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Chalecos amarillos El futuro de los chalecos amarillos: entre el regreso de los incidentes y la confluencia con los ecologistas

Tras cuatro meses de protestas, en París confluye la marea amarilla con manifestantes ecologistas y contra la violencia policial. Una confluencia que podría consagrarse ante el futuro incierto de los chalecos amarillos.

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Un manifestante tira una bandera de la UE a un incendio en París durante las protestas de los chalecos amarillos de este sábado. REUTERS/Philippe Wojazer

PARÍS, Actualizado:

Era el día después del final del llamado “gran debate nacional”. Los chalecos amarillos habían planteado las manifestaciones de este 16 de marzo en Francia como un ultimátum para el presidente francés, Emmanuel Macron. Como era de esperar, el día D no llegó. Las protestas de este sábado abren numerosos interrogantes, pero también interesantes hipótesis, sobre la evolución de este singular movimiento. El decimoctavo fin de semana de protestas de los chalecos amarillos estuvo marcado por una incipiente convergencia de luchas con otros movimientos ecologistas y contra la violencia policial en las banlieues.

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Miles de chalecos amarillos tomaron los Campos Elíseos desde primera hora de la mañana. Según las criticadas cifras del Ministerio del Interior, había unas 10.000 personas. La realidad es que se trataba de una marcha más numerosa que las de las semanas anteriores, aunque tampoco fue una marea humana. Entre los manifestantes, destacaba la presencia de black blocks (agitadores). Como sucedió durante los primeros fines de semana de diciembre, se produjeron múltiples destrozos materiales y confrontaciones con la Policía. En total, unas 80 tiendas resultaron dañadas y 20 de ellas saqueadas, según los comerciantes de la famosa avenida parisina. Esta vez el símbolo de los destrozos fue el restaurante Fouquet’s, emblema del lujo y la alta burguesía parisina.

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“Actualmente, hay gente que intenta por todos los medios dañar la República”, aseguró Macron, que interrumpió su fin de semana de esquí para regresar a París y ponerse al frente de una nueva célula de crisis. De esta forma, contemplar la aprobación de nuevas medidas de seguridad, a pesar de los controvertidos resultados de la mano del joven presidente francés: más de 2.200 manifestantes heridos (la mayoría de ellos pacíficos) por la violencia policial y la aprobación de una controvertida ley liberticida.

Confluencia entre chalecos amarillos y ecologistas

No obstante, mientras que los medios mainstream concentran su atención en los incidentes en los Campos Elíseos, otra movilización humana más numerosa tuvo lugar este sábado por las calles del centro de París. Miles de chalecos amarillos y militantes ecologistas confluyeron en la llamada Marcha del siglo, organizada para alertar ante la urgencia social y climática y apoyar el recurso judicial que el pasado jueves cuatro oenegés presentaron para llevar el Estado francés ante los tribunales por inacción climática. Entre 100.000 (según los organizadores) y 50.000 personas (según el gabinete independiente Ocurrence) participaron en esta manifestación en París. Otras decenas de protestas tuvieron lugar en el resto de Francia. Según los organizadores, un total de 350.000 personas formaron parte de esta marea verde y amarilla en el conjunto del país.

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“Desde el 8 de diciembre había pedido esta confluencia, ya que nuestras reivindicaciones convergen integralmente. Hacer pagar a los ultra ricos, penalizar a las multinacionales que contaminan… Esto los poderosos nunca lo harán. Espero que el día de hoy sea histórico”, aseguró el abogado François Boulot, uno de los referentes de los chalecos amarillos en Rouen (Normandía), durante una rueda de prensa organizada el sábado por la mañana por los organizadores de la Marcha del siglo.

Las protestas de los chalecos amarillos en el restaurante Fouquet's de París este sábado. REUTERS/Philippe Wojazer

“Tenemos que levantar la voz, ya que la única respuesta que hemos obtenido del Gobierno ha sido el gran debate (considerado por la mayoría de los manifestantes como una operación de comunicación)”, afirmó, por su lado, Elodie Nace, la portavoz del movimiento ciudadano ecologista Alternatiba, durante esta misma comparecencia en la plaza de Trocadero, en la zona de la Torre Eiffel.

