Este artículo se publicó hace 7 años.
Congreso PSOE AndalucíaTres años después, Sánchez tiene una estrategia y Díaz tiene otra
La reunificación del PSOE se antoja difícil. El secretario general acude al territorio de su rival a decir que “unidos serán imparables”. Pero ella aún supura desconfianza: “No me hagas elegir entre el partido y Andalucía”
Daniel Cela
Esta es la crónica del déjù vu socialista, algo que ha ocurrido hace unas horas, pero podría estar fechado hace tres años, cuando empezaron a recrudecerse las relaciones tóxicas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz. Él llegó a la secretaría general del PSOE gracias a ella, y en un momento determinado, ella consideró que su tiempo había acabado. Le dejó lo suficiente para calentarle el sillón de Ferraz mientras ella se consolidaba como presidenta de Andalucía, un cargo heredado de José Antonio Griñán, que debía ganarse en las urnas antes de dar el salto a Madrid. “Pedro tiene una estrategia y yo tengo otra”, le contó Susana Díaz a El País en octubre de 2014, y ahí empezaron los problemas. Y ahí mismo se encuentran tres años después: Pedro sigue teniendo una estrategia y Susana otra.
Sánchez y Díaz funcionan mejor como pareja que por separado, tienen más público, congregan más atención y más cámaras. No les ocurre lo que a Felipe González y Alfonso Guerra, que tenían tantos seguidores juntos como separados. Lo quieran o no, estas páginas rotas del socialismo español se leerán en el futuro como el tiempo convulso de Sánchez y Díaz, de Díaz y Sánchez. “Se terminará cuando los dos gobiernen o cuando los dos dejen de gobernar a la vez. Lo único que puede poner fin a esto son unas elecciones”, dice un veteranísimo del partido.
Los dos antagonistas se han reencontrado este caluroso domingo de julio en la clausura del 13 Congreso del PSOE andaluz, y no se veían desde que él la derrotó en las primarias que les enfrentó por el control del partido. Coincidieron en Sevilla en el cierre de campaña, en la misma orilla del río, separados por 2.000 metros, dos versiones del mismo PSOE. Ahora vuelven a compartir partido, pero les separan dos versiones del mismo país: la España plurinacional y asimétrica, y la España de la igualdad y la solidaridad entre territorios.
El reencuentro ha sido incómodo -más para él que para ella- pero moderadamente pacífico. Pedro Sánchez, ahora con la autoridad del vencedor, le ha señalado a la presidenta andaluza el mismo camino que le indicó en 2015, durante su primer mitin electoral juntos: “Tú en San Telmo y yo en Moncloa”. A ella no le sentó bien aquello, porque “tenía su propia estrategia”, y no era “la misma que la de Pedro”. Pero ahora es lo que hay. La guerra ha terminado, pero el partido sigue dividido. Muchos socialistas han salido del 13 Congreso con la sensación de que “Susana Díaz no muestra síntomas de haber digerido la derrota ni de creerse aún el liderazgo de Sánchez”. Todo apunta a que la postguerra será larga.
El nuevo hundimiento del Maine, la excusa para reeditar la guerra, se llama ahora España plurinacional. Los socialistas andaluces se han atrincherado ante concepto tan impreciso, como si éste violentase frontalmente la autonomía plena de Andalucía. Como si el órdago del independentismo catalán hubiera arrastrado a Ferraz a negociar con el PSC al margen de las regiones del sur, y ahí existiera un riesgo real de perder todo lo que se ganó el 4 de diciembre del 77 y el 28 de febrero de 1980: los andaluces no queremos ser más que nadie, pero tampoco menos que nadie. “Pedro, vas a tener la lealtad de todos los socialistas andaluces y la mía la primera. Lo único que te pido, como secretaria general del PSOE-A y como presidenta de Andalucía es que nunca me hagas elegir entre estas dos lealtades, porque soy la presidenta de todos los andaluces”.
Es lo que le queda a Susana Díaz tras la debacle de las primarias, estos son sus poderes reales: “Ahora toca Andalucía”, fue el mantra que más repitió en los días posteriores a su derrota contra Sánchez. Y ahora se ha convertido en la frase del XIII Congreso, la más aplaudida por los susanistas, la que más irritó a los sanchistas, que afearon a la presidenta la “sobreactuación de su andalucismo”.
