Opinión
Volver a pensar la unidad


Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
En el próximo ciclo electoral, pero desde hace ya unos meses, vuelve a sobrevolar la pregunta de la unidad en el espacio a la izquierda del PSOE. Un espacio que está representando por entre un 10 y un 13 por ciento de voto a nivel estatal -dependiendo de los momentos políticos- y que es la clave para garantizar una mayoría progresista en las próximas elecciones de 2027 y evitar un gobierno PP-Vox.
La unidad ha sido un elemento central de la política de los últimos 15 años. Ha servido para forjar coaliciones ganadoras y proyectos fallidos, ha sido excusa para explicar resultados electorales, a veces con buenos argumentos, otras con fetiches innecesarios que evitaban discusiones profundas y serias sobre límites estructurales. Ha sido un elemento para decir que con ella se suma menos y, al contrario, que sin ella no hay suma.
Sin duda hay mucho que aprender de los procesos de unidad acertados y aquellos fallidos, pero creo que podemos convenir que todos han tenido una enorme dificultad para pasar de los momentos previos a las elecciones a los momentos posteriores. La pregunta no es, quizás, unidad sí o no, sino cómo mantenerla y que sea productiva.
Las alianzas electorales exitosas han construido buenos proyectos desde el punto de vista demoscópico, pero con enormes dificultades para abordar “el día siguiente”. Y quizás esto se debe a que hemos planteado la cuestión desde un punto de vista erróneo. Quizás no se trata de cómo mantenernos unidos en aquello que nos une, sino cómo mantenernos unidos en aquello que nos separa.
Para la izquierda, la unidad es un mito, es la unidad (de la clase trabajadora, del pueblo, de los obreros y los estudiantes, de la izquierda misma) la condición de posibilidad de la revolución y la emancipación. En una huelga, la diferencia entre el éxito y el fracaso es la unidad. El problema es que el mito traslada al ámbito de las organizaciones políticas, y especialmente de la política institucional, algunas ideas que pueden no ser las más útiles para el momento presente.
El planteamiento siempre es “si dos proyectos comparten el 80 por ciento y se diferencian en un veinte por ciento lo natural es que se unan”. Esa manera cuantitativa de entender lo que une y lo que separa dificulta mucho pensar políticamente cómo acercarse, porque en ese veinte por ciento hay ideas profundas, planteamientos sobre el mundo, estrategias diferencias, enfoques comunicativos, etc., y el espacio institucional no tiende a la complejidad, sino a aplanar las diferencias hasta llevarlas a las siguientes posiciones: sí, no, abstención. Esa forma de funcionar se traslada también al ámbito comunicativo, que tiende (por aceleración, por falta de tiempo, porque simplifica las explicaciones) a reducir los matices y amplificar las diferencias.
Pero las diferencias existen, especialmente en un mundo cada vez más complejo y con debates profundamente nuevos sobre el futuro del trabajo, la propia idea de sociedad, las amenazas y posibilidades del cambio climático, el feminismo, la geopolítica, la relación con las nuevas generaciones y tecnologías, los derechos y las libertades, etc. Lo que significa “ser de izquierdas” no es una certeza identitaria, sino una pregunta que se actualiza cada día y que tiene respuestas múltiples.
De la misma forma, se ha producido una idea perversa en la tensión entre unidad y hegemonía, con la idea, pendular, constante, de que el otro, sea quién sea y dependiendo de cada momento, o está ya muerto o está a punto de morir. Por el contrario, la historia de estos 15 años es la contraria: “Lo que está muerto no puede morir”, por recuperar una frase de ese Juego de Tronos tan usado en los últimos 15 años para describir la política española.
Por tanto, para abordar este asunto partamos de cuatro principios a la hora de plantear los procesos de unidad.
Seamos laicos y desapasionados. Pensemos más en protocolos, instrumentos, artefactos. Propuestas inacabadas que se vayan completando.
Pensemos en modelos que cumplan los mínimos necesarios para reproducirse en el tiempo, no grandes catedrales, sino pequeñas parroquias con posibilidad de crecer poco a poco. El vínculo político necesita tiempo.
Garanticemos la autonomía de los distintos proyectos a nivel político y en sus distintos ámbitos de influencia. Podemos estar coordinados en una campaña electoral y no necesariamente en otros aspectos, podemos tener modelos diversos de alianza, podemos tejer proyectos a velocidades distintas.
Reconozcamos la multiplicidad de actores que conforman el denominado “espacio a la izquierda del PSOE” y, por tanto, la necesidad de construir dispositivos diversos.
Imaginemos, en definitiva, formas de encuentro y alianza de nuevo tipo, que no partan del 80 por ciento en lo que somos muy parecidos, sino en cómo articular el 20 por ciento en el que no pensamos igual. Reconozcamos, al menos, que es posible que ese 20 por ciento sea también una identidad variable y diversa.
Creo que si se es capaz de construir esas mediaciones con la ambición de la coordinación, más que de la hegemonía, produciremos espacios más conflictivos hacia adentro, con más discusión, mas debate, más diferencia, quizás con un poco más de ruido, pero muchísimo más productivos a nivel político y demoscópico a corto, medio y largo plazo.
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