Theodor Adorno diría en 1955 una frase convertida ya en un clásico del pensamiento sobre el siglo XX: "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". En este nuestro siglo, el XXI, otras son las formas de barbarie. La naturaleza se revuelve contra la voracidad y estupidez de la especie humana. Eso es la gota fría de entonces, hoy llamada DANA. En estos días en que nos envuelve la tristeza y la desazón provocadas por la destrucción y la incompetencia en Valencia, escribir poesía también resulta inimaginable, hay mucho dolor aún. Sin embargo, ante el desastre siempre podemos escuchar al arte. En él podemos encontrar ecos del futuro por venir, y de una forma menos vulgar e irritante que a través de tantos influencers, youtubers, presentadores enfangados adrede para el espectáculo televisivo y otros tipos de figuras del banal espectáculo virtual.
No nos urge ahora el arte del consuelo —del día después—, sino el arte de la advertencia —del día antes—. En un mundo entregado a la lógica deshumanizadora de la predicción algorítmica, que anula nuestro sentido común a base de órdenes automatizadas (incluso las alarmas por teléfono y tarde, como baza no inculpatoria), el arte nos conecta con lo humano, con lo material y lo sensible, con lo común pero desde la más profunda intimidad. Su poder: la métafora, como en la poesía, y la distancia irónica. La metáfora a veces conciencia, a veces advierte, a veces critica, pero siempre se relaciona con el mundo desde la honestidad de lo real. La alegoría huye del barrizal de la catástrofe, pero nos recuerda nuestro destino. No desinforma ni alecciona, como hemos visto tanto de los nuevos medios en el País Valenciano (en perfecta sincronía temporal con la ola desinformativa yankee del tándem Trump-Musk), sino que educa.
No siempre la metáfora y la alegoría tuvieron un uso político (ahí están las obras de Botticelli o Brueghel), pero sí lo tuvo la voluntad de denuncia de Picasso y de Duchamp, o de crítica sutil en Beuys y en Sierra. Está también el arte anticipador, que utiliza la metáfora o la alegoría para gritar en voz baja lo que la sociedad no quiere oir, como esa huella sutil e inagotable de los murales de Banksy, el gran descriptor durante las últimas décadas de ese tiempo neoliberal que ya no es el de hoy. Hoy vivimos un tiempo posneoliberal, extractivista, repleto de cárceles inmateriales. Un laberinto sin salida, solo con puertas de entrada a la esfera digital.
Una selección variada y escueta de obras anticipadoras nos presenta la exposición ‘La mayor emergencia’ (hasta el 12 de enero), organizada por el Círculo de Bellas Artes en Madrid y pensada por el filósofo y crítico cultural Santiago Zabala. En ella, Zabala propone una docena de obras artísticas contemporáneas multiformato y de la escena internacional sobre temas que nos afectan a todas como el cambio climático, la violencia de género, las crisis migratorias, la escasez de las fuentes de energía o la creciente desigualdad. Funcionan como prescriptores del estado actual del mundo: un mundo que vive bajo una emergencia permanente anestesiada a base de silencios, exculpaciones e inacciones irresponsables. Otra vez Valencia.
Zabala, que ha escrito en los últimos años sobre la emergencia y la advertencia (Solo el arte puede salvarnos. Estética y la ausencia de emergencia; Sin ataduras. La libertad en la época de los hechos alternativos), afirma que la verdadera emergencia es la ausencia de emergencia —podríamos matizar: la ausencia de pedagogías de la emergencia. El verdadero riesgo en esta era de continuas urgencias es no prevenirlas y, con mayor sadismo, sacar rédito de ellas, canalizarlas políticamente a través del extractivismo de la emoción. A ello se aferran grupos negacionistas y sádicos como Vox aquí o la banda de iliberales que rodean a Trump en los Estados Unidos.
Ante ellos, el arte nos enfrenta a nuestros propios fantasmas, a aquello que queremos hacer invisible. Esta relación fantasmagórica con la verdad queda apuntalada a la perfección en una de las obras de la exposición, Lines (57° 59′ N, 7° 16′ W), de 2018, proyectada por el artista visual Pekka Niittyvirta con la ayuda de Timo Aho. En medio de un paisaje oscuro, cercano al mar de las islas británicas de Outer Hebrides, aparece en la foto una casa aislada sobre la que se proyecta un haz de luz horizontal. No es un efecto gratuito: es el nivel del mar previsto para dentro de dos décadas, allá por 2050. Mediante el uso de sensores, la instalación interactúa con los cambios de mareas ascendentes, activándose cuando sube la marea. Mientras la obra nos recuerda lo que la ciencia ya advierte desde hace décadas —que el mar está conquistando la tierra, poco a poco, año tras año—, los gobernantes de ciudades y costas vendan los ojos de millones de ciudadanos que siguen viviendo en hogares inundables. Otra vez Valencia.
El arte es, además, una red de creación sin límites. Su capacidad performativa alienta nuevas ideas. Así, los propios autores decidieron continuar el proyecto produciendo una herramienta más informativa que alegórica. La emergencia del planeta lo pide. La plataforma digital Coastline Paradox cartografía en un mapa mundi todas aquellas áreas críticas en que el mar llama a la puerta. Entro en el web y me acerco a España; prosigo el zoom in hacia el litoral mediterráneo; llego a Valencia. Una mancha blanca de alerta nos advierte de la extrema vulnerabilidad de toda la albufera valenciana. La mancha crece y crece a ritmo bestial a medida que recorremos la línea del tiempo: año 2000, 2050, 2100...
El arte también permite fantasear, proyectar hacia el futuro. Sabiendo de los gustos culturales del presidente Mazón —rodeado de toreros, empresarios de la hostelería, etc.—, nos resulta evidente que el presidente no conocía a Niittyvirta ni a Aho. Tampoco yo les conocía, pero lo preocupante es saber que la clase dirigente seguirá sin escribir poesía ni tan siquiera escuchando los sutiles mensajes que nos lanza el arte para entender mejor este mundo presente y, sobre todo, para pensar con conocimiento el mundo futuro y así prevenir desastres como los pasados.
En los momentos de crisis social, civilizatoria, emergen las vanguardias para ofrecer destellos de luz y de esperanza con el futuro. Esas señales sutiles que nos envía el arte a veces las reconocemos a posteriori, porque el ser humano es falible. El único imperativo moral es aprender del pasado y rectificar. Ante la catástrofe, volvamos al arte.
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