctor Explosion metió a 3.000 personas en ese bolo e Ilegales ya no te cuento.
¿Sus estancias en Austin y las giras por Argentina han influido en la mayor riqueza estilística del disco?
Totalmente. Ha sido espontáneo, no intencionado, aunque influye haber estado expuesto a tantos grupos nuevos, tantos festivales y tantas sorpresas. Aquí vas a conciertos y tal, pero no es el electroshock que sufrí en Estados Unidos. Aquello era como estar en un sueño las 24 horas del día, porque ¡había cientos de conciertos diarios!
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¿Allí es más fácil vivir de la música que aquí?
No, allí también es muy difícil, porque hay mucha competencia, las distancias son muy grandes y, para dar el salto que te permita llegar a más gente, es necesario un empuje fuerte de la industria. En España, algún grupo puede dar con la chispa de la originalidad. Sin embargo, en Estados Unidos muchas bandas son buenísimas, increíbles y originales, lo que todavía lo hace más complicado. Eso sí, en Austin puedes vivir de la música si tocas todos los días en bares, porque hay un circuito enorme de salas.
En este disco, las letras quizás estén más elaboradas.
No tiene nada que ver con los aspectos musicales de los que te hablaba, sino con mi necesidad de contar historias. Busqué la forma de hacerlo y el punto de vista desde el que narrar esa realidad, los encontré y luego hice una criba fiándome de mi intuición.
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La letra de Paleto, versión de They call Me Country, de Sanford Clark, es un alegato antimoderno o antimoderneo. Obviamente no habla de usted, sino de un personaje. ¿O se siente identificado con algún rasgo?
Cuando fui a Austin, me di cuenta de que yo tenía un comportamiento muy troglodita y de que ellos eran más educados. Allí comenzó la deconstrucción del paleto. En realidad, el paleto nace de la ignorancia, por lo que, si ignoramos algo, todos podemos ser paletos en potencia. Del mismo modo que una persona que viene de un contexto cultural distinto puede considerarnos a nosotros los paletos.
¿Es más ignorante un urbanita en el campo que un paisano en la ciudad?
Están equiparados.
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¿Quizás sea más prudente un paisano en la ciudad?
La gente del campo tiene mucha más sabiduría de la vida que el urbanita, que solo sabe de su contexto o burbuja cultural. Y ese conocimiento limitado lo lleva a llamar paleto al paisano.
¿La superioridad moral podría ser un signo de intolerancia, de miedo al otro, de complejo o, incluso, de debilidad moral?
La superioridad moral es un síntoma de debilidad, porque en el fondo todo exceso y alarde esconden un complejo.
¿Usted es prejuicioso con...?
Todos lo somos, porque nos han educado de una determinada manera y nos han inculcado unos prejuicios. Hay que intentar liberarse ellos. Lo inteligente es viajar y conocer otras culturas para luego cuestionar lo tuyo.
A usted le gusta, por ejemplo, alguna figura del tropicalismo o la bossa nova como...
Caetano Veloso es uno de los cantantes más alucinantes de la historia. Pero Andrés Calamaro también me parece un gran intérprete y escritor, por citar a otro músico suramericano.
Ha sacado a relucir dos referencias muy taurinas: Urrutia y Calamaro. Una afición, hoy, políticamente incorrecta. ¿Prefiere la moralina conservadora o progresista?
Ninguna, porque paso de que nadie me intente imponer una moral. La vida no es blanca o negra, sino que hay diferentes tonalidades de grises. En vez de irse a los extremos opuestos, cada persona debe construir su pensamiento, su cultura y su forma de vivir recopilando cosas de aquí y de allá.
Pero, por poner un ejemplo simple, ahora no podría salir al escenario como Dios lo trajo al mundo.
Por una parte, hay una moral conservadora arraigada en las tradiciones y en la Iglesia.
Y en la doble moral.
Claro, pero la doble moral también se da entre los progresistas, porque es intrínseca al ser humano. Hay un meapilismo en la izquierda y en la derecha, aunque luego en privado todos cometan excesos que no confesarían en público.
¿El paso de los años ha suavizado su gamberrismo o simplemente ha bajado una marcha para no partirse la crisma?
