¿Cuánto dura la paz? Todas las veces que Israel y Hamás han saboteado los acuerdos de alto al fuego
Al acuerdo de un alto al fuego anunciado por Israel y Hamás esta semana le han precedido otros muchos que terminaron fracasando. 'Público' repasa algunos de ellos.
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Madrid-
Los anuncios de los líderes de Qatar, Estados Unidos y Egipto suponen el primer paso en firme para un alto al fuego duradero en la Franja de Gaza. Es el enésimo intento de alcanzar el acuerdo que tantas veces ha saboteado el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Han hecho falta 15 meses de genocidio, casi 47.000 palestinos asesinados y otros 34 prisioneros israelíes muertos para que el armisticio estuviera realmente encima de la mesa del Gobierno israelí.
Aún así, a un lado y al otro de la Franja, miles de personas celebraron el inminente pacto. Durante los festejos, Israel asesinó a otros 71 palestinos. Y es que, hasta la firma definitiva del acuerdo prevista para el próximo domingo 19 de enero, Netanyahu continúa teniendo carta blanca para atacar Gaza. A partir del domingo comenzará la primera fase de las tres que componen el alto al fuego, en la que Hamás liberará progresivamente a los prisioneros israelíes, mientras que Netanyahu liberará a los civiles palestinos encarcelados. Poco se sabe sobre lo que ocurrirá durante y después de la tercera fase, que podría alcanzarse el 13 de abril si todo avanza según lo esperado.
Ante la dificultad para mirar hacia delante, la historia reciente ofrece referencias del curso que tomaron otros armisticios alcanzados por las partes a lo largo del conflicto. En todos ellos, como en el de ahora, se repiten los mismos elementos: la mediación de EEUU, la petición de la retirada de Israel de los territorios ocupados en 1967 y la exigencia del desarme de Hamás. En todos los casos, además, ha quedado latente la asimetría de poder entre las partes durante la negociación, reflejo del colonialismo, de la enorme desigualdad militar. El genocidio aún en curso es el resultado de esa desigualdad.
De los Acuerdos de Oslo a la Cumbre de Paz de Camp David
Septiembre de 1993, fin de la revuelta popular palestina conocida como Primera Intifada, iniciada seis años atrás. En el jardín de la Casa Blanca, Isaac Rabin, primer ministro de Israel y presidente del Partido Laborista, y Yasser Arafat, líder del movimiento palestino Fatah, se dan la mano ante la mirada satisfecha de Bill Clinton, entonces presidente de EEUU. Los líderes de Oriente Medio acaban de firmar la Declaración de Principios sobre Disposiciones relacionadas con el Gobierno Autónomo Provisional, conocida como los Acuerdos de Oslo. La fotografía quedará para la historia, pero el pacto se irá vaciando de contenido hasta quedar en papel mojado.
Oslo era el compromiso asumido por las partes de llegar a un acuerdo de paz en cinco años. En primera instancia, el acuerdo posibilitó la creación de la Autoridad Nacional Palestina, una administración provisional que guiaría a los territorios palestinos hacia la creación de un Estado propio. Esto suponía que las partes se encaminasen a la solución de los dos Estados –uno palestino y otro israelí– y obligaba a Arafat a reconocer, de facto, el Estado de Israel. Sin embargo, el acuerdo no exigía el mismo compromiso a Rabin. De hecho, el término "Estado Palestino" ni siquiera aparece en el acuerdo. Todo ello suponía para Hamás una cesión inaceptable, si bien ellos también aceptarían indirectamente la existencia de Israel en 2017.
Una parte importante del Acuerdo de Oslo pivotaba sobre la seguridad de Israel y sus ciudadanos. En otras palabras, exigía a Arafat acabar con la vía armada y controlar los ataques cometidos por otros grupos de la resistencia palestina, entre los que destacaba Hamás. A cambio, Tel Aviv se comprometía a detener los asesinatos extrajudiciales de palestinos. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Con el objetivo de hacer descarriar el acuerdo, en febrero de 1994, un judío israelí-estadounidense atentó contra una mezquita y acabó con la vida de 29 musulmanes. Como respuesta, Hamás lanzó su primer atentado suicida y asesinó a siete israelíes.
El progresivo intercambio de ataques fue recrudeciendo el ambiente. En 1995, Isaac Rabin, uno de los precursores del Acuerdo, fue asesinado por un israelí ultranacionalista contrario a la paz. El sucesor de Rabin, Shimon Peres, retomó los asesinatos extrajudiciales y ordenó la muerte de un líder de Hamás, a lo que siguieron nuevos atentados de la milicia islámica palestina. En paralelo, los colonos avanzaron en la ocupación de los territorios palestinos.
La tibieza de la comunidad internacional ante la ocupación de Israel de los territorios palestinos, inclinó la balanza de la negociación a su favor. Tel Aviv borró del acuerdo final todos los elementos que legitimaban la creación de una nación palestina y rechazó compartir el control de Jerusalén. Las descafeinadas demandas de la Autoridad Palestina quedaron finalmente sepultadas en el año 2000, cuando Yassir Arafat se negó a firmar el Acuerdo de Paz de Camp David (EEUU). Como explica el analista jordano Tareq Baconi, la esperanza que inicialmente habían despertado los acuerdos de Oslo se tornó rápidamente en resentimiento.
Segunda Intifada y auge de Hamás
Israel vendió la retirada de Yasser Arafat de las negociaciones como una prueba de que los palestinos no querían la paz. Este acusó a Tel Aviv de saltarse el derecho internacional, mientras que Hamás utilizó el acontecimiento como prueba de que Israel nunca aceptaría la creación del Estado palestino.
