Opinión
Borrell quiere más mili


Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Dice Borrell que los ejércitos europeos están en los huesos y que hay que darles de comer, pobrecitos. Resulta enternecedor ver a todo un ex alto representante de la Unión Europea expresarse igual que una abuela de las de antes: “Hijo, estás en los huesos, anda, hazme el favor y cómete todas las lentejas”. Del mismo modo que tu abuela te hinchaba a legumbres con chorizo para verte más guapo y el resultado era que casi no cabías por la puerta, Borrell quiere engordar a los militares y a los fabricantes de armas para que se vuelvan obesos y lustrosos como mariscales prusianos. Borrell es la abuela continental que echa de menos los tiempos de los bombazos, los pogromos y las matanzas étnicas, cuando los europeos nos matábamos a hostias siglo sí y siglo también -en Flandes, en Verdún, en Las Ardenas-, no como ahora, que estamos hechos unos mierdas.
No deja de ser curioso que Aznar, un señor que se disfrazaba del Cid en la intimidad, acabase suprimiendo el servicio militar obligatorio en los primeros balbuceos del milenio, mientras que Borrell, un intelectual en paro crónico, quiera ponerlo otra vez de moda. Ya he dicho más de una vez que el PSOE es la continuación del PP por otros medios, una paráfrasis de la célebre sentencia de Karl von Clausewitz que nos advierte que la guerra no es más que la extensión natural de la política. Los políticos a menudo sienten envidia de los generales (que pueden desatar un infierno sin despeinarse y sin pedir opinión a la tropa) y entonces suelen hacer todo lo posible para que empiecen las hostilidades. A fin de cuentas, la guerra es un gran negocio.
Los más envidiosos de todos suelen ser, paradójicamente, aquellos políticos que ni cumplieron en su día con su deber patriótico, ni tienen la menor idea de lo que es una guerra -ni en pintura ni de oídas-, aunque les encanta disfrazarse de soldaditos y llamar a las armas. Por ejemplo, Aznar, Macron y Abascal hicieron la mili por bulerías, unos viendo películas de legionarios y otros vistiendo camisetas del ejército tres tallas más pequeñas, de ésas que marcan los pectorales, los pelos del ombligo y los regüeldos de lentejas. Hay generales que se meten a políticos, como De Gaulle o Eisenhower, y políticos que se meten a generales, como Zelenski, que hizo de presidente ucraniano cuando actuaba de comediante y ahora está haciendo de Rambo mientras actúa de presidente.
A Zelenski le encanta fotografiarse vestido de militroncho, con chaleco antibalas y todo, una moda textil del otro lado del Danubio que se está convirtiendo en tendencia esta primavera en Europa. De hecho, hace dos o tres años Borrell inauguró un campo de entrenamiento en Polonia ataviado con un uniforme de camuflaje, una imagen de guerrero de la tercera edad que presagiaba sus discursos probélicos. Llevaba las estrellitas de la Unión Europea en el brazo, con el rango de espantapájaros, y lo más auténtico de su disfraz era que se había quitado las gafas.
He buscado por ahí, a ver si Borrell hizo en su día la mili, aunque, por su incombustible ardor guerrero, apostaría a que la hizo en Hollywood, como Abascal, o en un tebeo de Roberto Alcázar y Pedrín, como José Mari. Con esas pintas de mercenario jubilado que se gasta, sin haber pegado en su vida un tiro, cualquier día se pone a vender kaláshnikov de segunda mano en las puertas de los colegios igual que los buhoneros del Lejano Oeste les vendían rifles averiados a los apaches. No sé a qué estamos esperando para enviar a Borrell a primera línea del frente a que acabe con Putin a navajazos, cuando cualquier día se pone a invadir el islote de Perejil él solo.
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