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1ª entrega: El republicano que secuestró un transatlántico para hundir el franquismo
Su silueta espigada, rayana en los huesos, se desplaza por la cubierta como una figura de Giacometti. Entre el pasaje cunde el nerviosismo, que se atenúa cuando se sirve el desayuno, como si nada hubiese sucedido durante la madrugada. Sin embargo, los pasajeros han escuchado un tiroteo, en el que un oficial portugués ha caído muerto y otros dos miembros de la tripulación han resultado heridos. Afeitado su pintoresco bigote para la ocasión, aquel locuaz esqueleto se dirige a los presentes: el Santa María, a partir de ese momento, pasa a llamarse Santa Liberdade. En tierra nadie sabe que Pepe Velo, un maestro republicano de Celanova, ha secuestrado un transatlántico con más de seiscientos pasajeros y 350 tripulantes a bordo. Las transmisiones por radio han sido cortadas, pues el objetivo de los guerrilleros es dirigirse hacia las colonias africanas de España y Portugal para provocar una sublevación y, después, trasladar la revolución a las metrópolis.
El ourensano charla con los pasajeros, discute sobre temas políticos, intenta imbuirlos de su ideología. “Era un buen escritor, pero también un gran orador”, recuerda a Público su hijo Víctor Velo, que participó en el secuestro con sólo dieciséis años. “Encantaba a la gente, en el buen sentido del término. Porque no era un encantador de serpientes, sino alguien que tenía convicciones políticas y las defendía con la palabra, no con las armas”. Algunos pasajeros simpatizan con los secuestradores. Luis Noya, que había sido alumno de Pepe Velo, se une a la causa y filma con una cámara Súper 8 la evolución de la travesía. Los marineros de la sala de máquinas, la mayoría caboverdianos, los saludan con un “al fin es día de fiesta”, señala el revolucionario Camilo Mortagua Taváres en una entrevista al Jornal de Estarreja.
“Procuramos que se llevase una vida lo más normal posible, por lo que se mantuvieron las comidas y las fiestas. Había que tratar de disminuir el impacto en la gente, que estaba preocupada”, rememora Víctor. “Además, intentamos crear una especie de socialismo dentro del barco y, entre otras cosas, se permitió la movilidad del pasaje de tercera”. La gente chapoteaba en la piscina e incluso compartía juegos con los comandos. El cura daba misa y un insurgente portugués cantaba fados al son de la orquesta. Arriba, parecía que nada había cambiado, aunque en las bodegas se larvaba una resistencia soterrada.
El capitán, Mário Simões da Maia, que al principio había mostrado una tenaz oposición y ordenado apagar los motores, les avanza a los viajeros que en los próximos días llegarán a puerto. Ha acatado a la fuerza las órdenes del DRIL, cuyo primer comunicado es leído al pasaje en portugués, español, inglés y, obviamente, en gallego, que para eso Velo había hecho una revolución. Parte de los viajeros eran de Galicia, al igual que los asaltantes. Sotomayor, teniente de navío y al timón del barco, procedía de A Pobra do Caramiñal. Basilio Losada era un pulidor de muebles de Escairón, la capital de O Saviñao, un municipio lucense de tradición socialista. Ferro remite a Monforte y Porriño fue el apodo que recibió Manuel Pérez por haber nacido en la capital del granito. “Velo es el que le da la impronta galleguista al secuestro, empezando por las arengas”, señala a Público la cineasta Margarita Ledo, autora del documental Santa Liberdade. La gallegada se completa con el objetivo a batir, un señor bajito de Ferrol con voz atiplada que dos años después de comenzar la guerra dictó que la ciudad pasaba a ser del Caudillo.