A pesar de que estoy en forma, los años te hacen ser más comedido, pero solo un poco. O sea, que en vez de dar ocho saltos en el escenario, doy siete. Hacer el hostia mola, aunque ahora estoy más preocupado que nunca porque la banda suene bien, porque esté compenetrada y afinada, porque cante guay... En el pasado salía a desfasar y a soltar energía sin control; hoy quiero enmarcar mis letras en un contexto musical con empaque.
Habrá madurado, del mismo modo que le ha crecido la barba y el pelo. ¿Se ha encontrado con alguien que no lo haya reconocido por la calle?
Le ha pasado a mucha gente. Mi look jipi, late sixties, seventies o yo qué sé ha sido producto de mi paso por los Estados Unidos. Antes, cuando le echaba un ojo a las fotos de mis ídolos de los setenta y veía que les había crecido el pelo y la barba, pensaba: "Buf, esto no me interesa". Sin embargo, después de pasar por la minipimer cerebral y emocional de Austin, la influencia ha sido a todos los niveles: estético, musical y creativo. De alguna forma, me mimeticé con el entorno. Soy un poco Zelig [risas].
Usted se ha sentido desubicado en Gijón, una ciudad con rollo musical y escena cultural. ¿No será que quizás no encuentre acomodo en ningún sitio?
Totalmente. Siempre he sido un inadaptado. En el fondo, busco un sitio imposible que no existe y que está en la imaginación, en el idealismo, en las canciones y, por momentos, en determinados días de nuestras vidas: aquel concierto que cambió tu vida, aquella gamberrada en la playa con los colegas, aquel festival donde te lo pasaste tan bien... Permanentemente, donde más lo he encontrado ha sido en Austin, porque di con un núcleo de amigos muy bueno y con un boom de grupos que me voló la cabeza.
Si pudiese elegir el año o la época, ¿adónde se teletransportaría?
Estoy en contra de toda esa nostalgia.
Antes decía que Austin le ha cambiado la vida o que en Gijón se sentía desubicado, pese a su oferta cultural. De ahí que le pregunte dónde le gustaría vivir.
Más allá del Savoy Club, en Gijón ha abierto el Tizón Sound, que ha dinamizado el circuito de bandas independientes. Ahora empieza a haber más rollo, sin embargo antes no había tantos conciertos. Digamos que se pasó de la saturación a la escasez, porque mi ciudad tiene altibajos extraños y, en el fondo, todo es muy pobre. No quiero seguir dando la chapa con Austin, pero allí un lunes hay más ambiente que el día de los fuegos artificiales en Gijón. Pese a que no cabe la comparación, eso te vuela la cabeza.
Es cierto que Gijón no ha sido incluido en muchas giras. Ahora bien, más allá de las grandes capitales, es una ciudad donde, como en Granada, han pasado cosas.
Antes, cuando hacía música en España, pensaba en un determinado receptor al que le iba a gustar lo que le ofrecía. En Austin, como no me conocía nadie, intentaba llegar a un público más general, aunque también roquero. Yo caí en gracia porque era el guitarrista de The Ripe, pero ser un desconocido te lleva a contarle a los músicos locales quién eres tú y a medirte con ellos. Por eso este disco tiene esas miras y responde también al interés de la audiencia latinoamericana que conocí durante las dos giras que hice por el continente.
¡Once años sin nuevo disco! La espera ha valido la pena, pero se ha liado un poco por el camino, ¿no?
He querido hacer demasiadas cosas a la vez: mantener un estudio en Gijón y otro en Austin, tocar en The Ripe o invertir muchísimo tiempo en un disco suyo que luego no se llegó a editar, porque Jake Garcia le dio prioridad a un elepé de The Black Angels, algo que me parece lógico. Además, he compuesto un disco para Miguel Ángel Carreño, de Micky y Los Tonys. Al final, tener siempre tiempo para otros hace que nunca lo tengas para ti. Debes ser tajante y decir: "¡Paso de todo, ahora me pongo a lo mío!".
Treinta años sobre el escenario. ¿Cuántos le quedan?
¡Ya van treinta y tres! Pues seguiré mientras el cuerpo aguante. Me cuido y no cometo excesos. He llegado a esta edad en buena forma y hago deporte porque lo que me importa es seguir tocando con la misma energía. No me interesa andar por ahí de borrachuzas ni metiéndome sustancias que, por cierto, nunca me he metido.
Bueno, usted no se ha metido nada porque de chaval se cayó en la marmita.
Probablemente, probablemente... [risas].