Entrevista a Marina Barberà"La figura de la bruja se construyó desde la mirada del otro"
Hablamos con la ilustradora catalana, que ha publicado su primer libro 'De vidre. Històries i receptes de les remeieres dels Pirineus’

Entrevistamos Marina Barberà, que ha publicado su primer libro ilustrado De vidre. Històries i receptes de les remeieres dels Pirineus (Edicions Sidillà). La ilustradora de Valls (Tarragona) nos propone un viaje por el universo de los remedios caseros y recetas tradicionales de nuestro territorio de la mano del conocimiento de la Anna Salvat, una de las pocas herbolarias que quedan en el Pirineo catalán.
Entre recetas ilustradas con dibujos a lápiz de cremas, aceites de maceración y jarabes, Barberà también nos habla de la figura de la mujer en el mundo rural, a menudo invisibilizada y estigmatizada, a través de las “trementinaires”, herbolarias y brujas. A través de grandes conocedoras de las plantas, de sus propiedades medicinales y de los procesos de elaboración de remedios adquiridos por transmisión oral a lo largo de los siglos.
¿Por qué un libro ilustrado de remedios caseros?
La motivación es familiar. El proyecto empezó con un fanzine -revistas no profesionales de circulación pequeña producidas, publicadas y distribuidas por sus creadores- que hice sobre como curar “l’airada”, un tipo de ritual curativo que hacía mi abuela. Cuando estábamos enfermos por cualquier cosa que viniera de un “golpe de aire” ella siempre nos hacía este ritual a la familia y también a la gente del pueblo. Me llamaba mucho la atención que tanta gente acudiera a ella por eso. Realmente no sabía qué hacía y nunca me lo había preguntado. Hasta que un día se lo pregunté y me lo enseñó, y decidí plasmarlo en un fanzine.
Cuando lo publico me doy cuenta de que es una cosa que hacía mucha gente de mi alrededor y del territorio. Me generó mucho interés, así que decido hacer una colección de fanzines para recuperar remedios populares y que cada fanzine hablara de un remedio diferente. Con esta idea me presenté a una beca del Centro de Arte y Natura de Ferrera [en el Pallars Sobirà] y me la concedieron. En Ferrera conocí a Anna, una herbolarias del pueblo que me explicó muchos remedios. Recogí tanta información que al final la colección de fanzines acabó convirtiéndose en una maqueta de libro.
La historia de Anna también es muy peculiar.
Sí. Anna llegó al Pirineo durant los años 70, en un momento en que los pueblos se estaban vaciando, básicamente por un cambio de criterios sociales y toda una serie de leyes que promovían el vaciado de los valles, y todo el mundo se marchaba hacia las grandes ciudades. Es entonces cuando Anna decide dejar Barcelona e ir a vivir temporalmente a Ferrera, donde prácticamente no quedaban habitantes. Coincide con la oleada de hippies que pueblan el Pirineo en los setenta.
En Ferrera, Anna aprende toda esta tradición de remedios populares de la única vecina que quedaba en el pueblo, Generosa. Con el tiempo también se rodea otras vecinas, amigas y compañeras que beben de toda una tradición oral y transmisión generacional.
¿Cómo ha sido el proceso de ilustrar las recetas de la Anna?
Ilustrar las recetas era una manera de hacerlas accesibles. Los típicos libros de recetas me crean cierta distancia, de seguir según qué procesos, lo veo complicado y difícil. Para mí ilustrarlo era una forma de llegar al lector y de hacerlo fácil. Es la manera de mantener esta tradición y continuar transmitiéndola generacionalmente.
El libro también es un homenaje a las mujeres herbolarias. La percepción de este oficio ha evolucionado muchísimo con el paso del tiempo, no?
Sí. Si echamos la vista atrás vemos que era un oficio muy valorado, pero que con los años fue perdiendo este valor. Lo sentimos como una cosa muy alejada. Pero parece que esto está cambiado, se está volviendo a revalorizar. En un mundo tan globalizado buscamos la forma de diferenciarnos y dar más valor a tu territorio y "a la cosa local" para contraponernos a esta globalización.
En el libro hablas de las brujas, de su estigmatización y de cómo se las deshumanizó, pero también hablas de su sabiduría popular. ¿Las brujas eran herbolarias?
Algunas brujas eran herbolarias, otros simplemente eran mujeres. La figura de la bruja se construyó desde la mirada del otro. A cualquier mujer que vivía alejada, pobre o que no encajaba con la sociedad del momento, se la tildaba de bruja, pero muchas veces ni siquiera tenían nada que ver con las herbolarias en sí.
El concepto de bruja nace con el capitalismo, en un momento en que todas las prácticas de la Europa rural precapitalista se quieren eliminar.
Hasta entonces, una bruja era otra cosa, era el típico espíritu del bosque nocturno.
En el libro también hablas de la cacería de brujas en Catalunya.