El éxito de la operación dependía del silencio y la invisibilidad. Si otro barco se percataba de su presencia, podían saltar las alarmas. Con la radio apagada, el transatlántico navegaba en zigzag para evitar ser localizado por los radares. “Sotomayor aplica técnicas guerrilleras y efectúa movimientos insólitos teniendo en cuenta que la persecución se lleva a cabo mediante el empleo de tácticas militares al uso”, explica a Público Xavier Montanyà. Esa forma de desplazarse pudo ser una idea suya, porque era el único con experiencia en el mar, o del propio capitán del paquebote. Aunque luego se verá cómo Maia trató de sabotear el secuestro malgastando agua y combustible a espaldas del DRIL, cuyos miembros ya habían desplegado sus siglas en el puente de mando. Nadie sabe qué habría pasado a partir de aquí si los revolucionarios no hubieran decidido desembarcar en Santa Lucía al oficial herido grave en el tiroteo y a un pasajero enfermo. Sotomayor lo había descartado, pues la isla era una colonia británica y la escala desbarataría la operación al descubrirse sus planes. Sin embargo, deciden que unos marineros los lleven en un bote hasta Castries. “Saben que van a ser descubiertos, pero toman esa decisión porque quieren separar la acción política de lo que podría ser un acto terrorista”, aclara Montanyà, autor del libro Santa Maria. Pirates de la llibertat. Una vez en tierra, los ocupantes de la chalupa cuentan lo sucedido y comienza la persecución.
El destructor británico Rothesay zarpa del puerto santalucense y Salazar solicita ayuda a Gran Bretaña y Estados Unidos, aduciendo que el capitán Henrique Galvao comete un acto de piratería. A John F. Kennedy, que acaba de jurar el cargo de presidente, le pilla todo por sorpresa. “Tres días después de llegar a la Casa Blanca, se encuentra el dosier del Santa María sobre la mesa y encarga a sus asesores jurídicos un informe, que llega una semana más tarde y concluye que es una acción política legítima”, afirma Montanyà, quien considera un gran logro que ambas potencias lo percibiesen como un acto insurgente. “Encarna lo que para mucha gente no dejaba de ser un sueño absurdo: continuar la lucha. Y lo hacen a lo grande, porque secuestran un transatlántico”. Al tiempo, Kennedy cursaba un máster exprés en relaciones internacionales.
Si bien el Rothesay tiene que regresar a puerto porque se queda sin combustible tras una maniobra de despiste del Santa María, la fragata holandesa Vam Astel y los destructores estadounidenses Wilson y Damato se suman a la persecución, asistidos por vuelos de reconocimiento. Además de 239 españoles y 179 portugueses, en el paquebote viajan 87 venezolanos, 44 holandeses, 35 estadounidenses, cuatro cubanos, un brasileño, un panameño y un italiano. La prensa española, sin embargo, tratará la acción como el secuestro de un barco portugués a manos de piratas de la misma nacionalidad. Pero los responsables se han cuidado de no dejar cabos sueltos y, para no incurrir en un acto de piratería, hacen un inventario de la caja fuerte en presencia del capitán, de modo que no hay botín. Humberto Delgado asume la responsabilidad moral del secuestro desde Río de Janeiro e insiste en que el móvil es político. Kennedy, consciente de ello, deja claro que sus navíos no van a abordar el Santa María, sino a escoltarlo. “La flota americana cuidaba, entre comillas, de nosotros”, ironiza Víctor Velo en el documental Santa Liberdade. Holanda retira el suyo y Gran Bretaña hace lo propio presionado por la bancada laborista, que critica el apoyo a la dictadura de Salazar del primer ministro conservador, Harold MacMillan.
El presidente de Estados Unidos comparece ante la prensa el 25 de enero para anunciar que un avión lo ha localizado, tres días después de su paso por Santa Lucía, a seiscientas millas al norte del río Amazonas. Creían que se dirigía a Cuba cuando en realidad su destino era África, como le transmiten desde el barco al piloto, quien les ordena a su vez que se dirijan a Puerto Rico. Galvao se niega a cumplir la orden del responsable de la Sexta Flota de los Estados Unidos, el almirante Robert Dennison, que sería tiempo después el encargado del bloqueo de Cuba durante la guerra de los misiles. Desde entonces, la sombra de un avión se recostará cada día en la cubierta del transatlántico.
