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BANGKOK.- El pasado 17 de agosto Bangkok sufrió un doble ataque bomba que se saldó con 22 víctimas mortales y más de 120 heridos. El sangriento episodio tuvo lugar en el céntrico distrito de Pathum Wan, zona comercial y financiera de la capital tailandesa. Aunque “todavía es pronto parar señalar a los responsables, lo único claro es que quienes perpetraron el ataque pretendían destruir la economía y el turismo”, según el viceprimer ministro y ministro de Defensa de la Junta militar Prawit Wongsuwan. Lo cierto es que el escenario elegido para el ataque ha maximizado los daños y el impacto social de la violenta acción, ya que la zona alberga a la mayoría de los hoteles internacionales, así como numerosos centros comerciales que son frecuentados por turistas y locales. El golpe a uno de los pilares y motor de la economía tailandesa ya se está dejando sentir, aunque es pronto para cuantificar el impacto negativo en la economía del país.
Si bien al principio las autoridades del país no descartaron la posibilidad de atribuir el atentado a cualquier grupo, incluyendo tanto a la insurgencia musulmana del sur como a los opositores del gobierno militar, ahora se ha desechado oficialmente la idea de que el ataque fue perpetrado por los grupos separatistas de la península de Malaca. Éstos reanudaron la lucha armada en 2004, en un nuevo intento de denunciar la segregación que sufren por parte de la mayoría budista del país. Por ello llevan años reclamando la independencia de las tres provincias que integraron el Sultanato de Pattani y, de éste modo, crear un estado islámico en la zona.
En febrero de este mismo año la capital sufrió otros dos embistes, esta vez sin víctimas mortales, que fueron atribuidos a la disidencia política, aunque ningún grupo asumió su autoría y son muchos los que afirman que el Ejecutivo buscaba señalar a sus opositores para congraciarse con la sociedad.
Y es que, la inestabilidad institucional y los conflictos sociales y políticos son un aspecto común del estado tailandés. Durante todo el siglo XX el poder ha estado en manos de los uniformados. Hasta que en la década de los noventa varias reformas legales, la presión social y una nueva constitución relegó al ejército a un segundo plano.
A lo largo de los últimos veinte años la sociedad se ha ido polarizando. Así se formaron las dos principales facciones políticas, conocidas popularmente por el color de su indumentaria: camisas rojas (campesinos del norte y élite financiera) y camisas amarillas (clases medias y altas urbanas). Ambos grupos consolidaron un sistema de alternancia de mayorías absolutas y oposición combativa.
Por otro lado, la segunda mayor monarquía de Asia se enfrenta a la sucesión en la jefatura del estado, aparentemente sin sobresaltos, a pesar de que el actual rey, Rama IX, de 87 años, sufre constantes problemas de salud que han limitado sus apariciones en público.
Tras poco más de un año en el poder, la junta militar mantiene la suspensión de la constitución y continúa dando largas a los actores políticos y a la sociedad de cara a unas inciertas elecciones generales y constituyentes que saquen al país de este impasse democrático. En este sentido y a pesar de la estricta ley de lesa majestad vigente, varios medios han señalado al príncipe Vajiralongkorn, único hijo de Rama IX y heredero aparente, por su extraña vida sexual, su ludopatía y sus vínculos con empresarios corruptos, lo cual ha dañado seriamente su imagen. Aún así, sigue siendo el candidato del ejército, debido a su cercanía y dilatada trayectoria militar.
En este ambiente crispado, la legislación en favor de las bases de cada gobierno han desatado varias huelgas y enfrentamientos masivos liderados por la oposición. Hasta que en mayo de 2014, la "ingobernabilidad" impulsó al ejército a tomar cartas en el asunto, deteniendo y juzgando al gobierno, suspendiendo la constitución, instaurando la ley marcial y formando un gabinete de altos mandos militares a la cabeza del cual se encuentra el hábil Prayut Chan O' Cha. Desde entonces el ex primer ministro, Thaksin Shinawatra, vive en el exilio, desde dónde sigue liderando a sus partidarios.
Una semana después del atentado empieza a cobrar fuerza la hipótesis que relaciona al político contrario al régimen militar con la explosión dentro del santuario de Erawan. Hay quien afirma que los defensores de Thaksin, debilitados, han optado por buscar la inestabilidad y el caos. Pero éstas opiniones son sólo especulaciones, como las que apuntan al propio gobierno. Según ésta teoría, un atentado de tal envergadura justificaría más medidas represoras por parte de los militares, respaldando el férreo control militar que impera en Tailandia.
A pesar de que las autoridades hicieron público el vídeo con las imágenes del sospechoso de haber dejado una mochila con la bomba dentro del templo, éste sigue sin haber sido identificado, ni se le ha podido relacionar con alguno de los grupos sospechosos de haber ideado el ataque. Son muchas las voces que apuntan a que el primer ministro y general Prayuth prefiere mantener el anonimato en cuanto a la autoría de la masacre, como ya ocurriera en anteriores ocasiones, alegando, enfurecido, que “las autoridades no pueden saberlo”. Sin tener en cuenta que el pueblo quiere y necesita respuestas.
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