Este artículo se publicó hace 7 años.
Los bailes prohibidos del franquismo: cuando la dictadura vetó el 'agarrao' en las verbenas
Las autoridades políticas y religiosas del régimen persiguieron las danzas que se practicaban en las plazas, advirtiendo que formaban parte de la “propaganda pornográfica y subversiva” de la etapa “rojo-separatista”. Se estableció también que los “txitxarrillos” no podían durar más allá del anochecer.
Cada fin de semana, las plazas de varios municipios de Euskadi se convierten en gigantescas pistas de baile para la tercera edad. Se trata de los famosos “txitarrillos”, unas verbenas pensadas para personas mayores en las que suenan canciones pegadizas. Para los asistentes más mayores, hubo un tiempo en que era impensable –o incluso delito- bailar de esta manera: si lo hacían, corrían serio peligro de acabar en comisaría.
Distintos documentos obtenidos por Público permiten reconstruir esa “otra cara” de la dictadura franquista: la represión moral, algo que tenía su traducción directa en las pocas y valientes verbenas que siguieron celebrándose tras la instauración del nacionalcatolicismo. De acuerdo a esos archivos, el régimen prohibió bailes como el “agarrao” o cualquier otro en el que hubiese roce entre las parejas.
En una orden enviada a los ayuntamientos de Bizkaia, el gobernador civil de esta provincia, Juan Granell, señalaba que los bailes públicos “no han de dar jamás lugar a actitudes ni escenas inconvenientes e incorrectas”. Del mismo modo, advertía a las autoridades municipales que las verbenas no podían “rebasar en su duración” más allá del anochecer. Alertaba además que estaba dispuesto a “castigar con toda energía” los incumplimientos de estos mandatos, dado que formaban parte de la “moralidad y costumbres públicas” del franquismo.
"No se consentirá en la plaza pública el baile agarrado por su carácter exótico e indecoroso"
En realidad, nada de eso era nuevo. Anteriormente, las autoridades eclesiásticas se habían puesto en contacto con los representantes franquistas para reclamar que se adoptasen medidas en ese mismo sentido. “Para nadie es un secreto que la juventud de nuestros días se halla bastante relajada en materia de costumbres y moralidad”, sentenció el arcipreste de Villaro (Bizkaia) en un escrito remitido a los ayuntamientos de la comarca de Arratia a finales de abril de 1939.
En su contundente escrito, el responsable de la Iglesia católica en esa zona advertía sobre las “consecuencias” de las “enormes propagandas pornográficas y subversivas que en su derredor han tenido lugar en los últimos tiempos de dominación rojo-separatista y en los siete años de República laica, en que agentes asalariados recorrían los pueblos con el fin de corromper a la niñez y a la juventud de ambos sexos, sembrando en ellos ideas erróneas y vicios perniciosos que no podrán ser extirpados sino con una labor educadora constante y profunda de varios años”.
El arcipreste mostraba su especial preocupación por los “bailes públicos” que se practicaban en esa zona, argumentando que “no solo en los tiempos de crudo laicismo, sino durante largos años de liberalismo afrancesado, han sido considerados por ciertos alcaldes como cosa corriente y de buena ley, aunque se faltase en ellos abiertamente a las leyes y normas de la moral, siendo así que la clase de bailes modernos que se practicaban se hallan severamente prohibidos hasta en países no católicos”. Sin embargo, no mencionaba ni uno solo de los lugares donde ocurría tal situación.
“Moral católica”
En cualquier caso, la sentencia de la Iglesia fue muy clara. “En adelante, siguiendo las tradiciones de la España de nuestros antepasados, no se consentirá en la plaza pública el baile agarrado por su carácter exótico e indecoroso, reñido con las normas de la Moral Católica, la única moral que es admisible en una Nación Católica”, remarcó.
Además, se estableció que “para amenizar los festejos y dirigir los bailes considerados, por lo regular, como lícitos, no se admitirá otro instrumento que el clásico tamboril”. No obstante, ese instrumento no podría tocarse “en los días festivos hasta que terminen los divinos oficios de la Iglesia Parroquial”.
El más mínimo roce sería castigado con toda severidad
Las prohibiciones volverían a ser refrendadas unos meses más tarde por el gobernador civil, que se vio obligado a recordarles a los alcaldes de la comarca de Arratia su “preocupación constante” en torno al “mantenimiento dentro de la moral pública de cuanto se refiere al asunto de las diversiones públicas, principalmente los bailes”.
En tal sentido, el representante de la dictadura en Bizkaia ordenó que todos los municipios de esa zona adoptasen “unas normas comunes en lo que a bailes públicos se refiere, manteniendo, en lo posible, la tradición establecida, sin dar lugar a innovaciones que la desnaturalicen y haciendo que terminen siempre antes del anochecer”.
“La relajación de costumbres no es propia de un pueblo que acaba de luchar en reciente y gloriosa cruzada y si no se quiere traicionar los móviles que la inspiraron, es preciso reestablecer y mantener a todo trance la honestidad de las diversiones públicas”, subrayaba el gobernador civil. En otras palabras, el más mínimo roce sería castigado con toda severidad.
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