Mientras la Casa Blanca es prudente, la prensa franquista desvía la atención hacia la causa portuguesa y silencia la presencia de españoles entre los revolucionarios, así como la autoría y los motivos del secuestro, centrándose en la evolución de los hechos. El Arriba, cuya primera noticia fue impresa no en las páginas de nacional o internacional, sino en las de sucesos, lo califica como “un acto de pura piratería, realizado en el turbulento mar político del Caribe, aureolado por todas las tradiciones de corsarios, bucaneros y piratas que son de todos sabidas, a cuya lista ha venido a sumarse el funesto capitán Galvao”, al que califican de “demencial”, “neurópata” y “suicida”. Según el diario falangista, “el Derecho Internacional lo que manda es colgarlo del palo mayor del Santa María [...] sin formular previo juicio”. Y atribuye el secuestro a una conspiración comunista, cuando el militar portugués aborrecía esa ideología. “Galvao no es el personaje romántico de ninguna aventura política. Es un bandolero del mar [...]. La aventura parece la obra de desesperados, de enfermos de megalomanía o de locos”, se puede leer en la edición del 26 de enero.
Ninguno de los veinticuatro asaltantes militaba en partido comunista alguno, aclara Armando Recio en El secuestro del Santa María en la prensa del régimen franquista, publicado en la revista Historia y Comunicación Social (Complutense). Aunque el diario Ya también insiste en ello, menciona al DRIL como el responsable del secuestro y le atribuye motivos políticos. Eso sí, no menciona a Velo y se centra en Galvao y Delgado, que contarían con “el apoyo técnico del capitán Bayo y el económico de Che Guevara, barbudo presidente del Banco Nacional de Cuba”. Una falacia. Además de recurrir a la excusa roja y de vincularlo a la masonería con el fin de criminalizar al comando, no ahorra en calificativos despectivos: sus miembros son una “banda”, una “partida” o una “pandilla” de “inadaptados”, “desalmados”, “gánsteres”, “forajidos” o “delincuentes”. ABC, que muestra su enfado por la reacción condescendiente de las potencias occidentales, llega a mencionar en una breve nota que el líder es un español llamado Bello (otros periódicos se refieren a él como profesor Bello, como el gijonés Voluntad, que acusa su línea editorial falangista al tildar a Galvao de "septuagenario neurópata, de acusada peligrosidad"), al tiempo que agita la amenaza comunista y la conspiración masónica.
“El régimen se valió de estos argumentos para desarrollar sus políticas represivas para proteger a España de tamaños peligros”, concluye Recio, quien rescata una entrevista a Margarita Ledo en Página 12. “El franquismo convirtió el hecho histórico en una fábula de piratas y alentó el silencio como si se tratara de una cuestión solamente portuguesa”, declara la cineasta al diario argentino. “Y, a su vez, Salazar aprovecha el secuestro para reforzar su figura”. No importaba que los marineros desembarcados en Santa Lucía afirmasen que en el transatlántico mandaba Velo. Tampoco que su nombre se mencionase en la prensa extranjera: El Mundo de Caracas abría con el “verdadero jefe”, aquel “misterioso revolucionario español ampliamente conocido entre los que luchan por derrocar” la dictadura.
“El franquismo puso el foco en Galvao porque se trataba de un personaje público”, comenta a este diario el editor Paco Macías. Era tan popular en Galicia que los padres mentaban al capitán portugués para reprender a sus hijos traviesos: “Pareces un Galvao”, les decían. “Había sido salazarista y, acostumbrado a moverse en los medios de comunicación, durante la travesía ejerció de relaciones públicas”, justifica Macías. “La participación de republicanos catalanes y gallegos queda disimulada porque la prensa oficial se encarga de borrarlos de la historia, mientras usan a Galvao en el papel de vedete”, añade Montanyà. Por su parte, el Gobierno de la Segunda República Española en el exilio no le da el visto bueno a la acción ni apoya la lucha armada. “Sólo lo hace tímidamente cuando Delgado la reivindica desde tierra”, apunta el escritor catalán. “Tampoco hay una reacción de los anarquistas, enfrascados en sus luchas internas. Por eso Velo queda en la sombra”.
