Opinión
Empeñadas en no callarnos la boca, en no olvidar


Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Decía Eduardo Galeano que “no hay historia muda”: “Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca”. La verdad es que suena tranquilizador. Estos días hemos sabido que Hazte Oír ha denunciado a Esther López Barceló, una de esas compañeras que se niega radicalmente a callarse la boca.
No les ha gustado un comentario sobre dinamitar el Valle de los Caídos, el gran símbolo de los horrores cometidos durante la dictadura franquista. Alrededor de 20.000 presos políticos, sometidos al Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo, trabajaron en su construcción. Ante tanta repugnancia, algunos creen que lo mejor es olvidar. Otras, sin embargo, nos empeñamos en exactamente lo contrario. Menos mal. Es tranquilizador, además, saber que somos muchas en el mismo camino.
La semana pasada estuve en Salamanca invitada por el Archivo de la Diputación, uno de esos templos de memoria que cuidan con tanto cariño sus responsables. Hace unos años, mientras investigaba una historia, entré en contacto con este archivo. Me contaron que, a partir de una petición que hice, surgió la oportunidad de poner en marcha un proyecto al que han llamado Transitar los libros. Es un honor, la verdad. Esta exposición tiene como objetivo evidenciar que los libros y la documentación que albergan en el archivo son joyas con muchas posibilidades. Artistas como José María Benéitez, Pablo S. Herrero, Fely Campo, Ana Castro, Eduardo Núñez, Juan José Pascual, Luis Méndez, Elena P. Cuesta, Ricardo Núñez y Javier Montes han creado distintas piezas a partir del material del archivo.
La exposición, coordinada por Juanvi Sánchez, ha reunido a distintos artistas salmantinos en la sala de exposiciones más pequeña de la ciudad. Una joyita, la verdad. Pretendían dar vida a los libros y entender que “una biblioteca es un lugar vivo, inspirador, que tiene que ver con nuestra vida, con nuestros intereses: un descubrimiento para artistas y para todas y todos que deseen transitar por los libros para crear su propio futuro”. Luis Méndez, por ejemplo, ha hecho bailar diseños de joyas de su abuelo, diseños que conservaba en un viejo cuaderno. Hay que verlo.
La responsable del archivo, María Jesús Merlo Vega, está empeñada en demostrar a la ciudadanía que, lejos de lo que pueda parecer, los archivos son lugares llenos de vida, de historias, de dolores, de ausencias. Los archivos están plagados de hilos de los que tirar para evitar el olvido. Eso sí, construir el pasado es siempre un ejercicio complicado.
La documentación siempre está atravesada por el poder y los recuerdos, lo oral, es un cúmulo de recuerdos compartidos. Irene, autora de Hilaria. Relatos íntimos para un feminismo revolucionario en el siglo XXI dice en su obra que “los recuerdos no pueden considerarse fuentes fidedignas. Porque son víctimas de la erosión, el paso del tiempo los degrada, los altera; porque son subjetivos y dependen de la mirada de cada testigo”. Y, aunque la historia humana niegue a callarse la boca, construir memoria es un ejercicio extremadamente complicado. Muchas, como Esther López Barceló, estamos empeñadas en no callarnos la boca, en no olvidar, en hacer memoria. Del pasado, por supuesto, pero también de eso que está ocurriendo ahora mismo y algún día formará parte de nuestra memoria.
En una entrevista, López decía que puede que traten de dejarnos sin presupuesto para seguir construyendo memoria, pero no parece dispuesta a detenerse: “Se han equivocado si creen que así se nos detiene. Venimos de una genealogía que salió adelante con la única fuerza de sus manos. Somos las bisnietas de los fusilados, las nietas de las planchadoras, las descendientes de toda una estirpe de brujas y muertas de hambre que, a pesar de todo y contra todos, insospechadamente, siguió avanzando hasta traernos al mundo”. La memoria es un reto que nos urge, especialmente, a quienes hemos sido relegadas a un segundo plano en la historia oficial. Las mujeres y gente queer, por ejemplo.
Por eso, Mercè Otero Vidal cuida con un amor infinito el archivo de Ca la Dona, en Barcelona, que es una delicia. Una delicia que hace posible que las feministas tengamos memoria, que no caigamos en la tentación de inventar una y otra vez el mismo movimiento. Y el Centro de Documentación de Mujeres Maite Albiz, en Bilbo, ha inaugurado su archivo digital después de años de mucho trabajo. La historiadora Miren Llona dice que “la memoria colectiva del movimiento es frágil en la medida en que la vamos construyendo en el activismo, en la militancia y en las movilizaciones, etcétera; es una transmisión fundamentalmente oral. El centro ha ido recopilando documentos, convertir eso en memoria histórica es lo que cuesta”.
Cuesta, sí, pero poco a poco.
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