opinión
¿Acaso Europa es patética?


Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Donald Trump considera que ha llegado el momento de poner fin a una situación en la que, bajo su punto de vista, EEUU venía renunciando a las ventajas y privilegios asociados a su condición de primera potencia en un orden que hasta hace muy poco se describía como multilateral. El presidente norteamericano pretende que Estados Unidos se sobreponga a su propio declive apelando, como explicaba en Público Ruth Ferrero, a nociones como la emergencia nacional.
Trump quiere sacudir los distintos tableros en los que le toca jugar porque aspira a ser el dueño de todo el casino. Por ese motivo trata de imponer nuevas reglas a su medida en el ámbito internacional. ¿Cómo? Utilizando los aranceles como instrumento de negociación de acuerdos comerciales ventajosos para su proyecto personal/empresarial y el rearme como medida de presión para fomentar un marco securitario que se ampara en un clima de incertidumbre, desconfianza y psicosis que él se está encargando de instaurar.
En paralelo, busca transformar la política norteamericana, interviene sus instituciones y ejecuta políticas públicas que vacían de contenido la democracia. Las acciones de Trump resultan insólitas y, sin embargo, Trump es un experto en hacer pasar por ordinario lo extraordinario y, de paso -y al menos frente a una parte nada despreciable de la sociedad americana que le respaldó electoralmente-, por aceptable lo abominable.
Algunas cosas extraordinariamente abominables que está haciendo Trump son: reducir el gasto público conforme al criterio de Elon Musk, a quien colocó al frente de un Departamento de Eficiencia desde el que se están tomando decisiones que comprometen la seguridad alimentaria o nuclear. También, en los escasos tres meses de tiempo que Trump lleva de vuelta en la Casa Blanca, se está viendo comprometida la seguridad social de un país profundamente desigualitario mientras se militarizan las fronteras y se activan una batería de medidas antiinmigración entre las que caben deportaciones y otras formas “originales” de supresión del derecho humanitario a las que algunos tribunales tratan de poner freno.
A pesar de sus declaraciones en sentido contrario, es muy probable que las políticas de recorte de Trump acaben afectando a los programas de salud Medicare, Medicaid y Obamacare, pilares fundamentales del escueto sistema de asistencia sanitaria norteamericano. Y, por supuesto, Trump está impulsando la agenda reaccionaria que, en una medida muy importante, le aupó al poder. Mujeres feministas, disidencias sexuales, afrodescendientes, migrantes y personas racializadas en general son objetivos a batir, así como lo son también las universidades, a cuyos miembros se persigue por mostrarse críticos con las políticas de Trump. Como instituciones de generación de cultura y conocimiento y, como epicentros de esa fantasmagoría que el trumpismo ha llamado “lo woke”, las universidades norteamericanas están en la diana de la administración republicana que lidera Donald Trump.
Todo este panorama que describo compone la banda sonora de una película en la que, aunque todavía haya quien se niegue a verlo, se narra el colapso de la democracia norteamericana (con todos sus defectos y sus luces) y su transformación en otra cosa bastante diferente. Hoy mismo, en este periódico, Alfredo González Ruibal advierte de que en Estados Unidos está teniendo lugar el nacimiento de un régimen autoritario y reflexiona sobre cómo, en el momento actual, la administración Trump se identifica con los valores de lo que llama un cuarto Klan, esto es, ultranacionalismo, xenofobia, racismo, tradicionalismo moral y cristianismo fundamentalista.
Mientras las elites europeas tratan de reaccionar a los volátiles anuncios de Donald Trump en materia de aranceles y mientras hacen un seguidismo exasperante de sus instigaciones al rearme, el presidente de uno de los Estados miembros de la UE, el húngaro Viktor Orbán, nos coloca a todas frente a esta pregunta: ¿se puede ser miembro de la Unión Europea sin reconocer a la Corte Penal Internacional? Si la respuesta que nos damos los europeos y las europeas es positiva, creo que la Unión Europea habrá reconocido su completa inanidad y, como afirmó Trump en su la fallida comparecencia del club de la comedia en la que se convirtió el anuncio de aranceles, su patetismo.
Europa o, mejor dicho, las elites europeas, que hacen suya y difunden la idea de que hay que protegerse de un enemigo, Rusia, mientras que Trump las acorrala con sus amenazas e insultos, siguen sin asumir el liderazgo de un espacio con el que podamos identificar los valores de la democracia y, para el caso, del derecho humanitario e internacional. Europa tiene hoy un enemigo al que no se atreve a mirar ni, en consecuencia, a combatir y neutralizar. Son las extremas derechas las que cada vez más amenazan la convivencia europea, el sistema de derechos civiles y sociales que pudo haber justificado su creación y evolución en el tiempo y que hoy se llevan por delante los Donald Trump, los Viktor Orbán, los Benjamin Netanyahu, el genocidio en Gaza y las políticas de rearme. ¿Acaso no empieza a resultar un tanto patética Europa?
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