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MOSCÚ.- El 25º aniversario del intento de golpe de Estado en la Unión Soviética se celebra a pocos meses del de su disolución, este 26 de diciembre, y del de su episodio fundacional, la Revolución de Octubre, que tendrá lugar el próximo año. Tanto en los medios de comunicación rusos como en el mercado editorial –en menor grado, aunque también, en los de otros países–, siguen habiendo debates, en ocasiones enconados, sobre las alternativas a los acontecimientos del año 1991 que condujeron a la desaparición de la URSS.
¿Era el colapso de la URSS, como sostienen algunos, inevitable, o podía aquel Estado socialista –el primero del mundo– haber escapado a ese destino? Si es así, ¿cómo? ¿En qué momento exacto? Las respuestas a estas preguntas se consideran, por lo general, contrafácticos, cuando no son desestimadas como un ocioso ejercicio de especulación intelectual, “historia en subjuntivo”. En otros países del antiguo campo socialista, China sobre todo, esta cuestión se ha tomado por el contrario muy en serio con el objetivo de evitar su misma suerte. La fórmula ha sido una discutida combinación de liberalización económica sin alterar en lo esencial el control del Partido Comunista sobre la sociedad en su conjunto.
Como explica el decano y reconocido especialista en Rusia Stephen Cohen, hubo alternativas a la desaparición de la URSS. Éstas “realmente existieron en puntos de inflexión en la historia soviética y post-soviética, fundadas en realidades de aquella época, representadas por dirigentes y con el suficiente apoyo político como para haber tenido la oportunidad de haber sido puestas en obra”. “Se puede estar en desacuerdo sobre sus posibilidades de realización, pero no en que gente real luchó, y en ocasiones murió, por ellas”, escribe Cohen en Soviet Fates and Lost Alternatives (Columbia University, 2011).
Uno de esos puntos de inflexión en la historia soviética fue, sin duda, la perestroika. En 2013 en una entrevista al profesor de Economía de la Universitat de Barcelona (UB) Ramón Franquesa, que en la década de los ochenta participó en un programa de intercambio de la Universidad Lomonosov de Moscú, explicaba más al respecto. Según Franquesa, la perestroika de Mijaíl Gorbachov fue “la brecha […] para convertir lo que tenía que ser una reforma de carácter socialista en un paso en dirección al capitalismo salvaje en un período muy breve de tiempo”. En ese punto de inflexión –o en esa brecha, si se quiere– hubo una persona que luchó por mantener el espíritu original de la perestroika, primero con Gorbachov y después contra Gorbachov: Yegor Ligachev.
El número 2 del Kremlin
“En la historia convencional, la explicada por la mayoría de observadores occidentales desde los ochenta, Ligachev es el villano por antonomasia de la política soviética bajo Mijaíl Gorbachov y sus reformas, el principal 'enemigo de la perestroika', un 'conservador de línea dura', incluso un 'neoestalinista' reaccionario”, apunta Stephen Cohen en el prólogo a la traducción inglesa de las memorias de Yegor Ligachev. Sin embargo, esta visión en blanco y negro de la realidad rusa, como tantas veces acostumbra a ocurrir en los medios occidentales, no encaja con la realidad.
“Prefiero Siberia, donde la gente te dice lo que piensa a la cara. En Moscú te apuñalan por la espalda”. Esta frase resume bastante bien el carácter de Yegor Ligachev (Dubinkino, óblast de Novosibirsk, 1920), alguien que llegó incluso a rechazar un puesto y una carrera en Moscú –la mayor recompensa para un funcionario del partido comunista en tiempos de Brézhnev– para pedir su traslado a Tomsk, donde, bajo su supervisión, esta ciudad de Siberia central experimentó un florecimiento cultural y económico gracias al 'boom' petrolífero en la región y la construcción de instalaciones para su extracción y refinamiento.