''Nación de naicones''
Susana Díaz le lanzó el guante a Sánchez, pero éste no lo recogió. Nada de lo que dijo la presidenta andaluza alteró su discurso, leído de arriba abajo. De hecho, si exceptuamos ese dramático “Pedro, no me hagas elegir entre el PSOE y Andalucía”, el mensaje que llevaba Sánchez no difería mucho del de Díaz. El madrileño también traía escrita una oda a la federación andaluza y a sus 40 años de historia, que se cumplen en diciembre. Enumeró a todos los presidentes autonómicos y líderes regionales, desde Rafael Escuredo a la propia Díaz, y reconoció el esfuerzo del pueblo andaluz por la lucha del Estado autonómico.
Sánchez le prometió lealtad a Susana Díaz -“mi secretaria general, mi presidenta andaluza”- y en el momento de explicar su idea de federalismo, lo hizo con bisturí, tratando de no mostrar contradicciones entre la Declaración de Granada y la de Barcelona, ni entre la España plurinacional y el 28F. “Susana tú y yo hablamos el mismo idioma, el idioma de la libertad, de la solidaridad y de la igualdad”, le dijo (ni un aplauso).
Todo su relato estaba medidísimo para no desatar susceptibilidades en un partido eléctrico y con la fibra muy sensible. Ni mencionó la palabra “asimétrico” ni mencionó la dichosa palabra “plurinacional”. Sí habló de “nación de naciones” (ni un aplauso), una idea aproximada a lo que se le ha escuchado en Cataluña o Valencia, una idea que al PSOE andaluz tampoco le gusta, pero que poco puede reprocharla cuando también la usó Felipe González y además está recogida en los archivos de la Fundación Alfonso Perales, el think tank de la federación andaluza.
Sánchez y Díaz tienen apellidos muy comunes, pero a ambos se le atribuyen habilidades shakespearianas: las intrigas, la traición, la venganza, el poder… El madrileño se sentó en primera fila y allí permaneció, impávido, sin separar los labios un instante, y sin hablar con nadie, mientras leían, uno a uno, los nombres de la nueva ejecutiva de Susana Díaz. Algunos de ellos fueron miembros de su anterior ejecutiva federal -la presidenta Micaela Navarro, su número tres, Antonio Pradas, María Jesús Serrano, María José Sánchez Rubio-, fueron quienes le dimitieron en aquel convulso comité federal que forzó su dimisión, y dejó destrozado al PSOE. Uno a uno fueron llamados a ocupar su puesto en la mesa presidencial, parándose a abrazar fuerte a Díaz, y saludando fugazmente a un Pedro Sánchez que no se levantó de la silla.
Fue, quizá, lo más violento del reencuentro, lo que no se puede controlar, las emociones. Para amortiguar ese mal trago estaban los discursos de Sánchez y Díaz. Ambos hablaron de paz, de lealtad y de unidad, sobre todo el madrileño, que sabe cuánto necesita el músculo del PSOE andaluz para ganar las próximas elecciones. “La derecha política y mediática quiere un PSOE desunido, porque sabe que un PSOE unido y cohesionado es imparable”, dijo (ni un aplauso).
Pero mientras Sánchez y Díaz hablaban de paz, los suyos discutían fuera sobre los congresos provinciales de Andalucía que se celebrarán tras el verano. Los susanistas, un 93% de los casi 500 delegados en este congreso, entonaron a coro el himno de Andalucía en la clausura. Las sanchistas, menos del 7%, se hicieron fuertes a la llegada de su líder, al que jalearon al grito de ¡Pedro, Pedro, Pedro!, y luego improvisaron en los pasillos del hotel un cierre paralelo del congreso, fuera del salón plenario, donde cantaron La Internacional con el puño en alto. Guerra de himnos y sensibilidades.
“¿Has visto cómo hemos llenado los pulmones de oxígeno cantando el himno? Porque esto había que dejárselo muy claro”, dice un miembro del Consejo de Gobierno. En efecto, los socialistas andaluces creen a pies juntillas lo que dice su jefa, que el espíritu del 28F está en peligro y es necesario estar en alerta. Y así están los socialistas, todos en alerta.
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