Opinión
Víctimas perfectas: o calladas o asesinadas


Periodista
-Actualizado a
Estamos a tope. No había bastante con el libro sobre el caso Bretón que nos llegó la absolución de Dani Alves. Y la cosa no queda aquí. La Audiencia de Asturias anula la condena a un acosador sexual ante la decisión de la víctima de mantener sus rutinas diarias, y que como no modificó sus hábitos, interpretan que no le generaron malestar. Y otra más, porque seis policías locales de Granada son investigados por revelar datos de una víctima de violencia de género a la que localizaron a través del sistema VioGén. Ella es la expareja de un compañero de los agentes, denunciado por maltrato físico y psíquico hacia ella y sus dos hijas. Él es un subinspector y sigue ejerciendo como tal, aunque tiene el arma retirada. Va con una pulsera telemática porque la amenaza con “soy capaz de matar”, pulsera que se habría quitado hasta en diez ocasiones.
¿Qué une a todos los casos? La indefensión de las víctimas frente a un sistema en el que no se sienten creídas ni protegidas.
Basta de centrar el debate sólo a un lado, durante horas, para no hablar de lo importante. Porque en el caso del libro de Bretón el fondo del asunto no es tanto la libertad de expresión como que este asesino tenía una sentencia que impide cualquier tipo de comunicación con la madre. Porque en el caso de Dani Alves el fondo no es tanto la presunción de inocencia sino cómo se interpreta el consentimiento. Tan legítimo es el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, como la Audiencia Provincial. Tan legítimos son los criterios de defensa a Alves como la jurisprudencia que recuerda la Asociación de Mujeres Juezas sobre los testimonios de las víctimas en los delitos de la intimidad. Igual que en el caso de Asturias el fondo es que se juzgue si una víctima cambia o no su vida, mientras se tolera que acosadores campen a sus anchas. Y en el caso de Granada el fondo es cómo, de nuevo, un sistema que debía proteger, una parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, se convierten en la trampa de desprotección para una víctima y sus hijas.
¿Qué sigue uniendo a todos estos casos? La violencia institucional que sienten las víctimas. Recuerdo que esa violencia institucional quedó fuera del nuevo Pacto de Estado. Y hasta que no se reconozca seguirá la revictimización a las mujeres, poniendo la lupa sobre qué hicieron ellas antes o después de un delito y no en ellos y en sus agresiones.
Dejen de dar explicaciones a las víctimas como si fueran idiotas. Ellas mismas saben que se enfrentan a un sistema garantista. Pero tan garantista para los acusados que a veces, cuando están libres, lo pagan con sus propios asesinatos o lo de sus hijos e hijas. Luego, unas palabras de condolencias, un entierro y fin. Ni un escándalo en platós de televisión ni un comunicado de jueces ni fiscales. Que se lo digan a Ángela González Carreño o a Itziar Prats, con sus hijas asesinadas tras denunciar. Miren si el sistema es garantista que José Bretón estaría sin condenar porque nunca fue considerado un maltratador. Está condenado porque apareció la prueba de los restos de sus hijos asesinados por él, tras un trabajo titánico forense. Sin eso, este individuo estaría en la calle.
Hace unos días una víctima me preguntaba, ¿para qué nos dan derechos que luego no sirven? ¿Hasta dónde tenemos que ser perfectas antes y después? Porque aunque Ruth Ortiz tenga sentencia que impediría a Bretón comunicarse con ella, lo hace a través de un tercero. Porque aunque la víctima de Dani Alves tuviese su derecho al consentimiento, ni vale un vídeo donde se la ve derrumbada ni tener estrés postraumático. Igual que del vídeo de la Manada interpretaban un abuso, jolgorio o una peli porno. Porque aunque la víctima de Asturias pueda denunciar un acoso, si ella no demuestra cambios en su vida después, no sirve. Y porque aunque una víctima pueda pedir protección en VioGén, siempre hay cómplices que pueden dejarla vendida. Lo que está en riesgo no son unos derechos garantizados para ellos, sino cómo se interpretan los nuestros.

Si dejaran de infantilizar a las víctimas, sabrían que ellas lo captan todo. Las lecciones parecen estar claras: tus derechos siempre serán de segunda. Y lo que es peor, que a este ritmo, de nuevo, parece que la víctima perfecta es la que está o callada o asesinada.
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