Ligachev era un comunista convencido, pero a la vez aspiraba de manera sincera al cambio. Como jefe del partido en Tomsk había experimentado la frecuentemente arbitraria burocracia del período de Brézhnev y personalmente la había sufrido en propia carne. Durante su juventud estuvo varios meses en el paro –lo que era una auténtica rareza en la URSS– mientras las autoridades le investigaban por presuntas conexiones con el trotskismo. El padre de su esposa era un general soviético fusilado en 1937 después de un juicio exprés de diez minutos en una de las purgas del Ejército Rojo. Quienes le conocían coincidían en señalar la integridad moral de Ligachev y su carácter austero e incorruptible como dos de sus principales virtudes.
Sin el apoyo de Ligachev, Gorbachov nunca habría llegado al poder en marzo de 1985
Como el propio Gorbachov, Ligachev fue uno de los políticos reformistas apadrinados por Yuri Andrópov, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) entre 1982 y 1984. Andropov, como después Gorbachov, intentó emprender una reforma del sistema soviético que sacase al país del estancamiento general en que los años de Brézhnev lo habían sumido, y evitar que los procesos subterráneos de desintegración económica ya en marcha terminasen con la URSS como tal, pero su prematura muerte se lo impidió.
Gorbachov y Ligachev también compartieron un viaje oficial a Checoslovaquia, donde quizá se familiarizaron con el programa de reformas del presidente Alexander Dubček, abortado por la ‘doctrina Brézhnev’. Aunque el impulso de reforma de Andropov quedó temporalmente frenado por su sucesor, Konstantín Chernenko, la muerte de éste y el ascenso de Gorbachov lo devolvió a la primera página de la agenda política.
En 1985, Gorbachov, ya secretario general del PCUS, telefoneó a Ligachev para informarle de su nombramiento como responsable del Secretariado del partido. De este modo, Ligachev se trasladó de su despacho como responsable del Departamento de Organización –desde el cual se había encargado de la necesitada renovación de cuadros en el partido tras los años de Brézhnev– al número 2, en la quinta planta del Kremlin, la oficina que anteriormente habían ocupado Mijaíl Suslov, Andrópov, Chernenko y el propio Gorbachov. De este modo, Ligachev se convirtió en lo que en la kremlinología de la época se conocía como “el número dos del Kremlin”.
A pesar de los retratos posteriores –que llegaron a presentarlo como el arquitecto de varias conspiraciones palaciegas para desalojar a Gorbachov del cargo–, lo cierto es que sin el apoyo de Ligachev Gorbachov nunca habría llegado al poder en marzo de 1985 frente a las resistencias de los apparatichiki de Brézhnev, y la perestroika, en consecuencia, no hubiera sido posible. Ligachev fue, por ejemplo, uno de los políticos que reabrieron el debate sobre la represión durante la década de los treinta, entre otras medidas de glasnost (“transparencia”) para, en sus propias palabras, “que el trabajo de toda una vida de los padres, abuelos y bisabuelos de la nación se presente ante nuestros ojos en toda su extensión y heroísmo, en su tragedia así como en su grandeza”.
Los dos momentos de la perestroika
“Habiendo abandonado muchos de los dogmas comunistas del pasado, Ligachev aceptó la necesidad de un grado significativo de liberalización y desmonopolización de la economía, glasnost, liberalización política y reformas en un ersatz de Unión, pero siempre, al mismo tiempo, protestando contra sus 'extremos' tal y como él los veía: el 'anticomunismo' en política, la 'difamación' en la escritura de la historia, el 'capitalismo' en la economía y el 'antisovietismo' en las repúblicas” manteniendo la primacía de las instituciones soviéticas en un sistema reformado, explica Cohen. Pero a diferencia de Gorbachov, los reformistas como Ligachev “querían salvar el sistema mejorándolo, no reinventándolo, como Gorbachov iba pronto a intentar hacer”.
En la introducción a la edición estadounidense de sus memorias escribe Ligachev: “En 1985, cuando comencé la perestroika junto a Gorbachov, apenas podría haver predicho que conduciría al desplome de la URSS seis años después, o que el propio Gorbachov se vería obligado a abandonar el puesto de liderazgo en una mezcla de circunstancias complejas y contradictorias”. El antiguo número 2 del Kremlin distingue dos fases de la perestroika: la primera, de 1985 a 1988, y la segunda, desde ese año hasta el final de la URSS. “En 1988 terminé convencido de que el curso original de la perestroika estaba siendo peligrosamente distorsionado y, por encima de todo, que ello estaba amenazando con causar separatismo y una erupción del nacionalismo” en las distintas repúblicas soviéticas.
