Opinión
La guerra de los chips: ¿está EE UU perdiendo la batalla tecnológica?

Por Emilio García
Ex director de Gabinete de la Secretaría de Telecomunicaciones y colaborador de la Fundación Alternativas
La guerra por el liderazgo en el desarrollo de los chips, esos pequeños componentes esenciales para nuestros teléfonos, automóviles y todo tipo de dispositivos electrónicos —incluido armamento— está en su punto más álgido. Las publicaciones periodísticas y los medios de comunicación hacen referencia a continuas disputas entre China y EE UU por obtener ventajas estratégicas que garanticen su soberanía en esta tecnología fundamental en la era digital. ¿Cómo se originó este conflicto y quién puede ganarlo?
El desarrollo económico de China desde 1979 condujo en 2014 a un crecimiento de su PIB desde los 149.500 millones de dólares a los 10,36 billones, con el desarrollo industrial como pilar central. Con ello, la participación de China en el consumo mundial de semiconductores aumentó del 2% en 1995 al 25% en 2005, y en 2013 el valor de sus importaciones de chips superaron a las del petróleo. La garantía de continuidad en el ascenso de su poderío económico estaba en disponer de un nivel de autosuficiencia adecuado en microelectrónica y en ese momento solo producía un 14% de los chips que consumían sus cadenas de producción, aproximadamente 11.000 millones de dólares sobre 77.000 millones. Dentro de la estrategia “Made in China 2025”, el Partido Comunista señaló el objetivo de alcanzar una tasa de autosuficiencia en chips al 40% para 2020 y al 70% para 2025.
Los más de 100.000 millones de dólares movilizados por el Gobierno chino con el Gran Fondo sirvieron para un crecimiento absoluto de la producción, hasta los 23.000 millones de dólares en 2020, pero quedando lejos del nivel de autosuficiencia buscado con una industria que ya consumía 143.000 millones en chips. También sirvió para levantar las alarmas en EE UU, que en aquel momento comenzaba además a sufrir en diversos sectores —automóvil, electrónica— la escasez de chips, consecuencia de la ruptura pospandémica de las cadenas de suministro. El objetivo de la autosuficiencia también emergió en el gigante norteamericano, no sólo como elemento de la resiliencia económica, sino entremezclado con la salvaguarda de la seguridad nacional. La meta era frenar el desarrollo en China y duplicar la participación de EEUU en la producción mundial de chips, del 10% al 20%.
Así comenzó una guerra tecnológica abierta en el ámbito de los semiconductores entre las dos superpotencias. Entre 2022 y 2024, EEUU desplegó todas las herramientas de su arsenal comercial para frenar el desarrollo del ecosistema de silicio en China. Conjuntamente con aliados clave —Japón, Holanda, Corea del Sur, Taiwán— denegó al país del dragón el acceso a los chips más avanzados —con miniaturización de componentes de hasta 5 nanómetros— y a la maquinaria de última generación necesaria para su fabricación. China respondió aplicando restricciones sobre la exportación de materiales críticos —galio, germanio, antimonio— y estableciendo obstáculos a la participación de empresas estadounidenses en su mercado. Ambos iniciaron, además, una carrera de subvenciones para reforzar sus ecosistemas nacionales, EEUU con su Ley de Chips dotada de 52.000 millones de dólares y China con nuevas ediciones del Gran Fondo con un presupuesto equivalente.
A finales de 2024, el enfrentamiento geopolítico podía considerarse en una situación de tablas. China había progresado en sus objetivos de producir más chips y cada vez más sofisticados, pero su actividad económica demandaba cada vez más semiconductores y las restricciones comerciales estadounidenses frenaban su progreso tecnológico hacia los semiconductores más avanzados. EEUU estaba en los primeros pasos de reconstruir la cadena de suministros nacional con el despliegue de las subvenciones de la Ley de Chips, y mantenía a China entre cinco y siete años por detrás de la primera línea tecnológica en microelectrónica. En tan solo unos meses, la situación parece haber cambiado, y se empieza a pensar que China podría vencer en la guerra de los chips.
En primer lugar, las intenciones de Trump de derogar la Ley de Chips han causado un daño reputacional a EEUU y a las empresas del ecosistema de chips del país. Entre el 20 de febrero y el 20 de marzo, el índice Philadelphia SOX —referencia bursátil del sector— ha caído más de un 12%. Una incertidumbre y caos que hacen dudar que se materialicen los más de 350.000 millones de inversiones directas que se esperaban movilizar con las subvenciones públicas. La asociación sectorial de la industria estadounidense ya ha lanzado un primer aviso: con la Ley de Chips la manufactura de semiconductores en EE UU alcanzará el 14% global en 2032, sin ella descenderá del 10% al 8%.
En segundo lugar, las restricciones comerciales sobre el sector de la microelectrónica china han conducido a un desarrollo de todos los eslabones de la cadena de suministros en su ecosistema local, algo que no existía previamente. Especialmente, apostando por líneas de progreso tecnológico distintas de la miniaturización, como arquitecturas de chip abiertas basadas en RISC V, uso extremo de instrumental de manufactura de segunda línea, técnicas de empaquetamiento avanzadas y chips basados en fotónica. Del cruce de estas actuaciones puede surgir la innovación que permita a China romper el techo de cristal que ha construido EEUU, cerrándole el acceso a las herramientas de fabricación de última generación. Esas mismas restricciones comerciales han hecho también que el ecosistema chino se haya convertido en un proveedor esencial de chips maduros, capturando el 34% de la producción mundial de estos elementos, sólo por detrás de Taiwán, que manufactura el 43%.
En tercer lugar, China está batiendo a EEUU en la investigación que conducirá a los chips del futuro. La revista Nature publicaba a comienzos de marzo de 2025 un informe donde señalaba que China duplica la producción de documentos científicos de EE UU, y sus investigadores son más citados que los estadounidenses en documentos generados en otros países. También China ha adelantado en 2024 por primera vez a EEUU en el ámbito de los circuitos integrados en la evaluación de los avances científicos en tecnologías críticas, que realiza anualmente el Instituto Australiano de Política Estratégica. Pueden empezar a ser frecuentes logros, como el alcanzado recientemente por un grupo investigador chino al fabricar el primer chip basado en bismuto, con menor consumo eléctrico y más veloz que uno elaborado con silicio.
La primera guerra de los chips, camuflada dentro de la Guerra Fría, marcó el desarrollo de la industria desde su creación hasta la caída del Muro de Berlín. El dominio de EEUU en la microelectrónica le permitió vencer a la URSS en la carrera de armamento, al tener los soviéticos que desarrollar un mayor número de armas y más costosas para intentar equiparar el poder de dispositivos bélicos menos costosos y más precisos. También la URSS cometió el error de desarrollar su ecosistema basándose en el espionaje industrial, no en la innovación. China, con un presupuesto de 55.000 millones de dólares en I+D en 2025, no está cayendo en la misma trampa. La gran rivalidad tecnológica entre las dos grandes potencias aún se prolongará años, pero EEUU parece necesitar una renovación estratégica si quiere imponerse.
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