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Rajoy admite por primera vez que PP y C's "piensan igual", pero pide el voto para evitar un Gobierno de Podemos

Vende una gestión solvente, aboga por la unidad del electorado de centro-derecha y ningunea a Iglesias y a Rivera: "No es momento para hacer prácticas".  Así puso fin a una campaña previsible y de pequeño formato en la que apeló al miedo a la nueva izquierda.

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El candidato del PP, Mariano Rajoy, durante el mitin de cierre de campaña en Madrid. / JAVIER LIZÓN (EFE)

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MADRID.- Este sábado sonará el despertador y no habrá marmota. El día de Rajoy, que se venía repitiendo desde el inicio de campaña, quedará atrás. Catorce jornadas, más la noche del debate, en las que el presidente del Gobierno en funciones ha pulsado el play en cada acto, sin temor a rayar la cinta, será porque era un mp3. En Guantánamo pinchaban a Metallica y en España nos han puesto a Mariano. Si hay terceras elecciones, a la prensa no le quedará otra que el Breyxit o el ingreso en la López Ibor.

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Si Gurb, el extraterrestre con formas de Marta Sánchez, aterrizase el primer día de campaña en el Templo de Debod, pensaría que el PP es un partido socialdemócrata enfrascado en una lucha feroz contra el neoliberalismo. No obstante, le bastarían un par de mítines más para calar al personal y darse cuenta de que tanta mención a los recortes, a las pensiones, a la sanidad y a la educación huele a chamusquina. Debería darse un garbeo por los actos de los “viejos comunistas y nuevos comunistas” disfrazados con “pieles de cordero”, como llamó María Dolores de Cospedal a los candidatos de Unidos Podemos, aunque habría que ver si Gurb sabe lo que es un cordero.

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El candidato del PP ha hecho una campaña aburrida y previsible, pero no mala. Atrás han quedado los baños de masas en las Ventas y otros grandes recintos. Su equipo le dio el cambiazo: la plaza de toros por la del pueblo, todo sea por recibir el calor del ídem. Más allá de Sevilla, Málaga, Zaragoza y demás ciudades, se adentró en las villas de España en busca del voto rural y escogió provincias donde baila algún diputado. Mitineó en ganaderías y se dejó querer por los flashes entre alcachofas. Si Rajoy es gris, el decorado aportaba el color. Las ideas, claras, y los mensajes, planos, pero así es la pantalla del televisor. El presidente no se estaba dirigiendo a un puñado de simpatizantes, sino a quienes comen con el telediario.

Todo sea por espantar al coco de Unidos Podemos, segundo en los sondeos, cuyo recordatorio generó abucheos entre los simpatizantes. “Estoy de acuerdo con los que silban, porque creo que es lo peor que le puede pasar a nuestro país”, dijo Rajoy, quien aprovechó para cargar contra los alcaldes del cambio: los que paralizan obras, liquidan la educación concertada e impiden construir hoteles. Un cesto donde caben desde Carmena hasta Colau que ya había comenzado a tejer Cristina Cifuentes: “Yo no sé si las ciudades de Podemos sonríen”, razonó la presidenta madrileña, “pero no creo que vayan a sonreír los 160.000 parados que podrían tener trabajo en Madrid y que seguirán en paro por el urbanismo ideológico de Podemos”.

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Rajoy también insistió en sus leitmotive de campaña: más empleo, menos impuestos, más bandera y menos experimentos. Porque España, según él, necesita un Gobierno solvente y baqueteado. Eficacia probada, que dirían los publicistas de Cucal. “No es momento para hacer prácticas”, añadió el líder popular mientras miraba con el rabillo del ojo a los becarios Iglesias y Rivera, a cuyo electorado se dirigió durante casi todo el mitin en pos del frente común contra la izquierda.

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