"En 1985, cuando comencé la perestroika junto a Gorbachov, apenas podría haver predicho que conduciría al desplome de la URSS seis años después"
¿Por qué se desvió el curso de las reformas? Según Ligachev, Gorbachov se dejó rodear de asesores procedentes del mundo académico con poco conocimiento de la realidad –el autor destaca en varias ocasiones lo poco que estos asesores recorrieron el país durante aquellos años para conocer de primera mano los problemas de los ciudadanos– y que fueron éstos quienes le influyeron negativamente. Entre ellos destaca a Alexander Yakovlev, a quien Ligachev acusa de haber estado, en calidad de secretario del departamento de propaganda del Comité Central del PCUS –y como tal, con un amplio control sobre la prensa–, detrás de la campaña de desprestigio del Ejército Rojo y su historia, destinada a debilitar al PCUS y facilitar una restauración capitalista.
Pocos años después de ponerse en marcha el proceso de perestroika, en torno a 1987, “la glasnost y la democracia estaban siendo utilizadas por determinados radicales para incitar tensiones sociales, desorientar a la opinión pública y desestabilizar el Estado”. Para el político, no eran más que “demagogos que estaban utilizando la glasnost para sus propios fines”.
El contenido semántico del término perestroika, según relata Ligachev, fue reemplazado, con sigilo, por el de un “gran salto” a la economía de libre mercado, mientras que quienes “exhibían cautela ante este salto y preferían el proceso de reestructura, que es lo que 'perestroika' significa, fueron tachados de defensores de los viejos métodos de mando burocrático y fuerzas obstructoras, y se les etiquetó de conservadores” (entre ellos al propio autor). “Más tarde –continúa Ligachev–, sin ninguna base teórica, la palabra 'socialista' también desapareció [de los documentos oficiales]. Eso dejó 'varias formas de propiedad', lo que condujo a la opinión pública a aceptar la propiedad privada como algo natural. El concepto de 'pluralismo socialista' se convirtió en mero 'pluralismo político'.”
¿Por qué se desvió el curso de las reformas? Según Ligachev, Gorbachov se dejó rodear de asesores procedentes del mundo académico con poco conocimiento de la realidad
Desde los círculos académicos y los medios, señala, se popularizó el concepto de uskoreniye (“aceleración”), que ponía énfasis en la obtención inmediata de resultados en las reformas, en particular en la esfera económica. Fueron estos mismos “hombres de la perestroika” como Yakovlev, a quienes Ligachev tacha de “renegados y revisionistas”, quienes “rápidamente cambiaron su afiliación de comunistas a 'demócratas nacionales', prendiendo con alfileres los colores nacionales [la bandera tricolor] a las solapas de sus chaquetas para mantener su poder y privilegios”.
“Andando el tiempo –escribe Ligachev– se evidenció que se habían tomado preparativos de antemano para la proclamación del 'sagrado principio de la propiedad privada'. Para esto era necesario desestabilizar y luego destruir la economía planificada nacional. Esta tarea, a su vez, comenzó con un golpe propagandístico a su sede central, los centros de la administración, bajo el pretexto de estar atacando 'el sistema de mando-administrativo'.” Además, añade, “no fueron pocos los políticos en Occidente que condicionaron la ayuda económica a nuestro país a un mercado sin ninguna regulación y propiedad privada de los medios de producción. Entre ellos se encuentran quienes simplemente quieren convertir a la Unión Soviética en un apéndice proveedor de materias primas de Occidente. En otras palabras, estamos hablando de la naturaleza de clase de la política occidental, expresada abiertamente”.
El enigma Gorbachov
Yegor Ligachev también acusa a su viejo colaborador Gorbachov de una característica que posteriormente otros historiadores también le atribuirían: indecisión. “Llegar tarde o reaccionar con demasiada lentitud a los acontecimientos era una de las características más notables de Gorbachov. Hay numerosos ejemplos: desde Nagorno-Karabaj y Lituania a la reforma de precios y medidas financieras para embridar la crisis”.
