Opinión
México en Latinoamérica ante el espejo

Por Joaquín Zebadúa Alva
Diputado Federal. Representante del Congreso de México ante el Parlamento Centroamericano. Ha participado en el Parlamento Latinoamericano y Caribeño.
En el juego del calamar en que se ha convertido la política exterior del fin del imperio, en México y Latinoamérica esperamos la siguiente parada el próximo 2 de abril. Lo hacemos con una sensación ambivalente, a medias de tensión, a medias de fastidio por los constantes coletazos de Trump 2.0.
En México en particular, esperamos con la tranquilidad relativa de que tenemos a la mejor persona para este momento. La estrategia de negociación que ha utilizado la Presidenta Claudia Sheinbaum ha funcionado y ha permitido que Cámaras empresariales, sindicatos, Gobernadores de los Estados y el pueblo en general, cierren filas en torno a su liderazgo. Con la deshonrosa excepción de la oposición de derecha, que clama por la intervención estadounidense en territorio mexicano, olvidando historia, o tal vez reivindicando la propia, por aquello de los conservadores que invitaron a un Hasburgo a reinar en estas tierras republicanas en el Siglo XIX.
La Presidenta Sheinbaum, con una aprobación del 80% y la plaza pública repleta, se ha mantenido firme. Desde antes de la llegada de Trump ha insistido: hay que actuar con la cabeza fría, en defensa de la soberanía, con desmentidos a los señalamientos de colusión con el crimen organizado, llamados reiterados para incluir en la agenda el tráfico de armas con dirección norte - sur y con un rechazo al discurso que convierte a los migrantes en criminales inhumanos, a los que se les puede mandar vía exprés a cualquier prisión externa.
La tarea de sobrevivir esta coyuntura es doblemente difícil, porque la decisión que tomaron los neoliberales hace 40 años pasa factura. Cuando en 1982 se impuso el dogma que nos llevó en 1994 a la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, casi se quemaron las naves. O mejor dicho, nos amarramos a nuestro vecino del norte y volteamos poco hacia nuestros hermanos del sur. Hoy, el 80% de nuestras exportaciones son hacia Estados Unidos y tenemos una balanza comercial superavitaria en el orden de los 172 mil millones de dólares. En el “universo Trump”, esa es la suma con la cual subvenciona a nuestro país.
La apuesta neoliberal por Norteamérica provocó una reconfiguración total de la economía mexicana. Cualquier medida que se quisiera tomar ante una embestida proteccionista a fondo, nos metería en un camino de dos a tres lustros para reorientar nuestra industria y nuestra producción de alimentos. Como sea, el Plan México presentado por la Presidenta Sheinbaum, algo incluye ya de esto. Todo indica que “hacer a América grandiosa de nuevo”, pasa por ser el bully del barrio, para medio componer su industria manufacturera, acabar con la posibilidad de la relocalización de la industria en nuestro país y tratar de recorrer su frontera hacia Groenlandia en el norte y hasta el Canal de Panamá hacia el sur, para más o para menos, según se vea.
Hacia el sur deberían estar viendo, comentan algunas voces. Y esas voces no dejan de tener razón. A los pueblos latinoamericanos nos une lengua, cultura e historia compartida. Al viajar por nuestros países siempre hay un sentido permanente de pertenencia. Cuando se dice la Patria Grande, no suena a exageración. Tenemos mucho más en común que los Estados de Europa, discursos e intentos de integración más antiguos y resultados mucho mas exiguos.
Cuando en Europa se estaban conformando los últimos Estados, en Latinoamérica ya se había desintegrado la República Federal de Centroamérica y la Gran Colombia era un recuerdo. Cuando del otro lado del Atlántico la guerra era la regla, de este lado del charco era la excepción, sin contar claro, las invasiones venidas del norte.
Los estudiosos latinoamericanistas tienen una explicación plausible: que nuestras economías tanto tiempo destinadas a producir insumos para la potencia compiten entre sí, lo que hace imposible una unión económica y aduanera. Ahí se han atorado iniciativas de diverso signo, como el Mercosur, el ALBA o el Sistema de Integración Centroamericana. Los parlamentos, tanto los de elección directa como el Andino o el Centroamericano no han transitado hacia ser órganos con resoluciones vinculantes, aunque en estos días dan señales de representar verdaderamente a las fuerzas que agitan nuestra parte de la América. Y los de representación Parlamentaria, como el Latinoamericano y Caribeño, viven en Panamá una dinámica propia, tan respetuosa de la pluralidad que resulta aséptica e inmovilizante. Cuando Simón Bolívar visualizó a Panamá como la sede ideal del parlamento de la unidad latinoamericana, faltaba mucho trecho por recorrer a la sombra de la Unión Americana.
Otro factor importante que explica las distancias es la farsa que recorre a Argentina en estos días, o la estulticia del pequeño Noboa, que quieran los ecuatorianos termine pronto. Pero con todo y todo, con tanto en común, urge tomar en serio la posibilidad de una relación mas estrecha. Si las aduanas dividen, que nos una la historia, las Universidades y las fiestas. No puede ser tan difícil generar un espacio común de educación superior, un intercambio cultural permanente entre nuestros pueblos y culturas vivas, una reflexión compartida sobre nuestro pasado. De lo contrario, cuando el imperio colapse, estaremos ante el espejo, y probablemente sea el de Tezcatlipoca: uno que permita ver las profundidades insondables de la oportunidad perdida, un espejo negro y humeante.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.