Opinión
Adiós, maldito 2024
Profesor de Ciencia Política en la UCM
-Actualizado a
Los ciclos de la tierra, esos que nos invitan a pensar pegados a la naturaleza, dando vueltas sobre algunas rutinas, sabiendo que dormimos y amanecemos, que llegamos y nos vamos. Que nos permiten otear certeza duras, como que apenas nos recordarán, si acaso alguien nos recuerda, un puñado de años, igual que es muy probable que nuestras bibliotecas terminen en una tienda de segunda mano -donde alguien sabrá que teníamos libros que nunca abrimos-. Que los amores y los desamores los repetirán en su misma gloria y su mismo drama los que lleguen (seguro que con menos torpezas), que otros se marcharán y otros regresarán al gran invento de dioses y paraísos, de apellidos y revoluciones donde todo seguirá su rueda infinita. O no, y entonces ¿será mejor o peor?
Un día -en verdad, unos cuantos cientos de miles de años- se desarrolló nuestra capacidad de entender. E igual que entendemos, aprendimos a olvidar. Es muy intuitivo vislumbrar que, durante millones de años, nuestros antepasados solventaron los retos de la vida con el cuerpo que tenían. No les fue mal porque sobrevivieron. Cuando el cerebro evolucionó -hace nada en el viaje de la humanidad- ese cuerpo, acostumbrado a mandar, no le entregó los mandos a la compleja arquitectura de neuronas recién llegada, esa capaz de asombrarse a sí misma. Descartes se equivocó, nos dijo el neurobiólogo Antonio Damasio sobre los hombros de Spinoza. Para ser, primero sentimos y luego, solo luego, pensamos. Siento luego existo. Sentimos más deprisa que pensamos y luego, el pensamiento evalúa lo sentido, a menudo para justificar lo que ya sabemos. Puedes pensar mucho y pensar mal.
La noche invita a la reflexión esperando que al día siguiente amanezca, y nos despedimos del ciclo de las estaciones sabiendo que hay un día, el solsticio de invierno, en el que los días del hemisferio norte empiezan de nuevo a hacerse más largos. Las religiones con su gran teatro vinieron después. Desde las culturas megalíticas, hace más de 5000 años, hacemos planes para el nuevo ciclo. Un rayo de sol se cuela entre las piedras y soñamos.
Los años se despiden con promesas de futuro. Unos, como Trump, aprovechan para amenazar con las siete plagas al planeta; la gente más normal se promete mejorar, en lo físico, en los conocimientos o, lo que siempre es más consolador, intentando ser mejores personas. No es verdad que seamos constantes haciendo deporte después de enero, ni que le dediquemos a los idiomas el tiempo que reclaman. ¿Cuánto nos dura la voluntad de ser menos egoístas?
2024, con algunas salvedades, ha sido un mal año para la bondad. Es verdad que la indignación es una señal de que no se nos ha anestesiado la capacidad de asombrarnos con la maldad. Pero sabe a poco. No estamos a la altura. Ni en lo individual -yo, lo tengo bastante claro, no lo estoy-, ni como sociedades. En España, intentamos corregir el rumbo con el 15M y los cinco millones de votos de Podemos. Pero nos doblaron el brazo. Hoy, todo aquello está en guerra fratricida. Una amplia mayoría andamos alejados del fragor -como en mi caso, aunque lo vivo como una derrota-, Pablo Iglesias se ha reinventado como empresario mediático y hostelero que se divierte categórico en las televisiones y pone nombres atrevidos a los cocktails en tanto en cuanto resucita Emiliano Zapata; Alberto Garzón celebra la llegada de un ISIS maquillado a Siria; Errejón creyó que bastaba calcular, ser frío como el mármol y tener aliados en La Sexta y PRISA para que pusieran su nombre a una calle; la Ministra de Sanidad, Mónica García, renuncia a ser la Juana de Arco de la sanidad pública cerrando Muface (un privilegio antiguo para los funcionarios); y Yolanda Díaz volvió a demostrar que los dioses primero ciegan a quienes quiere perder. Mientras el PSOE sufre lo que no le pasaría si no hubiera mirado a otro lado cuando los jueces destrozaban a Podemos.
EEUU camina al matadero arrasando todo en su camino de balcanización del mundo. Europa le sigue sin rechistar, China puede dar un zarpazo si se le incomoda en exceso, Rusia hace de tapón, África se desangra, en Asia ha empezado el incendio y América Latina tiene demasiado cerca al decadente y desesperado imperio. En América Latina, por lo menos, han aprendido a resistir y a veces les sale. Los que venden armas están ganando más dinero que en la Segunda Guerra Mundial.
2024 se marcha y que los dioses lo confundan. Deja muchos escombros. Ni las desigualdades de clase -la pobreza, el riesgo de exclusión, la falta de sanidad y de educación-, ni las de género -todo lo que acompaña a la violencia contra las mujeres, a las desigualdades laborales, a los privilegios de nosotros, los hombres-, ni las de raza -el mundo del Sur, que se hunde y se ahoga lentamente, que sufre la extensión de las guerras y que emigra-, ni la devastación medioambiental, ni el crecimiento de los monopolios tecnológicos -con la Inteligencia Artificial (IA) como una amenaza inminente- ayudan a mejorar el paisaje. Maldito 2024.