En efecto, Gorbachov parecía en numerosas ocasiones ser rehén de acontecimientos que en realidad todo el mundo esperaba que controlase. “¿Era táctica o estrategia?”, se pregunta Ligachev sin ofrecer ninguna respuesta. El propio autor recuerda que una persona del partido le comentó que “Mijaíl Serguéievich es un presidente que quiere pasar a la historia como un hombre limpio, sin que nadie le acuse de haber dirigido una dictadura”. Otros, en cambio, sostienen que esta vacilación se debía al temor del presidente de la URSS a que le ocurriese lo sucedido a Nikita Jruschov, a quien una rebelión interna del Partido Comunista acabó apartando del puesto de secretario general.
Ligachev mantiene en sus memorias que Yakovlev atemorizaba al líder soviético recordándole precisamente este episodio. Las sospechas de Gorbachov no eran del todo infundadas: según versión del propio Gorbachov, en 1984, durante el mandato de Chernenko, un equipo de funcionarios del Ministerio del Interior había recibido el encargo de encontrar material comprometedor sobre él. Este comportamiento –y sus motivos, nunca aclarados– pasaron a la historia como “el enigma Gorbachov” y las memorias de Ligachev tienen justamente ese título en ruso ('Zagadka Gorbacheva').
Sea como fuere, esta manera de actuar de Gorbachov acabó lastrando su imagen pública, primero, y actividad política, después. En un pleno del Comité Central en septiembre de 1989, Ligachev –quien ya había mostrado su desacuerdo con Gorbachov abierta y públicamente– advirtió de los riesgos que acechaban a la URSS, como el desplome de la economía, y pidió aprobar una resolución sobre la unidad del partido. “Dije que era necesario ahora, antes de que fuese demasiado tarde, para prevenir que el país se deslizase hacia el abismo”. “Pero Gorbachov llamaba a la gente a 'mantener la calma'”, lamenta.
En otra sesión posterior del Politburó del PCUS, Gorbachov observa que las calumnias contra el Politburó no cesan, sino que incluso han ido en aumento. “¿Sabe usted por qué está ocurriendo?”, pregunta Ligachev. “¿Por qué?”, contesta Gorbachov. “Porque no tenemos a un Lenin. Él siempre protegía a la gente que trabajaba junto a él de ataques injustos”, responde, tajante, Ligachev, según el cual se produjo un profundo silencio mientras el presidente de la URSS ojeaba, abstraído, unos documentos frente a él.
Yegor Ligachev perdió todos sus cargos en 1990, un año antes de la disolución de la Unión Soviética que había luchado por reformar y preservar. A juicio de Cohen, “Ligachev se convirtió en una figura trágica: un reformista moderado en tiempos radicales y un conservador progresista cuando todo lo sagrado se convirtió en objetivo de ataques”.
Después de la URSS
Tras la desintegración de la URSS, Ligachev, fiel a su fama de luchador, no dio su brazo a torcer y no se retiró de la política. El antiguo número dos del Kremlin se convirtió en asesor del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), el heredero formal del PCUS. En 1999 llegó a ser elegido diputado de la Duma por Tomsk –fue el parlamentario de más edad de aquella legislatura–, y aunque no se presentó a los siguientes comicios, durante diez años fue miembro del Comité Central del PCFR, hasta que en el año 2013 abandonó el puesto.
Mientras las fuerzas le han acompañado, Ligachev ha dado batalla. También en el PCFR, donde ha disputado abiertamente la línea mayoritaria establecida por su secretario general, Guennadi Ziugánov, favorable a la restitución de la memoria de Stalin. Cuando Stephen Cohen le preguntó en su octogésimo aniversario cómo era la vida después de haber abandonado el primer plano de la política, Ligachev respondió: “Puedo andar libremente por donde quiera. Utilizo el transporte público sin que me entre ansiedad. No tengo nada que temer. En la calle la gente me reconoce y me habla, pero nadie me ha dirigido una mirada hostil o una mala palabra. Para mí, esto es una recompensa por la vida que he vivido”. Y, según el relato de Cohen, añadió desafiante: “Que 'ellos' [quienes actualmente ocupan el Kremlin] intenten hacer lo mismo y salir a la calle sin sus guardaespaldas”.
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