RÍO DE JANEIRO
En Ecuador estaba la sede central y precisamente ha sido la Asamblea Nacional ecuatoriana la encargada de propinar el varapalo definitivo a una estructura renqueante. La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) ha quedado virtualmente desactivada.
Hace una década, todos los países de la región confiaron en ella. Hoy, a modo testimonial, y con nulo efecto, permanecen Venezuela, Uruguay, Bolivia, Guayana y Surinam. El resto ha suspendido su afiliación, fundamentalmente por motivos ideológicos. El último en abandonar el barco ha sido Ecuador, y eso que algunos parlamentarios, como Esther Cuesta, se lamentaba amargamente desde la tribuna el día de la votación. Definía a la Unasur como una necesidad. “Nos quieren separados”, alertaba. Y comparaba el proceso integrador suramericano con el europeo, que se estiró durante décadas. “Quieren que en nueve años ya se haga todo con una varita mágica”, decía. El Tratado Constitutivo de Unasur se firmó el 23 de mayo de 2008, pero no se puso en práctica hasta más de dos años después, cuando se estrenó la secretaría general.
El funeral no está pudiendo ser más desangelado. Se empaquetan sin parar los bienes y enseres de la institución en el edificio del complejo Ciudad Mitad del Mundo, en la región metropolitana de Quito (Ecuador). El gobierno ecuatoriano ya no quiere saber nada de ese centro de operaciones. No se sabe qué hacer con los documentos, los archivos, los equipos informáticos y los muebles. Se desconoce quién se hará cargo de ellos. Ha sido retirada incluso la estatua del expresidente argentino Néstor Kirchner, primer secretario general de Unasur, que estaba justo en la puerta. Todo ha ido a parar, de momento, a los sótanos.
La desaparición del monumento no es un gesto cualquiera. Kirchner invirtió gran parte de sus últimos meses de vida en este proyecto. En la conferencia que impartió Kirchner en The New School (Nueva York, 27/09/10), titulada “América Latina Rising. UNASUR: solución de problemas, dando voz, construyendo futuro”, explicó los principales objetivos de su mandato. “Consolidar la democracia; generar observatorios sobre los derechos humanos, libertad de expresión y políticas de inclusión; y debate sobre la distribución de renta” enumeraba el líder peronista. “No va a haber justicia ni equidad si no hay una justa distribución del ingreso en la región”.
Mercosur no servía para esto, en su opinión. Mercosur es otra cosa. “Es un acuerdo de funcionamiento económico. Nos cuesta mucho avanzar con las asimetrías que tenemos”. Estas asimetrías se siguen trabajando una década después, y vendrán, con total seguridad, otras muchas por delante. El expresidente argentino no quería una colección de parlamentos en la región, no quería que funcionaran en paralelo el parlamento de Mercosur, el del Pacto Andino y el de Unasur. Quería unificarlo. Para ello, el Tratado Constitutivo de Unasur incluía en una de sus cláusulas “la conformación de un Parlamento Suramericano con sede en la ciudad de Cochabamba, Bolivia”. Y, efectivamente, allí se construyó una Cámara que nunca ha funcionado como tal. Evo Morales la inauguró en 2018, en solitario, con la Unasur ya tambaleándose. Hay muchas probabilidades de que todo lo acumulado en los sótanos de la sede central acabe acumulado allí.
Treinta días después la mencionada conferencia, Kirchner fallecía de una parada cardiorrespiratoria, a los sesenta años. La mayoría de los parlamentarios ecuatoriano, los que votaron por el abandono de Unasur, le recuerdan, sin embargo, como símbolo de corrupción, debido a las acusaciones en su contra que se acumulan en los tribunales argentinos.
La debacle de la Unasur la anticipaba ya hace tres años la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en su seminario “Auge y declive de la gobernanza regional en América del Sur: una mirada desde la geopolítica” (Buenos Aires, 22/07/16). En el debate, el profesor Wolf Grabendorff, politólogo alemán de la Universidad Andina Simón Bolívar, recordaba que si iniciativas como la Unión de Naciones Suramericanas –en la misma época se creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC– habían tenido la oportunidad de nacer, crecer e innovar era por contar con el paraguas de situaciones excepcionales internas –los gobiernos de Lula Da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela– y externas –la buena marcha de las exportaciones de materias primas–.
Cuando liderazgos como los mencionados generaron polarización en buena parte de la región, cuando el boom económico se disolvió y cuando Estados Unidos regresó al sur para responder a la influencia china, se consolidó, según Grabendorff, “el resurgimiento de la Organización de los Estados Americanos (OEA) frente al fracaso del modelo de integración regional UNASUR y su tipo de estrategia”.
PROSUR, la respuesta desde la otra orilla
Las posiciones ideológicas de Latinoamérica en general y Suramérica en particular se reparten, en los últimos tiempos, entre el institucional Grupo de Lima y el alternativo Grupo de Puebla. El de Lima (2017), bajo el auspicio de gobiernos conservadores, se presentó como movimiento geopolítico a la crisis venezolana –fue el bloque que con más energía reconoció a Juan Guaidó como presidente legítimo–. El de Puebla (2019), impulsado por referencias de la izquierda, aterrizó como respuesta progresista al anterior.
Intentonas no faltan. Igual que Kirchner, que dirigía la mirada hacia México, el favorito para derrotar a Mauricio Macri en las próximas elecciones presidenciales argentinas, Alberto Fernández, también está atento al nuevo rumbo mexicano: "Nuestra mayor obsesión es reconstruir la integración regional en América Latina, con México incluido, porque, desde la llegada de López Obrador, México ha vuelto a mirar a América del Sur", afirmó en una entrevista con C5N. "Existe en muchos de los gobiernos de América del Sur, el gobierno uruguayo, el mexicano, el de Bolivia, eventualmente el argentino, la idea de reconstruir la integración que alguna vez fue”.
Lo cierto es que los gobiernos que componen el Grupo de Lima han tomado ventaja a la hora de inaugurar una nueva maquinaria integradora. Se trata de PROSUR. Como cabezas visibles: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay y Perú. Todos, excepto Guyana, abandonaron la Unasur tras cambiar la línea editorial de sus respectivos Ejecutivos. Falta saber si a los actuales presidentes les dará tiempo a avanzar medianamente en su estrategia, o si el pecado original es el mismo que el de la Unión de Naciones Suramericanas y el proyecto nace muerto.
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