En la Andalucía de hoy, como en la de ayer, no todo es el encanto de la gente. En esos pueblos como Puente Genil, donde también habita la humildad, Miguel Ríos cuenta que el único ingreso que le queda es el subsidio de 425 euros al mes. No hay forma de que él, uno de los mitos vivos del atletismo andaluz, encuentre un trabajo desde 2007 cuando fue despedido de Panrico, "donde trabajaba desde los 12 años en el departamento de limpieza y de residuos“.
Hoy, que ya cumplió los 57, no sobran los motivos para imaginar que su vida vaya a cambiar. “He movido el currículum por todos los sitios, de peón, de albañil o de lo que fuese a través mía y de la Oficina de Empleo”. Pero podría ser, como dice él, que “en tiempos de injusticia es peligroso llevar razón”.
Así que prefiere apoyarse en esa Ford Transit de nueve plazas y nueve años de antigüedad que se compró “con una parte de la indemnización que me dieron de 90.000 euros” y que es como su amuleto frente a la desesperación. “Me permite moverme por los pueblos de la provincia para dar clases de atletismo a los niños e, incluso, para llevarles a competiciones de forma altruista”. Una salvación para él, más que una profesión para su familia, porque “en los ayuntamientos apenas hay dinero”. La humildad es atrevida. “Me encuentro con niños cuyos padres no tienen ni cinco euros para pagar la ficha y, a lo sumo, me dan lo que pueden, pero ¿qué les vas a pedir? ¿qué les puede uno pedir?"
Pero así puede ser la vida en Andalucía, donde la perfección tampoco existe como explica Miguel Ríos. Ni siquiera su popularidad, que llenó periódicos en el año 92, fue suficiente. Entonces se convirtió en un héroe en una ciudad revolucionada por la Expo en la que no se contenía en gastos. La prueba fue el maratón de ese año en el que la organización invirtió hasta 30 millones de pesetas para traer a atletas de máximo prestigio. Sin embargo, el ganador iba a ser él, Miguel Ríos, un tipo que trabajaba limpiando en Panrico.
Un atleta de perfil bajo, cuya victoria provocó el enfado de la organización “que aspiraba a un ganador de categoría. El dinero se había gastado con esa idea y fui a ganar yo, que no era más que un cateto de pueblo”. Fue una victoria tan extraña que hasta provocó el desmayo de su mujer, “que estaba en el séptimo mes del segundo embarazo, en la Avenida Cruzcampo de Sevilla cuando vio con sus propios ojos que lo que le estaban diciendo era verdad. Su marido, efectivamente, era el que lideraba esa carrera entre tantas estrellas”.
El corredor de las magdalenas
Pero hay días en los que el mundo gira al revés y ese pudo ser uno de ellos. "Al año siguiente, tuve que pagar mi dorsal”, replica ahora. “Los organizadores ni me invitaron siquiera. No querían saber nada de mí”. Hoy, sin embargo, el enfado de ayer ya pasó de lugar. La letra impresa lo demuestra. En el magnífico libro, dedicado al 25 aniversario del maratón de Sevilla, la portada se ilustra con una fotografía épica de Miguel Ríos luchando contra los elementos. Una imagen que, en realidad, no fue el resultado de la casualidad, sino una parte más de su biografía, capaz de ganarse el supremo cariño de Andalucía como si fuese uno de sus toreros. Luego, fue contratado para viajar por el mundo.
"Yo nunca dejaría de ser el corredor de las magdalenas"
“Fui a correr nueve veces el maratón de Nueva York. Fui a Río de Janeiro, a Londres, a Rotterdam, a Lisboa, a Estocolmo y hasta a la noche blanca de San Petesburgo”. También fue internacional y hasta opositó con motivo para representar a España en el maratón de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. En realidad, se convirtió en un orgullo para Andalucía y para toda la clase obrera, porque las excepciones existen. Su vida no era la de un atleta de elite, pero él peleaba con los atletas de elite, con gente de la categoría del italiano Orlando Pizzolato o el portugués Fernando Mamede. Quizá porque las contradicciones son así, perversas o incorregibles. "Yo nunca dejaría de ser el corredor de las magdalenas", añade hoy. "Un extraño sujeto que empezó a correr por primera vez en el servicio militar en Vitoria, lo que cambió mi vida".
“Trabajaba en Panrico en el departamento de limpieza, donde estaba todo el día de pie y tenía que devolver el tiempo que me concedían para correr"
“Trabajaba en Panrico en el departamento de limpieza, donde estaba todo el día de pie con un horario en el que prácticamente entraba a las cinco de la mañana y salía a las diez de la noche. Tenía que devolver el tiempo que me concedían para correr", explica Miguel Ríos, que entonces realizaba una media de 220 kilómetros semanales o doblaba mañana y tarde. “A veces, ni yo mismo lo concebía”.
Hoy, le quedan extraños recuerdos como esos jueves en los que se acercaba a los 34 kilómetros. “Cuando volvía al trabajo, me costaba mantenerme en pie. Sufría hasta mareos. Pero entonces tomaba el membrillo de mi pueblo y se curaban los dolores. Me daban unas subidas de insulina que no veas y que me permitían volver a intentarlo a la mañana siguiente ”
“Al principio, cuando me quedé sin trabajo, creía que me derrumbaba. No sabía que pudiese ser tan duro”
De aquello quedan casi 35 años de trabajo o la casa, que se construyó en doce años, ya pagada y que hoy justifica que no se muera de hambre con esa ayuda de 425 euros. Tiene dos hijos, “uno estudiante y la chica que está intentando montar un negocio de ropa de niños”. Su mujer trabaja en la recepción del Centro de Salud y él, Miguel Ríos, aprieta las manos frente a la dificultad. Una absorción de la empresa en la que llevaba toda la vida, le sacó del mundo laboral. “Al principio, cuando me quedé sin trabajo, creía que me derrumbaba. No sabía que pudiese ser tan duro”.
Después, entendió que “con más de 300.000 kilómetros en las piernas”, el atletismo le podía ayudar a volver a vivir. Y entonces decidió crear una escuela provincial. Y, aunque apenas signifique dinero, hoy lo mantiene de pie, porque, ha encontrado una ilusión, “los niños”, más que unsa economía. "Pero esta vida me ayuda a olvidarme de esos amargos 425 euros del subsidio para un hombre de 57 años".
“No puedo vivir toda la vida pensando que merezco más. Decidí aceptar lo que hay. Tengo que hacerlo. El paro es escandaloso en Andalucía y yo soy uno de ellos”, señala antes de subir a su Ford Transit para volver a Puente Genil. Las tardes, si no llueve, va por los pueblos. “Así que prefiero ver las caras de los niños o que algunas de las madres de estos niños se hayan decidido a empezar a correr viendo a sus niños correr. Hoy, dicen que es maravilloso y que esto les ha ayudado a ver la vida de otra forma. Y es lo que me hace recordar a mí que no todo en la vida es un buen trabajo o una buena nómina”, explica Miguel Ríos, ese recuerdo mágico en medio de la Expo de Sevilla del 92. Un hombre que hoy ya aprendió a vivir así sin miedo ni lujos, sin miseria y con grandeza. Todo es posible en la vida.
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