Más allá de su fama, su propia actitud refuerza su protagonismo. La estación de radio de a bordo comienza a emitir comunicados que dejan claro que el triunvirato, formado por el capitán portugués, Velo y Sotomayor, asume el liderazgo de la operación. “El Santa Liberdade se convierte en una emisora libre desde la cabina del telegrafista”, afirma Xavier Montanyá. Pero Galvao se crece cuando Delgado, en calidad de presidente electo de Portugal, elude al DRIL y lo nombra general en jefe de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. “Estaba medio pirado y tenía delirios de grandeza”, critica Víctor, testigo de las decisiones que comienza a tomar por su cuenta, obviando a sus compañeros. “Era muy receloso de mi padre, que no gritaba sino que hablaba, y eso le dolía”.
El distanciamiento es tal que el portugués ni siquiera cita al maestro gallego en Santa Maria, My Crusade for Portugal, publicado ese mismo año. Sí reconoce el liderazgo operativo de Sotomayor, el único que sabe pilotar un navío. “Suponiendo que el barco fuera un país, se encargó del papel de Ministro de Relaciones Exteriores”, matiza en Santa Liberdade Camilo Mortagua, quien en el futuro fundaría la Liga de Unidade e Acção Revolucionária (LUAR) y permanecería en la clandestinidad hasta el triunfo de la Revolución de los Claveles. Mortagua sostiene que Galvao se creía “el hombre” elegido por Estados Unidos para sustituir al dictador portugués, entre otros factores debido a su firme posición contra el comunismo y a su querencia por las democracias liberales, como la norteamericana. “Lo único en lo que se engañó fue en no vivir el tiempo suficiente para que eso se concretase”, declara en la citada entrevista al Jornal de Estarreja. Pese a que Delgado ya se creía presidente, ínfulas no le faltaban a su lugarteniente.
Si bien Sotomayor se había opuesto a retomar las transmisiones radiofónicas y telegráficas, la apertura al exterior les da la medida de la repercusión internacional que está teniendo el secuestro, pues empiezan a llegar mensajes de simpatizantes y de periódicos de todo el mundo. También entra en contacto con ellos el almirante estadounidense Robert Dennison, que les ofrece una salida airosa: desembarcar a los pasajeros a cambio de reconocer la causa de los rebeldes. Mientras, Salazar ordena a cuatro buques de guerra que hundan el Santa María si dan con él y Franco toma la decisión de enviar al Canarias, momento en el que el DRIL reivindica la autoría.
Galvao creía que se encontraba fondeado en Santa Cruz de Tenerife, pero el capitán de corbeta retirado Sabino Collazo, destinado en el crucero pesado, muestra a Público la hoja de servicios. El año había comenzado tranquilo. Excepto unas maniobras realizadas en diciembre en las rías de Ares y Ferrol, había permanecido amarrado en el muelle sur de la Empresa Nacional Bazán desde finales del pasado agosto. Cinco meses de tranquilidad interrumpida el 26 de enero, cuatro días después del inicio de la Operación Dulcinea, cuando el Canarias recibe la orden de partir a las 4.27 horas de los astilleros de Ferrol rumbo a Las Palmas, adonde llegan dos soles más tarde.