Ante el inmovilismo, en 2001, tuvieron lugar nuevas revueltas populares en los territorios palestinos, conocidas como la Segunda Intifada. Y aunque inicialmente fueron pacíficos, rápidamente devinieron en un nuevo y desigual conflicto armado. Pese a que desde hacía una década Israel sólo reconocía como interlocutora válida a la Autoridad Palestina dirigida por Arafat, Hamás tuvo un papel central en el curso de la Segunda Intifada y de las posteriores negociaciones, debido a su fuerte presencia en la Franja de Gaza y su capacidad para sembrar el terror en Israel.
El objetivo principal de los ataques de Hamás era lograr el fin de la ocupación israelí y la liberación de los presos. Estas metas también estaban en el foco de la Autoridad Palestina, aunque esta pretendía alcanzarlas –y aún hoy lo hacen– de forma pacífica y en cooperación con Israel. Por su parte, Hamás siempre se ha negado a renunciar a la vía armada, ya que la considera la única fórmula que podría hacer retroceder a Israel. El hecho de que la Autoridad Palestina no haya acabado con el colonialismo es, para Hamás, una prueba de la ineficacia de la vía pacífica.
En el nuevo intercambio de ataques, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon (Likud) aisló a Arafat y reprimió aún más a los palestinos. Por su parte, Hamás continuó protagonizando atentados suicidas contra los israelíes. La Autoridad Palestina trató de recabar apoyos para alcanzar algún acuerdo. Desde Washington, la Administración de George Bush promovió una desescalada del conflicto según el cuál todas las partes debían reducir progresivamente la intensidad del conflicto hasta alcanzar un alto al fuego.
Pero, a cambio de rebajar sus hostilidades, Tel Aviv exigía el desarme de Hamás. Una tarea que, además, creían que debía promover la Autoridad Palestina. Hamás, por su parte, se negó a deponer las armas y condicionó el fin de los ataques a la retirada de Israel de los territorios palestinos ocupados de acuerdo a las fronteras de 1967.
Para Sharon, así como para una parte importante de la sociedad israelí, retirarse de estas tierras era, en cierta medida, ceder unas tierras que consideraban de su propiedad. Ello, a pesar de lo recogido en varias resoluciones de la ONU. Debido a que no había garantías claras de que a un gesto le siguiera otro, ninguno de los actores se atrevió a dar el primer paso.
El primer alto al fuego serio se planteó a mediados de 2001. Sharon exigió a la Autoridad Palestina que contuviera los ataques de Hamás durante una semana. A pesar de la tensión entre las facciones palestinas, la contención se logró. En medio de la tensión, a finales de julio de 2001, Israel asesinó a dos líderes de Hamás junto a otros civiles. Días más tarde, Hamás cometió un nuevo atentado suicida en Jerusalén.
Cambio de marco: los atentados del 11-S
El 11 de septiembre de 2001 dos aviones comerciales con cientos de civiles fueron secuestrados por miembros de Al-Qaeda y estrellados contra las Torres Gemelas en pleno corazón financiero de Nueva York. Otros dos, con destino al Pentágono y al Capitolio no lograron sus objetivos. El espectacular ataque fue la respuesta del grupo yihadista a la estrategia intervencionista de EEUU en Oriente Medio, a través de la cual la Administración Bush buscaba "democratizar al mundo árabe" y proteger sus intereses económicos.
La retórica occidental alrededor de los ataques creó una equivalencia entre "árabe", "islam" y "musulmán", y "terrorismo". Dicha equiparación se extendió por todo el norte global y fue instrumentalizada por Ariel Sharon para deslegitimar la causa palestina, metiendo a todas las facciones –religiosas o laicas– palestinas en el mismo saco e ignorando las diferencias ideológicas entre Hamás y Al-Qaeda.
En el shock de los meses posteriores al 11-S, Israel intensificó los ataques a los territorios palestinos, aumentó los asesinatos extrajudiciales y avanzó en la colonización de Cisjordania. Hamás respondió con virulencia elevando los atentados suicidas. También llevaron a cabo ataques hicieron otros grupos no islámicos, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina, que asesinó a un ministro israelí como respuesta al asesinato de su líder a manos de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI)
El brutal derramamiento de sangre llevó a Hamás a aprobar un alto al fuego unilateral en diciembre de 2001. Pocas semanas después, en enero de 2002, Israel interceptó un barco con munición que, supuestamente, tenía como destinataria a la Autoridad Palestina. Este descubrimiento fue usado por Israel como un nuevo leit motiv de la guerra contra el terrorismo, tras el cuál incrementó la represión de todos los palestinos.
Hamás volvió a retomar los atentados suicidas y sólo se detuvo durante las conversaciones que tuvieron las distintas facciones palestinas en julio de 2002 acerca de una hoja de ruta para detener la sangría. Cuando el alto al fuego estaba a punto de ser firmado por Hamás, Israel asesinó a otro de sus líderes junto a su familia, incluyendo a nueve niños. A este acontecimiento, siguió una respuesta violenta y esta, a su vez, a otra.
Durante los últimos 25 años, el conflicto armado se ha recrudecido o calmado intermitentemente. Sin embargo, su raíz continúa intacta. Ni antes ni ahora, el Gobierno israelí se ha planteado la retirada de los colonos de los territorios que lleva décadas ocupando ilegalmente. Tampoco la comunidad internacional se lo ha exigido. Mientras tanto, el apartheid al que es sometida la población palestina continúa vigente, alimentando el rencor de futuras generaciones.
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