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Entrevista a Chadia Arab Chadia Arab: ''No regularizar a los extranjeros es fomentar el trabajo ilegal, la explotación y la violencia''

Chadia Arab, autora del libro Las señoras de las fresas / Agnés Clermont
Chadia Arab, autora del libro Las señoras de las fresas / Agnés Clermont

Su trabajo es esencial para que la fruta y la verdura lleguen a los mercados, pero antes del coronavirus muy pocos se acordaban de ellos y ellas. Con la preocupación, primero, de quién recogería la cosecha tras el cierre de fronteras y con el foco puesto ahora en los rebrotes en varias empresas frutícolas, los temporeros y temporeras extranjeros que cada año trabajan los campos e invernaderos de toda España en condiciones laborales muchas veces abusivas no han sido esta vez tan invisibles como de costumbre.

La investigadora francesa Chadia Arab, profesora de Geografía Social y Geografía de las Migraciones en la universidad de Angers, conoce muy bien esta realidad y, en especial, la de quienes ella intencionadamente denomina "las señoras de la fresa": temporeras marroquíes contratadas directamente en Marruecos por salarios a menudo ínfimos para hacer la campaña de frutos rojos de la provincia de Huelva, una región que, como dice Arab, "se enriquece gracias al oro rojo". A ellas, habitualmente olvidadas, silenciadas e ignoradas, da voz en su libro Las señoras de la fresa (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2020), que acaba de publicarse en español.

Miles de mujeres marroquíes contratadas en origen llegan cada año a Huelva para trabajar en la recogida de fresas, arándanos y frambuesas. ¿Qué le llevó a interesarse por ellas?

Era necesario visibilizar a estas mujeres que emigran solas, que a menudo siguen a sus maridos en el contexto de la reunificación familiar, las llamadas mujeres "discretas y silenciosas". Mi investigación trata de darles voz y mostrar que vinieron solas, a estudiar, a trabajar, a resistir y a luchar.

¿Quiénes son estas "señoras de la fresa" y por qué ha elegido llamarles así, en vez de referirse a ellas como "temporeras"?

Son mujeres de origen modesto, a menudo de zonas rurales, a menudo analfabetas, que viven en familias con antecedentes complejos y frágiles: divorciadas, viudas con hijos, madres solteras o casadas con maridos enfermos o que no pueden trabajar. Suelen ser mujeres en situaciones muy precarias que parten hacia España para salir de la extrema pobreza. Es, como dice la socióloga Saskia Sassen, una "migración de supervivencia".

Para mí es importante denominarles "señoras de la fresa", porque es una forma de hacerles visibles, valorarlas, humanizarlas y devolverles su dignidad. Estas mujeres han sido discriminadas, estigmatizadas y a veces abusadas. La realidad es que son mujeres dignas y valientes que realizan un trabajo indispensable y luchan por mantener a sus familias. Son grandes damas y el término "señoras de la fresa" ayuda a transmitir esta idea.

La campaña onubense de frutos rojos habitualmente dura desde finales de enero hasta finales de mayo, aunque los meses álgidos son los dos o tres últimos. ¿Cuántas mujeres llegan por temporada?

El programa de migración circular entre España y Marruecos no es regular. Entre 2012 y 2017, solo 2.500 mujeres salieron al año, mientras que en 2019 casi 20.000 mujeres lo hicieron. Son mujeres reclutadas según criterios discriminatorios. Se elige a las que tienen experiencia en el sector agrícola, pero también se prefiere a las que tienen hijos para asegurarse de que regresen a su hogar una vez hecho el trabajo. Y es que este programa cumple un doble objetivo: satisfacer la demanda específica de mano de obra en la recolección de fresas y luchar contra la llamada migración clandestina.

La mayoría hacen la campaña y se vuelven a Marruecos entonces...

Sí, una vez que la temporada termina, deben volver. Ese es el principio mismo del programa, que beneficia tanto a España como a Marruecos. A España le proporciona mano de obra barata, dócil y maleable, mientras que Marruecos ve entrar divisas en el país. A veces algunas se quedan en España y muy a menudo esto les conduce a una situación aún más compleja.

Huelva es la región del mundo que más fresas exporta. Solo entre enero y octubre de 2019 ganó unos 994 millones de euros con su comercialización, según el Observatorio de Precios y Mercados de la Junta de Andalucía. ¿Cuánto ganan estas mujeres y en qué condiciones trabajan?