Sí. En Catalunya eran los mismos vecinos los que juzgaban las brujas, y no como la Inquisición del resto de España. En los juicios de la cacería de brujas obligaban a las mujeres a decir los nombres otras mujeres que estaban vinculadas con el que teóricamente hacían. Y se las torturaba hasta que decían nombres. Porque se creía que existían aquelarres y que hacían pactos con el diablo. Muchas veces jugaban a decir los nombres de mujeres ya muertas, de personas que ya habían sido juzgadas o se los inventaban. Pero al final acababan hablando y diciendo el nombre otras vecinas.
¿Crees que todavía se arrastra esta estigmatización de las brujas?
Sí, poco a poco se las está alejando de esta estigmatización, pero cuesta. Todavía hay gente que cuando visito a Anna me dice: Ya vas a ver la bruja o a la “trementinaire”, cuando en realidad no tiene nada a ver.
En el libro también hablas de otra figura, las mujeres “trementinaires”, una especie de herbolarias itinerantes. ¿Quién eran?
Eran mujeres principalmente del valle de la Vansa y Tuixent que recogían recursos de donde vivían y los llevaban a zonas más planas donde representa que no se encontraban estas plantas. Normalmente, iban en pareja y hacían rutas a pie por todo el territorio para vender estos productos. No tenían por qué ser personas expertas en plantas. De hecho, a veces no tenían ni idea, pero conocían remedios y se caracterizaban por las rutas.
La mayor parte de las parejas eran mujeres. Es curioso porque al principio estas mujeres se sentían orgullosas de ser trementinaires, porque eran las que se encargaban de conseguir los recursos para el hogar, pero llega un momento esto cambia y les da vergüenza.
Unas mujeres transgresoras para la época, no?
En un inicio, sí. Eran mujeres de familias campesinas que se buscaban la vida y eran ellas las que se encargaban de conseguir los recursos para el hogar. Esto cambia hasta el punto que las familias esconden que en su casa fueron trementinaires. Ahora, con el Museo de las Trementinaires de Tuixent, esta figura se ha revalorizado.
En el libro también pongo el ejemplo de las metzineres, que es otro nombre que recibían estas mujeres. Su significado inicial era ciencia médica, pero con los años este significado cambia hacer definirse como sustancia tóxica. Refleja muy bien el cambio de roles de estas mujeres, de cómo estaban vistas en un inicio y de cómo cambia con el tiempo.
¿Por qué este cambio de percepción?
Llega un momento en que la medicina se institucionaliza, hasta entonces era un rol que estaba asignado a la figura femenina. Cuando la medicina pasa en las universidades, que en aquel momento era únicamente terreno masculino, son los hombres que tienen este poder y la tarea de las mujeres queda desvalorizada. Seguramente coincide con el momento en el que pasan de tener un trabajo digno y de estar valoradas a perderlo todo.
¿Tu libro es un antídoto a la memoria de aquellas mujeres que fueron invisibilizadas?
Sí, hay mucha confusión de términos. Se les han atribuido tantos nombres diferentes que genera un poco de confusión, y el hecho de que el libro vaya desglosando las cosas que han hecho, quién son las brujas, las trementinaires o las metzineres, permite al lector colocarlo todo a su lugar. Yo he llegado a la conclusión de que simplemente son mujeres conocedoras de hierbas, y el concepto que más les encaja es el de herbolarias, libre de connotaciones.
¿En que consiste hoy en día el oficio de herbolarias?
Es un oficio complicado para dedicarte profesionalmente, porque hay toda una serie de requisitos sanitarios que lo hacen poco viable. Es más por consumo propio. A pesar de esto, hay una voluntad de volver a recuperar estos conocimientos con proyectos que hacen difusión de las propiedades de cada planta y de sus usos. El libro también es una manera de contribuir a este resurgimiento y de redefinir la idea de las malas hierbas, que proviene del desconocimiento total. Si las conoces y sabes para qué sirven y qué propiedades tienen, puedes aprovecharlas casi todas.
Con el libro haces una contribución no solo a la memoria de aquellas mujeres, sino también a la recuperación de las propiedades medicinales de las plantas. ¿Las hemos olvidado con la industrialización y comercialización de la medicina?
Sí. Es más fácil ir al supermercado y comprar una crema hidratante que recoger las plantas y hacértela tú mismo a casa. Pero es por desconocimiento, porque hay recetas que no son tan complicadas y seguramente te aportarán muchos más beneficios que no el camino más rápido.
En el libro también hablas de “ceguera vegetal”. ¿Nos hemos alejado del mundo natural?
Sí. Vivimos tan desconectados del entorno natural que llega un punto que ni vemos las plantas que tenemos a nuestro alrededor, y no las vemos porque no nos fijamos, porque no le damos importancia. Pero si alguien nos hubiera explicado que esta planta sirve para X, pasaríamos a verla cada día.
¿Cómo seleccionasteis los remedios? ¿Tu receta preferida?
Las plantas las escogimos por proximidad con el territorio, o sea, que realmente las podamos encontrar de una manera relativamente fácil. Una vez escogidas, hemos hecho una receta para cada forma de extracción. Mi receta preferida es el aceite hipérico, que tiene muchísimos beneficios y te sirve para muchas cosas, para una contractura, una quemadura, almorranas… Y es una planta que tenemos solemos tener al lado de casa.
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