"El primer acto feminista es mirar"
Agnus Varda
Fui educado en un mundo construido en función de la mirada masculina. Los imaginarios colectivos que contribuyeron a mi socialización como hombre me ubicaron en una posición de poder, mientras que las mujeres permanecían en el lugar del silencio, la sumisión y la servidumbre. Siguiendo el rastro de Penélope y la Virgen María. La cultura, que siempre fue cosa de genios, insistió en avalar mi condición de sujeto, mientras que las mujeres eran objetos siempre definidos por nosotros. Me costó empezar a liberarme de ese traje tan estrecho. Fueron mujeres las que me descubrieron otras voces, otras miradas, otros enfoques. Gracias a ellas entendí que es la perspectiva de género la que te permite desmontar las relaciones de poder que durante siglos nos han mantenido a nosotros como los héroes. En las instituciones, en los hogares, en la cama, en los rodajes. Cuando empecé a mirar las películas con esas lentes fue como si todo el universo en el que yo había crecido se deshiciera en pedazos y me generara una incomodidad que hasta antes no había sentido. Fue así como empecé a entender que era eso de la cultura de la violación, al tiempo que destronaba a muchos creadores geniales que quisieron convencerme de que su mirada parcial representaba la universalidad de lo humano. Desde entonces no he hecho sino convencerme de que los principales obstáculos para la igualdad de mujeres y hombres tienen que ver con los recursos materiales, pero también con los simbólicos. De ahí la urgencia de construir otros imaginarios colectivos, muy especialmente en lo audiovisual, y de someter a una crítica severa todos los espacios, también los creativos y culturales, que generan violencias hacia las mujeres.
En este compromiso radicalmente político deberían jugar un papel esencial las instituciones culturales, por supuesto las educativas, y en general todos quienes tengan la posibilidad de tener un espacio desde el que desvelar lo que a veces no es tan evidente y, a continuación, proponer alternativas. Unas alternativas que pasan por la mayor presencia de las mujeres en los espacios creativos, pero no de cualquier manera, sino con poder y autoridad para que puedan contar sus historias, establecer prioridades y tomar decisiones que contribuyan a esa transformación tan esperanzadora que representa el feminismo. Es urgente que, entre otras cosas, incorporemos a los procesos socializadores contendidos curriculares que ayuden a educar críticamente nuestra mirada y que pongan especialmente el foco en el lenguaje audiovisual que, hoy por hoy, es el que con más fuerza conforma nuestros cerebros. En la consecución de este objetivo debería ser de visionado obligatorio el documental de Nina Menkes Brainwashed: sex, camera, power, disponible en TCM, el cual, rodado a partir de una clase magistral de la directora sobre cómo la mirada masculina ha dominado siempre las pantallas, deja al descubierto la estrecha conexión que existe entre el sexismo audiovisual, la discriminación de las mujeres y unos espacios en los que podríamos hablar de normalización del acoso y abuso sexual. Estamos hablando, pues, de poder y violencia masculina, de cosificación de las mujeres y de cómo el cuerpo de estas ha sido y es ese territorio en el cual el cine inscriben también las reglas del patriarcado. A través de un riguroso recorrido por numerosas películas, desde los títulos más clásicos hasta los contemporáneos, Menkes demuestra cómo decisiones tales como el enfoque de una escena, la iluminación, la música y por supuesto el punto de vista inciden en construir un determinado relato sobre la masculinidad y la feminidad. Un relato que es jerárquico y que contribuye a consolidar un marco referencial basado en la omnipotencia nuestra y en la negación de la subjetividad de las mujeres. Desde la mirada cosificadora que recorre el cuerpo de Rita Hayworth en "La dama de Shangai", al regodeo sobre el cuerpo sexualizado de Ana de Armas en "Blade Runner 2049", pasando por "La vida de Adèle", el documental nos anima a mirar de otra manera las pantallas, con conciencia y responsabilidad, siendo como espectadores capaces de rebelarnos contra unas imágenes que insisten en mostrarnos a las mujeres como seres pasivos, con cuerpos fragmentados y rodados desde y para los deseos masculinos. O sea, el dominio erotizado y el silencio revestido de glamur y misterio, desde los cuales a la deshumanización hay solo un paso, y de ella menos aún a la irresponsabilidad masculina sobre nuestros abusos. Tal y como tantas veces lo hemos visto en las grandes películas de Hitchcock, Tarantino, Scorsese o Malle, en las que confirmaríamos una suerte de "apetito voraz" hacia las mujeres, casi siempre enfocadas en un contexto de irrealidad, de ensueño y de escasa o nula autonomía. Un universo tan instalado en las estructuras que nos definen que hasta una directora como Sofia Coppola, en un evidente ejemplo de eso que Bourdieu bautizó como violencia simbólica, lo reproduce fielmente en la presentación del personaje de Scarlett Johansson en Lost in translation.
Tras el visionado de Brainwashed, debería quedarnos muy claro de que cuando hablamos de la perspectiva de género en el cine, o de la necesaria mirada feminista sobre el audiovisual, no se está planteando una especie de censura sobre la libertad creativa. Al contrario, lo que reivindican cineastas como Menkes es que esa libertad se haga más ancha y universal, incorporando de una vez por todas la potencia de las mujeres y la progresiva superación de un marco referencial hecho a imagen y medida de la masculinidad. Un proceso enriquecedor que nos permita resituar a esos creadores que durante décadas han ocupado las lecciones y los reconocimientos, que nos anime a cuestionar y a exigir responsabilidades a una industria basada en gran medida en el abuso y la explotación de las mujeres, y que nos haga al fin espectadores y espectadoras más conscientes. Capaces de valorar y disfrutar las subjetividades femeninas plenas y complejas que habitualmente nos ofrecen las mujeres cineastas, las que conectan con una larga aunque fragmentaria genealogía que se inició en 1896 con Alice Guy, y que son las que también nos ofrecen otras perspectivas sobre las masculinidades. Una suma esperanzada que nos habla de otro mundo posible, en el que al fin, como nos advierte Laura Mulvey, no solo el cuerpo, sino también la imagen del cuerpo de las mujeres, deje de ser un campo de batalla.
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