Las condiciones son muy desiguales dependiendo de la explotación donde trabajen, pero en general, las mujeres están satisfechas. De lo contrario, no querrían volver. Y están satisfechas, porque experimentan una forma de movilidad social gracias a los ingresos económicos que obtienen —se les paga unos 35 euros al día, cuando en Marruecos apenas ganan entre 5 y 10— y porque las condiciones de trabajo comparadas con las de Marruecos siguen siendo mejores. Pero esto no debe ocultar el hecho de que algunas cooperativas se comportan de manera abusiva. Pienso, por ejemplo, en las que no siempre contabilizan o remuneran todas las horas de trabajo. Recordemos que algunas mujeres incluso han presentado denuncias al respecto, además de los casos de agresión sexual que salieron a la luz en 2018, pero que probablemente siempre han existido. Luego está todo el tema de la vivienda y la cobertura médica.

Una de estas mujeres llega a decir que se sienten "emigrantes de usar y tirar". ¿Son estas mujeres víctimas de una triple discriminación por ser mujeres, migrantes y trabajadoras precarias?

Por supuesto. El hecho de ser mujeres, migrantes y pobres significa que acumulan rasgos de vulnerabilidad que les llevan a sufrir una opresión y una dominación entrelazadas. El abuso sexual es un ejemplo. Su vida en Marruecos está marcada por el sexismo cotidiano y en España son, al fin y al cabo, mujeres pobres marroquíes que trabajan temporalmente para empresarios que en su mayoría son hombres blancos de nacionalidad española. Todo esto minimiza su voz y cuestiona su palabra. Se les amenaza con la expulsión si se atreven a hablar, a resistir o a luchar contra la violencia de las que son objeto, en un contexto de silencio ensordecedor por parte de los Estados.

¿Recuerda algún caso que le impresionase especialmente?

Hay dos imágenes que se me quedaron grabadas y que ilustran perfectamente los efectos positivos y negativos de esta migración. Por un lado, la alegría de vivir de estas mujeres que, a pesar del trabajo duro, se divierten, salen, aprenden y saborean un poco de libertad. La otra imagen tiene que ver con los casos de agresión sexual en 2018. Esa vez lo que viví fueron las lágrimas, los gritos y los silencios. Las mujeres hablaron de lo indecible, lo inaudible y lo inexpresable: explotación, falta de pago por el trabajo, hambre, enfermedad, violación, encarcelamiento, expulsión, fuga, vergüenza, deshonor y violencia. Todo esto está permitido gracias a este programa de migración que obliga a las mujeres a guardar silencio, porque si se atreven a hablar son expulsadas sin justificación.

¿Qué ha supuesto la llegada de la covid-19 para ellas?

Solo 7.000 de las 16.600 mujeres marroquíes que iban a venir este año a Huelva pudieron salir antes del cierre de fronteras el 13 de marzo. Esto significa que casi 10.000 a las que se les había concedido el contrato temporal se han quedado sin poder venir. Las que sí han podido, han trabajado, sí, pero ¿bajo qué condiciones? En los invernaderos el distanciamiento físico es casi imposible y ¿qué pasa con las mascarillas y guantes? Algunos empleadores han distribuido, pero la mayoría no ha hecho nada por proteger a sus trabajadoras.

¿Cómo cree que se debería actuar para garantizar los derechos de este colectivo?

Es importante que los investigadores seamos escuchados y que los políticos asuman su responsabilidad en la vida de estas mujeres. En el caso de España, creo que su situación debe ser regularizada para garantizar su libertad de movimiento, se debería eliminar la selección discriminatoria que excluye a hombres de este tipo de migración, y se tendría que proteger a estas mujeres otorgándoles una serie de derechos en España y Marruecos: cobertura social y médica, derecho al desempleo y a la jubilación, y una vivienda y un transporte decentes. También deben haber inspecciones de trabajo que les protejan frente a los explotadores. Todo ello permitiría un importante avance cualitativo en materia de derechos humanos e igualdad.

¿Está entonces a favor de la regularización extraordinaria de extranjeros en situación irregular para protegerlos de las consecuencias de la pandemia?

La mano de obra extranjera está en el centro de los circuitos alimentarios globalizados hoy en día y ha contribuido enormemente a mantener este mundo en marcha durante la crisis sanitaria. No regularizar es fomentar el trabajo ilegal y, por tanto, la explotación y la violencia. No regularizar significa obligar a los migrantes a vivir sin papeles, sin ayuda, sin derechos, sin reconocimiento y sin la posibilidad de ver a sus familias e hijos. En definitiva, sumergirles aún más en la precariedad en la que ya se encuentran. Regularizar es simplemente concederles la posibilidad de una vida digna, ofrecerles la libertad de moverse, de trabajar, de elegir irse. Es reconocerlos como iguales, hacerlos visibles, reconocer su trabajo y aceptar que son parte de este mundo.

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