Opinión
Si no hubiera esclavos no habría tiranos. Una apelación republicana


Por Marga Ferré
Presidenta de Transform Europe
-Actualizado a
Si venía de largo, la presidencia destructiva de Donald Trump abre una época que corporeiza, en su persona, el intento autoritario de cambiar no solo el orden internacional o el económico, sino el sentido común que desde la Revolución Francesa hizo de la igualdad y la libertad fuente de derecho.
Hoy tenemos que volver a hablar de tiranía.
Es 14 de abril, un día para recordar la República y el Frente Popular que la hizo posible, pero más allá del hecho en sí, detecto que lo que nos toca rescatar son los valores republicanos que de ella emanaron y a cuya demanda popular respondieron: la construcción de una ciudadanía de hombres y mujeres libres e iguales. Así de simple, así de difícil. Una idea, hecha acción, contra la tiranía más allá de un rey, cimentada sobre los poderosos ecos de aquel "igualdad, libertad y fraternidad" que más de un siglo antes había cambiado el mundo para siempre.
O eso pensábamos.
Décadas de ideología neoliberal nos han llevado hasta un lugar, el presente, en el que se ha vulgarizado e, incluso, hecho políticamente aceptable, la obsesión reaccionaria por separar igualdad y libertad hasta que se conciban como opuestos, cuando los republicanos franceses antes y los y las españoles después, entendieron, como muchos compartimos, que igualdad y libertad son dos principios espejo, que no se pueden dar el uno sin el otro y que por eso han de reivindicarse juntos.
Cuando JD Vance, vicepresidente de los EEUU, tacha de "ideología destructiva" la defensa de la diversidad, la igualdad y la integración, se refiere exactamente a eso: ni libertad, ni igualdad. Vuelta a la tiranía, a una extrema derecha que ha pasado de las guerras culturales a embestir abiertamente contra los principios y las formas democráticas o, como lo expresa mucho mejor el profesor Steven Forti, a imponer, desde dentro de las democracias formales, "regímenes híbridos de autocracias electorales", que son, sin tapujos ni máscaras, las formas tiránicas del siglo XXI.
En su libro Democracias en extinción (2024) Forti resume las características de la demolición democrática que la extrema derecha emprende en cuento llega al poder en nuestro presente: "No solo recortan derechos o atacan a la clase trabajadora para favorecer a los ricos, sino que cambian las reglas de juego democrático, no respetan la separación de poderes, destruyen el pluralismo informativo y acaban instaurando sistemas autocráticos donde la democracia, la igualdad y la libertad han, literalmente, desaparecido".
Eso es Trump y eso es Viktor Orbán en Europa, faro y guía (y fuente de financiación) de la extrema derecha continental. Orbán, el mejor amigo de Vox, define su régimen como una "democracia iliberal" (por si a alguien le quedaba la menor duda de que a esta gente les sobra hasta el liberalismo). Orbán describe el régimen que ha impuesto en Hungría como una "democracia basada en el Estado-nación y los valores cristianos" para justificar su autocracia. Leo lo que dice y no puedo dejar de pensar que son la versión magiar de aquel "nacional-catolicismo" que destruyó nuestra República y sus valores.
El ataque a los cimientos democráticos es serio, real y global por lo que hoy toca, más que nunca, defender las libertades republicanas, esas que se oponen a la tiranía en todas sus formas, las que dan derechos, las que construyen ley desde la idea radical, de raíz, que entiende que todos los seres humanos somos libres e iguales; y hacerlo no porque esa idea sea suficiente, sino porque es el punto de partida.
Libres, iguales y conscientes. La apelación republicana exige no aceptar la servidumbre a la tiranía, tampoco la voluntaria y ahí es donde me voy a detener:
Contra la servidumbre voluntaria
Trump y Vance insultan y denigran a Europa hasta la humillación y la respuesta de la mayoría de los gobiernos europeos (casi todos conservadores) y de la extrema derecha (tan supuestamente patriótica) es de una docilidad bochornosa. Los veo agachar la cabeza, buscar justificaciones para no enfrentarse al líder autoritario e incluso aplaudirle y no puedo dejar de pensar que están a un minuto de gritar ¡vivan las caenas!
La apelación, por tanto, no es tanto a las élites, todas ellas mimadas en su burbuja de privilegios, ciegos al mundo, sino a una ciudadanía que no acepte la autocracia ni las ordenes imperiales con que la extrema derecha quiere doblegarnos. Una apelación republicana que surge del conocimiento que nos da la historia de una verdad tan incómoda como cierta: para que la dominación autoritaria triunfe se requiere el consentimiento de los dominados.
"Si no hubiera esclavos no habría tiranos" es una frase, a mi juicio gloriosa, que el mejor profesor que he tenido nunca, el historiador Juan Francisco Fuentes, recoge de un panfleto de León de Arroyal y que utiliza para titular su estudio la Revolución Española (1789-1837).
Aquellos revolucionarios que pretendían despertar al pueblo y que, no tengo dudas, debieron leer el famoso Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria de Etienne La Boétie, porque defiende la misma idea, que hoy les pretendo rescatar: aquella que establece que para acabar con cualquier autoritarismo, el primer paso es no aceptarlo, no sostenerlo, no apoyarlo: "Si un país no consintiera dejarse caer en la servidumbre, el tirano se desmoronaría por sí solo, sin que haya que luchar contra él, ni defenderse de él. La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan sólo en no darle nada […] con sólo dejar de servir, romperían sus cadenas".
Puede parecerles que adolece de cierta inocencia, pero a lo que apelaba La Boétie es a un principio básico que se me hace imperioso volver a traer al presente: la poderosa idea de que "no sólo nacemos con nuestra libertad, sino también con la voluntad de defenderla".
Eso es en España la República, la voluntad de defender la libertad y la negación a ese consentimiento, a esa servidumbre al autócrata, al líder que proyecta la sumisión voluntaria como un empoderamiento; porque no lo es.
Fue la Segunda República la que convirtió a las y los españoles en ciudadanos y no en súbditos, un enorme grito de libertad que, más allá de deponer un monarca, alumbró valores y la vindicación de la igualdad y la libertad como pilares paralelos sobre los que construir país. Nos toca, porque no paran y porque es una amenaza real del presente, combatir la tiranía (se dé esta donde se dé) y defender, implacables, igualitarios y libérrimos, aquellos valores.
Hoy es 14 de abril,
¡Viva la República!
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