Opinión
Mazón y el rumbo de las derechas


Por Miquel Ramos
Periodista
Carlos Mazón, el político que hoy tiene la mayor parte de los focos encima, ha decidido hipotecar su futuro político y ser pastoreado y moldeado por Vox. Compareció el pasado lunes para anunciar que asumía todas las exigencias que la extrema derecha le había presentado para salvar su culo al frente de la Generalitat. Poco después, Santiago Abascal le daba palmaditas en el lomo, galletita por portarse bien y levantar la patita. Vox vuelve a ganar, pues otra vez manda sin gobernar. Y quien se va a quemar ante lo que venga, principalmente a causa de la DANA, será Mazón, no ellos. Mazón ya no es más que un cadáver político, cuya carroña será el alimento que hará crecer a Vox.
A los ultras no les supone ninguna contradicción presentarse como salvadores del pueblo tras la catástrofe y sus negligencias mientras sostienen al principal responsable que podría haber evitado las más de 200 muertes. Hay argumentario de sobra, conspiranoia incluida, para que sus votantes justifiquen cualquier cosa o se traguen cualquier relato alternativo. Es una de las mayores habilidades de las extremas derechas, construir cortafuegos y lanzar pirotecnia para desviar siempre el foco del origen del problema, ya sea con sus espantajos habituales (migrantes, feministas o conspiraciones globalistas) o arrogándose victorias por haber sometido a los demás a sus condiciones.
Mazón se presentó anteayer como el muñeco de Vox, la marioneta que tiene la mano del ventrílocuo de ultraderecha metida en el culo, defendiendo todo el programa impuesto por los ultras. Parece que el President apuesta su supervivencia a un supuesto viraje ideológico que, en realidad, no es tal, ya que al PP le cuesta muy poco cruzar determinadas líneas cuando conviene. Y menos todavía hoy, cuando el trumpismo y la ola reaccionaria que se extiende por todo el planeta mecen en su regazo a esa derecha que no se atrevía a ser tan descarada ni tan públicamente cómplice de los nuevos fascistas. Pero no nos debe sorprender. Nunca en la historia hubiese triunfado el fascismo si no hubiese sido por la complicidad de quienes, cuando conviene, se abrazan y se besan en público.
Hay partido, piensa Mazón, pues cada vez más, las recetas de la ultraderecha entran mejor en el menú, y no va a rendirse ahora, quedando para la historia, piensa, como un cobarde. Pero no es del todo un verso libre, por mucho que creamos que actúa al margen de Génova. Si una parte del PP y de la derecha mediática lo quiere lejos es para que no les salpique la causa abierta por la gestión durante la catástrofe, no por tener que tragar con todo lo que le sirva Vox. No es que al PP le dé grima lo que pide Vox, es que el PP necesita tener marca propia, no dar muestras de debilidad ante la criatura que los somete cuando quiere.
El País Valenciano está acostumbrado desde hace décadas a una derecha que anda de la mano con fascistas y que aplica sus recetas sin necesidad de que la presionen. Lo sufrimos a principios de los noventa, con un PP condicionado por los populistas de la derecha regionalista de Unión Valenciana, y lo vimos durante el reinado absolutista del PP en solitario, con el saqueo gurteliano y la mano de hierro contra cualquier disidencia. Hoy tan solo han añadido algunos fantasmas más a su lista de amenazas a combatir. Antes eran principalmente los ‘catalanistas’, y todavía siguen siéndolo, aunque ya no se esconden tras supuestos desacuerdos identitarios, pues ahora ya dicen abiertamente que hay que aislar y matar de inanición al idioma valenciano, que era el principal objetivo de su batalla. Ahora han sumado a la lista de enemigos los mena, las ONG, las políticas de igualdad y el cuento del cambio climático.
Hay que leer las medidas de los ultras para hacerse una idea de por dónde andan las derechas globales. Independientemente de que Génova apruebe o no esta simbiosis, las cartas para los tiempos que vienen están marcadas, y la línea que supuestamente separa la derecha de la ultraderecha se desdibuja cada día más. Así se derriba ese supuesto centro sensato y liberal que siempre reivindicó una parte de la derecha, creyendo que su virtud estaba en estas coordenadas. Hoy, por fin, se caen las caretas, y en un tiempo en el que el fascismo vuelve a estar de moda, la derecha, como los borrachos y los niños, por fin dice lo que piensa de verdad.
El problema es que, ante esto, la izquierda no sume más que renuncias en un camino hacia un centro que ya no existe. Si el único objetivo es que no gobiernen las derechas, la derrota está servida. Las torpezas de Mazón y la deriva ultra del PP no pueden ser el único argumento para devolver el poder a las fuerzas progresistas. Estas no solo deben devolver cierta ilusión de que otro país es posible, sino que deberán ser menos cobardes y más contundentes cuando gobiernen. Porque de todas esas ruinas que dejan los progresistas cuando gobiernan se construyen los fascistas sus atalayas.
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