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Además de la convergencia entre chalecos amarillos y militantes ecologistas, la manifestación del sábado en París también confluyó con otra marcha organizada por colectivos de la banlieue contra la violencia policial. Lo que dio lugar a imágenes que parecían inimaginables hace cuatro meses cuando emergió este singular movimiento de indignación, con el pretexto del aumento del precio del combustible. Es decir, ver manifestarse conjuntamente a ecologistas (muchos de ellos urbanitas de clase media), chalecos amarillos (clases populares) y colectivos de migrantes sin papeles. El éxito de esta movilización se vio reflejado en un aumento significativo del número de manifestantes en comparación con otras marchas por el clima en París, que en otoño del año pasado solo reunían a unas 15.000 personas.

¿El final de las manifestaciones semanales?

“Con los chalecos amarillos hemos recuperado la idea de que protestando podemos obtener avances sociales”, reconoce Fanny H., una estudiante de máster en sociología que por la mañana participó en la manifestación de los chalecos amarillos en los Campos Elíseos y por la tarde en la marcha contra la violencia policial y contra el cambio climático. Tras cuatro meses de protestas, este singular movimiento ha ganado una batalla cultural poniendo en el centro del debate las cuestiones sociales. También ha servido como chispa para impulsar la movilización popular. Según un sondeo reciente del instituto Elabe, el 61% de los franceses apoyan o aseguran sentir simpatía por este movimiento.

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Sin embargo, el cansancio por las manifestaciones de cada sábado empieza a ser palpable. También entre los manifestantes. “El movimiento debería organizarse mejor, que los representantes de los chalecos amarillos estén mejor coordinados”, afirma Roger Sanchez, de 55 años, enfermero, y un histórico manifestante de los chalecos amarillos en París que participó el sábado en la marcha por la urgencia social y climática.

Con las protestas de este sábado, de hecho, surgen numerosos interrogantes sobre la continuidad de las manifestaciones cada sábado. “Tras esta jornada (el 16 de marzo), en cualquier caso, para mí, se habrán terminado las manifestaciones. Manifestarse hemos visto que no funciona”, declaró el camionero Éric Drouet, uno de los impulsores del movimiento, que ahora apuesta por bloquear sectores estratégicos de la economía.

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Además, ha resultado un fracaso el intento de algunos chalecos amarillos de impulsar una candidatura para las elecciones europeas. La mediática auxiliar de enfermería Ingrid Levavasseur, que debía liderarla, renunció a hacerlo. Otros chalecos amarillos persisten con la idea de crear una lista para los comicios del 26 de mayo, pero sus perspectivas electorales son muy modestas, según los estudios de opinión.

Tampoco parece beneficiarse de este heterogéneo movimiento la ultraderecha de Marine Le Pen. Aunque los sondeos apuntan a un duelo entre la República en Marcha de Macron y la Reagrupación Nacional, las perspectivas electorales de la extrema derecha prácticamente no han variado desde el inicio de este movimiento. De hecho, Le Pen marcó distancias el pasado jueves respecto a los chalecos amarillos durante una entrevista en Émission politique, uno de los programas de política con una mayor audiencia en la televisión francesa. “No estoy en guerra contra los ricos”, aseguró la líder de la ultraderecha, que mostró una gran ambigüedad a la hora de defender un aumento de los salarios más modestos, una de las principales demandas de los manifestantes.

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Tras cuatro meses de este movimiento, resulta evidente el giro de las reivindicaciones de los chalecos amarillos hacia posiciones identificadas tradicionalmente con la izquierda. Pero la división de las fuerzas progresistas —en las europeas habrá al menos cinco candidaturas con la Francia Insumisa, los socialistas, los verdes, Générations de Benoît Hamon y el Partido Comunista— y la debilidad de sus aparatos dificultan que cualquier partido de izquierdas se beneficie de ello. Al menos de momento.

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