a coruña
Actualizado:El actual presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, adelantó para los próximos años continuidad a todo lo hecho y andado en los trece años de gestión conservadora de Alberto Núñez Feijóo. Cuatro mayorías absolutas que el expresidente y su sucesor en el cargo presentan como su mejor aval. La confianza del electorado, renovada en las urnas de manera periódica, convirtió su trayectoria al frente del ejecutivo en algo incuestionable. Cabe hacer una pregunta: ¿Por qué votan los gallegos a Feijóo?
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"Feijóo trajo estabilidad a la economía"; "Puestos de trabajo después de la crisis"; "Seriedad y gestión".
Ya, pero, ¿eso qué quiere decir?
El Diccionario da Real Academia Galega recoge el término "popular" con tres acepciones: "Que es o procede del pueblo", "que es bien acogido por el pueblo" y "que se extiende o está al alcance de las clases con menos recursos económicos". Para el tema que nos ocupa en estas líneas, cogeremos la segunda definición y haremos una tercera aportación: "Que forma parte o hace referencia al Partido Popular".
Si hablamos de popularidad en los términos escogidos, Alberto Núñez Feijóo no tiene parangón ni igual en la política gallega de la última década. El candidato que no sabe lo que es pactar con sus homólogos del espectro político ni ceder a las demandas de la oposición, y que llega tranquilo a las sesiones de investidura, sabedor de que siempre dan las cuentas, probará ahora suerte en la liga de los grandes, donde tendrá que construir un relato alrededor de su persona diferente del que le erigió en buen gestor a lo largo de los trece años que ostentó la cabeza de la autonomía.
Tampoco en popular tiene competencia, y no solo por azul: el barómetro del CIS previo a las elecciones autonómicas de 2020 le otorgó un 6,4 de aceptación entre la ciudadanía gallega. El más valorado y también el más conocido, por delante de la aspirante del BNG, Ana Pontón, con un 5 raso, frente al suspenso estrepitoso del resto de los cabezas de lista en estima y popularidad.
Las banderas de campaña lucieron, hasta ahora, el estandarte de la estabilidad, de la seriedad y del conocimiento de una Administración en la que el jefe del gobierno gallego remó hasta ahora como experimentado capitán, y, tras la carrera preelectoral de cada cuatro años, se le sumaba el referéndum del pueblo gallego, que le renovaba la confianza y volvía a premiar esa gestión con otro gobierno tranquilo y con los números hechos.
Alfonso Rueda, heredero por designio divino, promete continuidad y pide la confianza de la ciudadanía estribando, de nuevo, en ese pasado de gestión y validación popular, que convierten la etapa iniciada en 2009 en incuestionable. Y, por extensión, en el mejor aval del nuevo presidente, partícipe de aquellos gobiernos de tranquilidad.
La pregunta que hace falta formular, desterrando previamente los viejos y lamidos mantras de que los gallegos votan mal, es cuál es la Galicia que deja, a ojos de los que le autorizaron en las urnas lo realizado, el más popular de los candidatos populares. ¿Qué responde la ciudadanía a pie de calle a la pregunta "¿qué legado deja Feijóo?"?
Antes de analizar las respuestas de la calle, la honestidad obliga a hacer una aclaración. Este reportaje nació concebido como otra cosa. La metodología a seguir no fue muy diferente salvo en lo esencial. Consistía en formular la misma pregunta, que después fue trasladada a la calle, a los altos cargos del PP de Galicia, con el objetivo de que fueran ellos mismos los que valoraran la herencia del líder que marchaba a Madrid con el trabajo hecho.
La pregunta fue elevada a los cuatro líderes provinciales: Diego Calvo, Alfonso Rueda, José Luis Baltar y Elena Candia, la de los altos cargos en el Parlamento gallego y el partido, Pedro Puy Fraga y Miguel Tellado, y la de las integrantes del Consello de la Xunta próximas al expresidente, Ángeles Vázquez y Fabiola Martínez. No hubo respuesta en ningún caso. Queda dilucidar se por desconfianza o por indiferencia, pero los grandes líderes del Partido Popular de Galicia no se atrevieron, o no quisieron, entrar a valorar el legado del laureado presidente. Éstos, los hechos. De los lectores, las conclusiones.
Escrutado, no obstante, el parecer de la ciudadanía en la calle, la humilde impresión que queda de esa gestión brillante es la de una linda envoltura para un interior vacío. La mayor parte de las personas consultadas, votantes confesas del expresidente y con edades comprendidas entre los 24 y los 70 años, respondieron con argumentos vagos, basados en el relato que el equipo de comunicación y el engranaje mediático gallego construyeron en estos trece años alrededor de la figura del ahora líder estatal. "Dejó una Galicia con menos paro y más puestos de trabajo" o "deja una Galicia mucho más estable y rica" son las afirmaciones más reiteradas entre sus votantes, que descartan entrar en materia cuando se les pide concreción. "Estamos mejor", resumen.