“Los secuestradores querían alcanzar la costa de Guinea Ecuatorial, por lo que nuestra misión era cortarle la ruta y abordar el transatlántico”, detalla Collazo, cuyo último destino fue la jefatura de la Ayudantía de Marina de Marín, donde reside actualmente. A la hora de comer, siete horas después de llegar a Las Palmas, parten hacia Mindelo, un puerto caboverdiano situado en la isla de San Vicente. El marino gallego, que ya ha cumplido 89 años, hace esfuerzos para recordar aquella travesía, aunque a veces le viene a la cabeza su recibimiento a Franco durante una "temporada de descanso" en Galicia. "Poco después de fondear el Azor, acudió a su bordo el ayudante de Marina de Vivero, don Sabino Collazo Varela, que cumplimentó al Jefe del Estado", reza una noticia del ABC fechada el 7 de septiembre de 1973.
Cuando sus hijos le preguntan por aquella tarde, él duda si recibió o no al Generalísimo. Por eso, cuando sale a colación la persecución del paquebote, para evitar que le traicione la memoria, recurre a su hoja de servicios, que guarda como oro en paño. El diario mecanografiado refleja la intención de la Marina española: interceptarlo en su ruta hasta Canarias o hasta Santa Isabel de Fernando Poo, pues los secuestradores tenían pensado usar la actual Malabo como plataforma de lanzamiento hacia Guinea Ecuatorial y Angola. De ahí que Portugal también enviase varios barcos a Cabo Verde, Guinea Portuguesa (hoy Guinea-Bisáu) y la propia Angola.
Sin embargo, a algunos responsables del secuestro se les empiezan a quitar las ganas de llegar a África. Más allá del blindaje marítimo establecido por el Canarias y los buques portugueses, Estados Unidos ha movilizado a seis mil efectivos para proteger al Santa María, que viajan a bordo de destructores, buques cisterna y de desembarco, submarinos y catorce aviones. Al frente, el almirante Dennison, que le exige al DRIL que desembarque a los pasajeros en Belém do Pará. Sotomayor cree que es una locura, pero Galvao le envía un mensaje aceptando la solicitud, que el gallego ignora. Cada uno hacía su guerra, como atestigua Víctor: “La acción no fue absolutamente detallada”. Se suponía que llegarían a Fernando Poo y allí prenderían la mecha de la revuelta, mas ni fuera ni dentro estaba el horno para bollos.
Maia sugiere que se racione el agua, que escasea, lo que origina airadas protestas entre el pasaje. En realidad, la tripulación está dejando a propósito los grifos abiertos, lo que es aprovechado por un supuesto agente de la policía política portuguesa para sembrar el descontento entre los viajeros. “Fondean en alta mar y hay un motín de los viajeros. A Velo, que creía que con su verbo florido iba a apaciguarlos, se lo comían vivo. Para acallarlos, Galvao tuvo que disparar una ráfaga de metralleta”, explica a Público el investigador Xurxo Martiz. “Habían trazado un plan, pero se desviaba por el camino. Además, el portugués no se creía lo de África y Sotomayor tal vez tampoco, aunque Velo sí. Los dos primeros pensaban que ya habían cumplido con el lío que armaran”, añade este experto en la figura del comandante Fernández. Fijan, pues, una entrevista con el contralmirante Allen Smith a cincuenta millas de Recife el 31 de enero, el mismo día que Jânio Quadros asume la Presidencia de Brasil.
Ésa es la clave del inicio de las conversaciones a bordo del Santa María. Quadros es todo un personaje que irritará a sus partidarios a izquierda y derecha. Un mandatario que un día condecoraba al Che y, al siguiente, reprimía el movimiento campesino. Detrás de sus excentricidades, se escondía un maestro de la comunicación que buscaba ocupar siempre la primera plana: prohibió el biquini y el traje de baño en los concursos de belleza, las peleas de gallos y el lanzaperfumes, un ambientador de importación que había comenzado a ser inhalado durante el carnaval de Río, provocando más de un dolor de cabeza.