El genocidio en Gaza, que se está extendiendo por Oriente Medio, inaugura la era de la hegemonía de Israel en la región, que es otra manera de decir que la hegemonía de EEUU en la zona la va a garantizar un capataz sin escrúpulos al que ya no le queda una célula de humanidad. Demasiadas escuelas, hospitales, centros de refugiados, colas de alimentos, niños y niñas reducidos a cenizas significan haber quemado las naves de cualquier compasión. En los campos de exterminio, suicidarse era una opción de humanidad. Enfrente de esa gente decente que no quería sobrevivir sobre nadie, estaban los judíos de la zona gris, los que colaboraron con el exterminio de los suyos, los kapos que colaboraban con los nazis. Hoy, el Israel de Netanyahu es el Kapo de los EEUU. ¿Cuánta gente se estará suicidando en el ejército israelí? Los nazis tienen buenos alumnos en sus antiguas víctimas.
La ruta atlántica de la emigración camino de las islas Canarias ya tiene el palmarés de muerte. La Unión Europea ha subcontratado el control de la frontera sur a países donde los derechos humanos son inexistentes. Esas películas de sicarios, mafias, policías migratorias, bandas, violaciones, abusos, secuestros, centros de prostitución que han poblado el cine de frontera en EEUU hoy tienen lugar en la ruta de Canarias. La bestia, esos trenes de la muerte camino de la frontera norte, son hoy las pateras que han llevado a la muerte este año a más de diez mil personas, 30 cada día -cada día-. 30 seres humanos que se han montado en esas cáscaras de nuez porque en sus países se pensaban ya muertos.
En España, este 2024, hay 1000 mujeres bajo protección por amenazas de violencia de género. Y han sido asesinadas 45 mujeres, además de nueve menores, muertos como la forma más extrema de hacer daño a las parejas o antiguas parejas. Hay hombres que -perdonen- parece que tuvieran declarada una guerra civil a las mujeres (es la imagen de crueldad descarnada que muestran los testimonios de la página de Instagram de Cristina Fallarás, tantas dentro de las propias familias, tantas a menores, donde no solo se habla de violencia física, sino también de violencia psicológica, esa que ejerces y no siempre reconoces cuando hay situaciones de poder). La derecha desprecia esa violencia y dice que no existe. En la izquierda -masculina- nos sabemos la teoría, pero no siempre nos sabemos la práctica. Vivir en el privilegio no nos hace ser siempre conscientes del daño que causamos. Una parte importante de la democracia pendiente vendrá del feminismo. A los hombres nos queda mucho que aprender -siguiendo la reflexión en primera persona, a mí me queda mucho que aprender-, y mientras se reajusta la sociedad, lo que sin duda generará grietas de asentamiento que tendremos que evaluar, pongámosle toda la inteligencia y la sensibilidad de la que seamos capaces (ha habido casos recientes que han ayudado al debate), también pensando más allá de nuestras fronteras.
El drama de la DANA en València y las evitables 231 víctimas, han demostrado varias cosas (como si no bastara la experiencia de tantos otros sitios). Que renta tener políticos de altura y no chisgarabís elegidos más por el odio a los otros que por sus cualidades; que solo lo público puede dar respuestas a los grandes desafíos; que el calentamiento global no se solventa con indemnizaciones sino cambiando el modelo; que la derecha va a utilizar cualquier crisis para mentir y barrer para casa; y que la gente siempre es la que saca las castañas del fuego cuando la cosa está caliente. 2024 no ha avanzado nada para evitar el calentamiento global. Ya no caben más discursos huecos. Si los políticos no tienen claros los datos, la ciudadanía tampoco -Sánchez ha hablado, como si fuera factible, de subidas de la temperatura de 3º, ignorando que eso implicaría temperaturas en España de 60º, incompatibles con la vida-. Vamos a tener que acostumbrarnos a otro tipo de vida. Y la Inteligencia Artificial debiera ayudarnos a ello, no a que locos como Elon Musk terminen de reventar el planeta.
2024 ha sido el último año antes de que la IA extienda sus tentáculos inaugurando un nuevo mundo. La IA sabe todo lo que hemos aprendido los seres humanos desde que existen registros. Lo ha leído todo, visto todo, escuchado todo. Y al igual que ya no nos sabemos apenas números de teléfono ni los conductores las calles, la forma en que hemos conocido hasta ahora va a cambiar. La lectura sosegada, el conocimiento detenido, la reflexión profunda van a ser sustituidas por alguien que sabe todo lo que se puede saber de manera pública hasta 2024. Pero que no se ha detenido a pensar cómo vamos a conocer a partir de ahora. Nunca van a hacer más falta las humanidades. ¿Les haremos caso en 2025?
"Y si ya no puedo creer que nada sea verdadero ¿por qué sigue viniendo la luz de la luna a rielar sobre la hierba?", escribía Pessoa. Feliz 2025 y que ustedes, pese a todo, puedan ver cada noche la luz de la luna batir la hierba.
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