Opinión
Los heraldos negros de la Muerte


Filóloga y profesora de la Universidad de Sevilla
Abro el periódico una mañana gris de marzo y el primer titular presenta, en estilo telegráfico, algo así como un parte meteorológico, solo que en lugar de “Cae la lluvia de manera prolongada…” nos informa de que han caído sin cesar durante la noche cientos de bombas sobre Gaza, y, con letra más pequeña, en la entradilla nos da el detalle de una cifra: más de 400 muertos.
Como una inmensa ola de fuego, las bombas cayeron sobre Deir al Balah, Al Mawasi (la zona que Israel declaró “humanitaria” y a la que exhortó a dirigirse a los desplazados forzosos), Jan Yunis, Rafah, Ciudad de Gaza. Ocurrió mientras los palestinos dormían, en medio del mes sagrado musulmán del Ramadán, tras semanas de estancamiento sobre la prórroga del alto el fuego, una “tregua” que en los últimos diez días no ha permitido la llegada de ayuda humanitaria, ni comida ni agua.
Ya no le cabe ni una palabra más al cerebro; y, sin embargo, seguimos “terrible, horriblemente cuerdos”: “¿Cuándo se pierde el juicio? / Yo pregunto: ¿Cuándo se pierde, cuándo? / Si no es ahora, que la justicia / vale menos que el orín de los perros.” (León Felipe).
No hay justicia, eso dicen las imágenes difundidas por los periodistas locales mostrando cadáveres de bebés, niñas y niños, decenas de cuerpos inertes en las morgues. “Israel dinamita el alto el fuego”, “Israel pulveriza por sorpresa el alto el fuego en Gaza”, “Una oleada masiva de bombardeos causa más de 400 muertos”...
EEUU avaló el ataque y amenaza de nuevo con “desatar el infierno” “contra quienes aterroricen a Israel o a EEUU”. “Conmoción y pavor”, la inhumana estrategia de Trump. En el cuerpo de la noticia, se ensaya una justificación para la brutalidad: el “repetido rechazo” de Hamás a liberar más rehenes israelíes sin garantías de que conllevará el fin de la guerra. No hay razones posibles para justificar ningún genocidio. “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé / Golpes como del odio de Dios…”
El Gobierno palestino ha pedido la intervención internacional urgente ante el “brutal” ataque israelí. Y pienso en qué hará Europa. En estos últimos días, los medios de comunicación han convocado su nombre, su historia y su cultura; los valores encarnados en ella de la Razón y el Progreso, reclamando la unidad de todos los países para un “urgente rearme militar” con el objetivo de “defender a Europa”. Se nos ha animado a tomar las plazas, con orgullo de europeos, para defender nuestra “patria” de enemigos potenciales –Rusia- y del aliado imprevisible y sospechoso, EEUU.
Lo esperable, dadas nuestras coordenadas históricas, culturales y éticas, sería que Europa condenara el genocidio, pusiera límites a la barbarie e hiciera valer el Derecho Internacional. Pero el canciller alemán Friedrich Merz al día siguiente de ganar las elecciones informó de que Benjamin Netanyahu lo había llamado para felicitarlo, momento en el que Merz aprovechó para invitarlo a una visita oficial, desafiando la orden de captura de la Corte Penal Internacional, que lo persigue por crímenes de guerra y lesa humanidad.
Me vienen a la mente titulares triunfales –“Alemania vuelve”- y noticias que nos proponen al país germano como modelo, por su audacia y generosidad en el aumento sin precedentes del presupuesto para defensa, modificando incluso la Constitución alemana para acabar con el dogma del déficit flexibilizando el equilibrio fiscal. En relación con este cambio de posición del gobierno alemán con respecto al déficit, decía Yanis Varoufakis que alegra pensar que la rigidez que tanto dolor ha causado en el pasado –ahí está el sacrificio de Grecia- no es eterna, aunque la inversión prevista de 800.000 millones de euros no van al lugar que Europa necesita. Para el ex ministro griego, la idea de rearmar Europa “es la nueva locura de la UE”.
Duele pensar que en la crisis de 2008 el austericidio salvó a la banca (especialmente, a la alemana y la francesa), y que la actual inversión en armas será una inyección para la industria alemana, un impulso que ayude a salir al país de la recesión que sufre desde hace más de dos años. También en España se oyen comentarios que apuntan a que el rearme europeo será muy beneficioso para nuestro desarrollo industrial y tecnológico. Hasta tal punto se ha naturalizado la idea de la guerra como inversión que en la reflexión ni siquiera cuenta la variable de los muertos. En semejante contexto deshumanizado, no es tan extraño el vídeo promocional del resort de lujo en el que Trump y Netanyahu tienen previsto convertir la desolada franja de Gaza.
A estas alturas, a nadie le puede extrañar la llamada “desafección ciudadana”. Las democracias están amenazadas por una “espiral de descrédito” (Christian Salmon); la ciudadanía contempla incrédula la pérdida de la soberanía de los Estados, la incapacidad de los gobiernos para poner límites a la voracidad de los mercados; sufre indefensión al ver instituciones, como la ONU, que se han vaciado de sentido, o al constatar la falta de herramientas eficaces para hacer valer el Derecho Internacional. Y ahora, cuando se decide aumentar el gasto en defensa en nombre de la democracia, paradójicamente se hará sin debate ni votación sobre el tema, ni en el Parlamento europeo ni en el Congreso de los Diputados.
Crecen el desamparo, la incertidumbre y el miedo, y este sí es terreno abonado para la ultraderecha, la que encumbra a líderes autoritarios como Netanyahu o Trump. Sí, tendremos que salir a las calles a defender la democracia, pero no para rearmar a Europa, sino para devolvernos la capacidad de decidir sobre nuestro destino. Nos va la vida en ello, creo que mucho más que en armarnos hasta los dientes.
Porque… ¿a quién(es) dicen que debemos temer? Durante esta larga noche oscura, el terror ha iluminado los cielos de Gaza, y se ha escuchado el relincho ensordecedor de “los potros de bárbaros atilas”, esos “heraldos negros que nos manda la Muerte” (César Vallejo).
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