Aunque su Gobierno fue brevísimo, pasaron a la historia tanto él como sus memorandos. Para estimular una administración ralentizada por la burocracia, comienza a comunicarse con sus ministros a través de notas, un rudimentario sistema inspirado en las que escribía Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, fue objeto de chanza en la prensa opositora, mas a los secretarios, directores, jefes de sección y hasta simples funcionarios del Estado de Sao Paulo, que había presidido previamente, no le hicieron ninguna gracia los cuarenta mil bilhetinhos do Janio. Por supuesto, Quadros, “borracho como una cuba”, según los guerrilleros presentes en una reunión mantenida en Caracas, le había garantizado a Galvao que les concedería un visado si era elegido presidente: "Esperen a que llegue al poder y les daré todo el apoyo en la lucha contra las dictaduras".
Mientras hacen tiempo para que sea investido, organizan un banquete especial para despedir a los viajeros, que incluía champán y langosta. Durante el baile, los líderes del DRIL firman a quien se lo pide el menú, bautizado como Santa María rumbo a la Libertad, señala Juan Vicente Méndez de León, un apasionado de la gesta, en Una acción olvidada de la oposición al franquismo. También revolotea por el salón Miguel Urbano Rodrigues, un periodista del Estadao y futuro eurodiputado comunista que acaba de llegar desde Pernambuco para unirse a los secuestradores. “La madrugada nos encontró hablando. De quimeras. Quería llegar a África, sublevar la Guinea Española y salir de allí para Angola. A bordo había veinticuatro comandos portugueses y españoles, una tripulación rencorosa y ochocientos pasajeros en la frontera de la desesperación. Sin embargo, a José Velo todo le parecía posible. Su fuego interior me contagió”, escribe once años después en Réquiem para un revolucionario, cuyo original manuscrito conserva su hijo Víctor.
“Irradiaba serenidad y paz, como las aguas del Atlántico. Parecía un sensible, aunque tranquilo, conductor de hombres. La toma del Santa Maria, el primero de los grandes secuestros internacionales, no significaba para él lo mismo que para los demás”. Urbano traza un perfil apasionado del ideólogo del secuestro: “Después de un principio de motín a bordo, me di cuenta que no era ni un condottiero [mercenario] ni un revolucionario profesional. Enfrentó sin armas a una muchedumbre enfurecida y la dominó con palabras. Pero de una manera rara, sin demagogia, sin amenazas, con un extraño calor humano”.
Asimismo, ajusta cuentas con Galvao, a quien califica de “figura senil y ávida de publicidad”. El capitán, según Urbano, firma todo lo que le piden, incluidas las proclamas revolucionarias al pueblo portugués. “El verdadero comandante, el autor de los planes, el ejecutor real del secuestro del transatlántico, había sido Junqueira de Ambía”, confirma el redactor del diario paulistano. Si bien la lusofonía pondrá el acento en su capitán, él no duda en concederle el mérito al gallego. Tampoco Francisco Teixeira da Mota, quien en el libro Henrique Galvão, um heroi português deja claro que Velo era el “comandante general de la operación y el ideólogo”, mientras que “para él estaba reservado el comando político, teniendo en cuenta el hecho de que el navío que iba a ser asaltado era portugués”. Incluso entre sus compatriotas del comando “había gente que lo detestaba”, desvela Víctor.
Llega el día y Allen Smith sube al Santa María acompañado de varios periodistas. Víctor Velo se cuadra en la cubierta ante el contralmirante estadounidense. Un chaval de dieciséis años, frente a la Sexta Flota. Junto a él, en formación, los guerrilleros más jóvenes. “Smith se quedó firme durante los diez minutos que duraron el himno portugués, el himno americano, el himno gallego y el de la República, aunque no entendió nada”, recuerda el hijo del maestro de Celanova. El triunvirato le explica que su objetivo es político y, siempre que se reconozca su causa, se muestra dispuesto a desembarcar a los pasajeros.