La sombra del proceder del bipartito PSOE-BNG, que gobernó la comunidad entre 2004 y 2009, está muy presente en la intención de voto de los electores populares más viejos, que guardan memoria amarga de la etapa capitaneada por el Ejecutivo anterior.
La elección, en muchos casos, no depende de quién vaya a gobernar, sino de quién no lo va a hacer. "Feijóo arregló el desastre del bipartito, que nos llevó a la ruina. Haga lo que haga, será mejor que lo que hagan PSOE y BNG"; "bajó el paro, hay más trabajo", juzgan sus votantes. Los datos sentencian el parecer de los electores, con un descenso de la inversión en educación de 300 millones en la última década, una pérdida demográfica de 88.000 personas, un 148% más de deuda pública y 100.000 empleos menos con respeto a las mismas fechas.
Las características personales influyen también en los gallegos a la hora de meter la papeleta azul. "Es serio e inspira confianza cuando habla"; "no se altera y no discute, está siempre a la altura de las circunstancias y parece buena persona"; "no tiene ideas radicales, representa el centro".
De las dos primeras frases se pueden decir muchas cosas; la tercera esconde una verdad: durante sus trece años de debates parlamentarios y comparecencias públicas, Feijóo fue acusado a ambos extremos del tablero de una cosa y de la contraria, un rol andrógino con el que siempre sale guapo y que explota a su favor. De "fascista" por su izquierda y de "nacionalista rojo" por su derecha, un espacio con el que, hasta la etapa que empieza, no tuvo la suerte o la desgracia de confrontar. Una ambigüedad para la que hay quien formula diagnosis: "Feijóo es capaz de decir un día una cosa y al día siguiente la contraria, según le convenga", dice quien no votó por él.
Sus electores consultados más jóvenes, que poco recuerdan una Galicia previa a las cuatro mayorías y sin sesgo de la herencia del Gobierno anterior, destacan como la aportación más destacada de Feijóo a Galicia en sus casi tres lustros de mandato su "compromiso con los empresarios y con el progreso económico de la comunidad".
Un compromiso que los presidentes de las patronales coincidieron en agradecer al presidente tras el anuncio de su marcha, y que tampoco suscita una excepcional sorpresa viniendo de quien en su primera legislatura fue partidario de privatizar "todo lo que no sea el núcleo duro" de la sanidad.
Promesa cumplida, diez años después, con el aumento de los conciertos con hospitales privados, en manos de compañías como Quirón, Fresenius, Centene o HM Hospitales, la privatización de la gestión del Nuevo Hospital de Vigo o la cesión a multinacionales del Sistema de Información Sanitaria, la historia clínica electrónica, las recetas o la cita previa.
Diez años después de aquellas declaraciones premonitorias y con el compromiso empresarial sobradamente acreditado, queda por desgranar qué es eso del "núcleo duro" de la sanidad que no se podía privatizar.
A este respeto, la gestión de la pandemia de la covid-19 en Galicia ocupa gran parte de los elogios de sus votantes más fieles, que pecan, quizás, de memoria cortoplacista. "Tenemos una sanidad más modernizada y con más recursos, con calidad en la atención, que hizo que en Galicia no colapsaran los centros de salud y hospitales y que no haya muerto tanta gente como en Madrid".
Toda una proeza, sin duda, máxime se se cuenta con 1.000 camas menos, y tras el desmantelamiento de los hospitales comarcales y la eliminación de tres áreas sanitarias. La atención primaria sufrió las peores consecuencias, quedando relegada, trece años después, al 12% del gasto sanitario total. Una circunstancia que tampoco puede coger a nadie con la guardia baja, pues fue debidamente adelantada, en los albores de aquella primera legislatura, con la paralización del Plan de Mejora de la Atención Primaria, un proyecto del bipartito llamado a transformar el funcionamiento de los centros de salud y cuyo sino final fue quedarse en un cajón.
Existe una cuestión, sin embargo, a la que la mayor parte de los encuestados no se atreve a dar respuesta, siguiendo el ejemplo de los cargos del partido interpelados para lo que iba a ser, en origen, este reportaje: "¿Cuál es el gran proyecto de Feijóo en sus trece años de gobierno?». Entre el mutis por el foro de los más de los consultados, un firme defensor del proyecto quiso hacer constar una premisa: «El gran proyecto de Feijóo en sus trece años fue Galicia».
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