Este artículo se publicó hace 6 años.
Màxim HuertaLa incógnita del ministro más televisivo
Una apuesta cercana y afable, pero carente de empaque. El nombramiento de Huerta como ministro de Cultura y Deportes ha generado revuelo y sorpresa por su perfil mediático. Tendrá que hacer frente a una cartera sobrada de retos inminentes.
Madrid-Actualizado a
Escritor catódico. Opinador todoterreno. Asiduo al mañaneo televisivo. Un breve repaso a la trayectoria profesional de Màxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) deja un contraste —el que compone junto a su aristocrático predecesor Méndez de Vigo— y varias incógnitas ante una cartera sobrada de retos inminentes como la reforma fiscal o la Ley de Mecenazgo, por no hablar de ese sindiós que tiene en Propiedad Intelectual. Todo ello además con muy poco (o ningún) margen de maniobra presupuestario.
Situado en esa suerte de magma ideológico que es la progresía liberal, el nombramiento de Huerta se puede entender como otro guiño de Sánchez, otra de esas sonrisas Profident efímera y vacua, pero reconfortante. Un nombramiento pensando en el Màxim Huerta escritor y amante de la cultura, pero también en esa figura de yerno ideal que tan bien encarna. Una apuesta cercana y afable, pero carente de empaque. Las redes, como siempre, extractaban con tino el asunto: “El consejo de Ministros parece el Casting de Masterchef Celebrity”,
Duque, Grande-Marlaska, Huerta… Algunos de los convocados por el superviviente Sánchez parecen sacados de un dos por uno. ¿Para qué tener solo un ministro si además puedes tener un ministro con cientos de miles de followers?, ¿para qué un perfil puramente técnico si por el mismo precio tienes a un tipo que ya se ha colado en millones de hogares? No es descabellado, máxime si partimos del hecho de que las competencias de cultura están transferidas a las autonomías y a otros ministerios al menos en su vertiente industrial y educacional, lo que le confiere al ministrable de turno un carácter más de promotor de la cultura que de técnico.
Premio Primavera de Novela en 2014. Autor de siete títulos, entre ellos, Que sea la última vez, El Susurro de la caracola, La noche soñada (Premio Primavera de Novela) Una tienda en París o No me dejes, el periodista dejó la pequeña pantalla en 2015 en el programa de Ana Rosa Quintana. "Ha llegado la hora de navegar a un nuevo puerto. Después de 11 años, me despido de @elprogramadear", publicó en la red social junto al enlace de su página oficial donde explicaba su salida del programa de Ana Rosa y donde recordaba su trayectoria profesional de 16 años en Mediaset España, previo paso por la infausta Canal 9, donde hizo las veces de redactor, enviado especial, editor y presentador de informativos.
Y junto a su potencial mediático, el nombramiento de Sánchez para la cartera de Cultura es también la apuesta por una cultura LGTBI inocua, a años luz del activismo incómodo y beligerante de gente como Shangay Lily, pero de innegable influencia precisamente por su visibilidad catódica. Huerta se ha declarado públicamente como antitaurino: “No le pillo el punto a la mezcla entre la Diversión y la Muerte fusionadas en una coctelera que agita el embrujo de la fiesta popular”, dejaba caer un tanto afectado en su cuenta de Twitter, ruedo en el que el periodista tiene a bien intervenir no sin cierta incontinencia. Memorables resultan —vistas con perspectiva— algunas de sus valoraciones tuiteras viniendo de todo un ministro de Cultura. Lean si no:
La parte escondida del Iceberg es el título de su último libro publicado. Epígrafe con el que el valenciano presentó una novela de trazas coelhianas sobre la superación del dolor, la importancia de la amistad y demás vainas. Sirva este encabezamiento como metáfora de lo que se viene. Una cara reconocible haciendo las veces de ministro incógnita.
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