Tras comprobar que han sido tratados bien, el enviado del almirante Denisson admite en una nota de prensa que los asaltantes son opositores a las dictaduras y Quadros, ya investido presidente, mantiene sus promesas y les concede el derecho de asilo. Los insurgentes permiten el acceso a una representación del Gobierno y de la Marina de Brasil, a la que también le plantean que, una vez desalojado el Santa María, su plan es abastecerse de agua y combustible, efectuar las reparaciones necesarias y partir hacia África. En caso de que intenten retener el navío, hundirán el barco una vez que el pasaje haya desembarcado, acuerdan los revolucionarios a puerta cerrada.
Falta por subir Humberto Delgado, cosecretario general del DRIL, quien una vez a bordo ignora a Velo y lo trata como a un subordinado, cuando es el ideólogo del secuestro y comparte cargo con él en el Directorio Revolucionario. “Era muy despectivo. Además de que muchos lo consideraban el presidente de la República de Portugal, tenía rango de general e iba a lo que iba”, cree Macías. Frente a esos tics autoritarios, el gallego mantiene las formas y parece conceder: “Velo respira un cierto espíritu libertario y no tiene una actitud militarista”, opina Montanyà. “Por ejemplo, en el barco se niega a llevar galones, porque dice que las constelaciones son cosas de militares”. Sotomayor, también despreciado por el General sin miedo, aseguraría tiempo después que no fue conocedor del plan hasta que se llevó a cabo. Sin embargo, displicente, les comunica que asume el mando de la Operación Dulcinea.
Vigilados por la marina estadounidense, la costa está infestada de buques de guerra brasileños, mientras que las noticias que reciben del Canarias no son alentadoras: el crucero enviado por Franco está cerca y ellos, fondeados en aguas internacionales, a su alcance. No obstante, son sólo rumores que no se ajustan a la realidad. La hoja de servicios de Sabino Collazo refleja que ese dos de febrero el navío español todavía sigue en Cabo Verde, y no será hasta el día cuatro cuando salga rumbo a Santa Isabel de Fernando Poo, adonde llegará el nueve. “Después de estar allí, el Gobierno aprobó que, aprovechando la estancia en la zona, fuésemos hasta la isla guineana porque estaba relativamente cerca”, recuerda el marino. Sea como fuere, en Brasil los acontecimientos se aceleran. Los pasajeros, cada vez más nerviosos, quieren desembarcar. Tanto ellos como la tripulación se muestran agitados, bien por las ganas de que todo termine, bien para ofrecer al salazarismo una muestra plausible de resistencia y no pecar de colaboracionistas. “Curiosamente, se revuelven un poco cuando ven que ya han llegado a Brasil, aunque es posible que lo hiciesen para que no los acusasen de pasividad”, observa Montanyà.
El Potemkin luso, salvando las evidentes distancias, se ha convertido durante doce días en una República Ibérica en alta mar. El puerto de Recife está atestado de brasileños que agitan sus pañuelos y en la cubierta suena el Hino do Minho: “É avante portugueses / é avante não temer / pela santa Liberdade / triunfar ou perecer”. A medida que descienden al remolcador que los trasladará a tierra, los guerrilleros sellan el pasaporte de cada pasajero con las siglas JNIL, o sea, la Junta Ibérica de Liberación Nacional. A la prensa se le permite el acceso para que los entrevisten, como ya han hecho anteriormente. Para calmar los ánimos entre ellos, pues hay algún tira y afloja, también embarca un destacamento de fuzileiros, que llegan a hacer noche en el transatlántico. Pasan las horas y, cuando miran a su alrededor y perciben que no queda alma alguna, todavía les queda una nada romántica tarea por realizar: el barco está hecho unos zorros y deben aplicarse en las tareas de limpieza antes de cenar. Paradójicamente, la presencia de los los marines brasileños permite a los asaltantes conciliar el sueño, que no es otro que instaurar la democracia en la futura República Federal Ibérica.
Última entrega: Un propagandístico golpe de Estado contra Franco y Salazar
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