Opinión
Los fachas y la estética


Por Anibal Malvar
Periodista
No seré yo quién diga que todos los líderes de izquierdas del planeta son un dechado de elegancia, cordura, cultura, contención, humanidad y capacidad dialéctica. Tampoco aseveraré que todos van muy bien peinados. Pero el casting que está haciendo el fascismo internacional para elegir a sus amados líderes parece trabajo de David Lynch en estado lisérgico. Por ponerme aun más filmopedante, si consiguiéramos resucitar al gran Tod Browning podríamos filmar una secuela de Freaks con Donald Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro, Juan Guaidó, la arancelada Meloni y los siniestros (cada uno en su estilo) Vladimir Putin y Volodimir Zelenski. Solo por su aspecto y por los pelos de algunos, ya resultan aterradores. No te digo nada cuando abren la boca.
Como no soy capaz de entender cómo media humanidad está votando a gentes con esa pinta, a veces me junto con mi frivo-asesora Paola Aragón, periodista especializada en política y estilismo, dos disciplinas mucho más siamesas de lo que parece, y le pregunto cómo es posible que la derechuza de toda la vida –tan de corbata tiesa y braga larga- se haya dejado seducir por un argentino que se peina como Elvis y baila como Torrente, o por un yanki que ha preferido comprarse un peluquín a desarrollar el cerebro y el gusto por la sabia combinación de colores. Uno descubre mucho más de sí mismo cuando se viste que cuando se desnuda, lo cual dice muy poco en favor de la especie humana.
Le cuento a Pao que, cuando yo era joven (McDonald's aun servía hamburguesas de brontosaurio), los fachas nos descalificaban a los rojos por las malas pintas que llevábamos. Nos decían que no se puede gobernar el mundo con esos pelos, esas barbas, esas camisas abiertas y esas chaquetas de pana barata. En cuanto a las chicas de izquierdas, las calificaban de guarras porque no se depilaban el sobaco. Cuando las chicas de izquierdas se empezaron a recortar los pelos del coño por higiene, guarras también (cortarse los pelos del coño era pecado, por razones obvias). En lo referente a estilismo y depilación, los designios del fascismo han sido siempre inescrutables.
En España somos más sensibles, y de momento solo votamos a fachas de digna apariencia. Todos visten sus trajes grises, sus corbatas discretas y sus zapatos recién limpiados por una sirvienta ilegal portorriqueña a la que piensan expulsar del país si el brillo del cuero no les satisface. Desde que no les limpian los zapatos las esclavas extremeñas, gallegas y andaluzas, el servicio está fatal. Dice el señorito. Y conviene hacerle caso.
Esto de la falta de gusto de los nuevos dirigentes de la derecha no solo nos afecta a las clases menesterosas. Es un debate que incluso alcanza a la realeza. Por ejemplo, todos los monárquicos de España sabemos que a nuestro adorado rey, Felipe VI, le encanta salir en las fotos con su uniforme de capitán general. Si es que parece un pincel. Cada vez que lo escucho tartamudear vestido de soldado, me entran unas ganas irrefrenables de invadir Catalunya.
Pero es que los actos que le programan Casa Real y Gobierno, vestido de militar, suelen coincidir en primavera o verano. No es casualidad. La aparente heroicidad de un jefe de los ejércitos merma mucho cuando lo vemos cobardemente refugiado debajo de un paraguas por culpa de un chirimiri. A un rey hay que mostrarlo cara al sol.
Y aquí es donde encontramos el gran problema estilístico de nuestra monarquía, pues a Felipe VI, y lo sé de muy buena fuente, le recomiendan que no use gafas oscuras cuando se viste de militar. No quieren que se le relacione con aquellas imágenes de su padre, entonces príncipe franquista, abrazando a los sanguinarios dictadores Videla y Pinochet, siempre uniformados y siempre con gafas oscuras.
O sea que, por un rollo meramente estético, nuestro pobre rey parpadea en los actos militares cara al sol como un vendedor de cupones. Y que no se me enfaden los vendedores de cupones, pues siempre los he considerado más hermanos que a cualquier rey.
El caso es que los votantes universales de la derecha no solo premian el robo, el asesinato, la represión y la ignorancia. Ahora también son adalides del mal gusto. Mira que lo intento, Pao, pero cada día encuentro menos razones para hacerme fascista. Sobre todo, porque me gusta vestir bien. Sea con ropa o desnudo.
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