Opinión
El feminismo necesita a los hombres


Por Marta Nebot
Periodista
Lo más urgente en este momento del movimiento feminista es atraer a los hombres. Así de claro. Los datos no paran de confirmarlo y es lógico, trascendental y nos devuelven a lo básico.
Empezaré por lo primero: el péndulo es inevitable. No perdona. La historia avanza así: un paso grande hacia delante seguido de medio hacia atrás, cuando no uno entero -o casi-. Es el fruto de la reacción. Nadie encaja bien perder poder y privilegios. Así que es lógico que esto pase y, del mismo modo, que nosotras también reaccionemos. La cuestión ahora es cómo lo hacemos.
Aquí la ola antifeminista nació en el mismo momento en que el movimiento tocó techo, en 2018, con una huelga histórica de mujeres transversal que paró el país y con la mega movilización contra la agresión de La Manada y su tratamiento en los tribunales.
En el resto de Occidente, los metoo y otros casos y movilizaciones generaron lo mismo casi al mismo tiempo. En Estados Unidos, Reino Unido o Alemania el péndulo también ha girado.
En España, el último CIS, que cada mes pregunta a todas las franjas de edad cómo se ubican ideológicamente, confirma la tendencia desde aquel año. Tras décadas en las que los jóvenes compartían una misma posición ideológica – mayoritariamente más a la izquierda que el resto de las franjas- las creencias de hombres y mujeres de 18 a 24 años bifurcaron. Desde entonces, los hombres menores de 25 años se posicionan cada vez más a la derecha; las mujeres más al otro lado. Hoy ambos géneros están lo más a la derecha y a la izquierda que nunca han estado.
En Alemania -por poner otro ejemplo reciente del que tenemos datos- las cosas están muy parecidas: los varones menores de 25 años han votado mayoritariamente a la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), primera fuerza en esta franja con el 26% de los votos; mientras que el 35% de las alemanas menores de 25 han votado a La Izquierda, un partido postcomunista, y la opción ultra entre ellas ha sido minoritaria.
Lo más difícil de encajar de esta realidad, de esta derechización masculina juvenil occidental, es que sobre todo tiene que ver con el antifeminismo, según los expertos. Los jóvenes votan a la derecha extrema, sobre todo, contra nosotras. La votan por antifeministas, más que por neoliberales, nacionalistas o por antiinmigración.
Lo que transluce la suma de los datos es la influencia trascendental en la política y en el futuro inmediato de la implicación de los hombres en nuestra lucha. Además es que la guerra de sexos se ha recrudecido y, si no hacemos algo, las relaciones de pareja de la juventud serán más difíciles que en otros tiempos.
Y todo esto nos devuelve a lo básico: los hombres no se están considerando invitados a la fiesta feminista, al gran cambio social que también incluye mejoras vitales trascendentales para ellos y que, en un primer momento de nuestro pendulazo, no supimos poner también en valor y en el foco.
Este 8M me he vuelto a acordar de Antonio. Lo conocí en otro 8M, de hace ya más de diez años. Me dijo que se había hecho feminista porque no quería morir como su padre y que por eso huía de la vieja masculinidad tan dañina. Su padre era de ir mucho al bar, de imponer su autoridad machista, de tragarse sus emociones, de no hablar nunca con nadie de lo que importa. En los bares solo hablaban de fútbol o de partidos. Antonio no vio allí nunca nada parecido a lo que entiende por amigo. Su padre murió solo, muy solo; a pesar de que estaba con su familia de cuerpo presente, no tanto de espíritu.
Antonio me hizo llorar con él. Antonio me hizo entender que el feminismo es para tod@s y hoy, más que nunca, creo que eso es lo que necesitamos hacer entender. Necesitamos a todos los Antonios. Habría que mandarlos a los institutos a dar charlas y ponerlos a hacer vídeos en las redes sociales porque tienen que ser nuevos referentes.
Todos los Antonios que conozco, que perdieron poder -al menos en parte- en su búsqueda de maneras mejores de ser hombres, son más felices. Después de sus procesos de duelo por los privilegios perdidos, se encontraron en un lugar más tranquilo con menos presión y más cariño, con más aceptación y más compañía que en la solitaria armadura de testosterona, que no admite que todos somos frágiles y que básicamente lo único que queremos en la vida es ser respetados y queridos. El amor no puede imponerse.
Un abrazo a todos los antonios que ya lo han entendido.
Y termino con un recordatorio para las que no compartan lo que aquí dejo escrito: nosotras deberíamos querer el poder para hacer algo distinto, porque si solo lo queremos para hacer lo que hicieron ellos -es decir, mirar solo por nosotras- seremos víctimas de lo mismo y generaremos monstruos parecidos y rechazos infinitos. Nosotras empezamos este movimiento pidiendo cosas para nosotras y nuestr@s hij@s, hace más de un siglo. Pedíamos pan, paz y derechos laborales para tod@s. Pedíamos votar para cambiar el mundo, tanto el de los hombres como el nuestro, que, aunque a veces no lo parezca, es uno y el mismo.
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