madrid
Actualizado:En los años 80 había en Calella (Barcelona) un sesentón que fabricaba manoletinas de terracota “para venderle a los alemanes”. Las manoletinas son unas muñecas muy decorativas y elegantes, según los entendidos.
Aquel hombre, cuando se despedía de su socio y hermano y volvía a casa, se ponía a escribir: “Una madrugada brumosa y fría del mes de febrero de 1939, crucé la verja de la alambrada que cerraba el campo de concentración de Miranda de Ebro y, acompañado de una larga columna de prisioneros de guerra, salí para incorporarme al Batallón de Trabajadores número 9 de condenados a trabajos forzados. Por aquellas fechas se encontraba en el frente de Granada, concretamente en las Alpujarras. Los hombres allí asignados lo mismo construíamos carreteras –una labor durísima, bajo la vigilancia constante de soldados armados, como nos dedicábamos de noche a fortificar posiciones nacionales en los puntos que ofrecían más peligro […]. Por fortuna, los soldados republicanos que ocupaban las trincheras opuestas sabían muy bien que éramos sus compañeros y procuraban no disparar”.
Así arranca el prólogo del libro Cautivos y desarmados, de Francesc Grau Viader (1920-1997), el fabricante de manoletinas, libro que acaba de recuperar en traducción del catalán al castellano la editorial Club Editor.
Se pueden contar con los dedos de la mano los escritores españoles esclavos en campos de concentración y batallones de trabajo franquista que se hayan lanzado a novelar su experiencia, nos viene a decir la responsable de la firma barcelonesa, Maria Bohigas.
Grau Viader es escritor de la denominada leva del biberón, que no es una generación literaria. Es el apodo cariñoso que se le daba a los adolescentes reclutados para defender la legalidad republicana de la invasión fascista.
Tenía 17 años cuando participó en la Batalla del Ebro, fue capturado e internado en campo de concentración de Miranda de Ebro. Después vivieron los batallones de forzados en Andalucía, los años de cárcel, tres años más de servicio militar… “Perdieron más de diez años de su vida en unas condiciones abominables”, resume la editora.
Cautivos y desarmados se presenta en Bilbao, 6 abril, con Iñaki Anasagasti y Pedro Ibarra, librería Elkar (19.30 horas), y en Logroño, 7 abril, con la asociación La Barranca y Carlos Muntión, en el Ateneo Popular (20h)
-Es un autor que recuperáis prácticamente de la nada. Yo había oír hablar de él casi como una anécdota literaria. Un preso de los campos de concentración que cuenta su experiencia con más o menos fortuna literaria. Pero, la verdad, ahora que lo tengo en las manos lo descubro como un gran estilista. No es un refugiado que garabatea su experiencia. Creo que hubiera sido escritor sin vivir esa experiencia. ¿A qué se debe tanto olvido?
Por lo que he ido viendo y también imaginando al publicarlo, es una persona que nunca consiguió ocupar verdaderamente un lugar. Él publicó cuatro libros, dos de ellos dedicados a su experiencia en los campos. Y al publicar esos dos libros él lo que hace es habitar literariamente un lugar que no existe. No hay prácticamente escritores españoles que hayan sido soldados y deportados y que hayan escrito sobre su experiencia.
Llama la atención, ¿no? Porque la población reclusa en los campos franquistas fue ingente. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que en 1939 había entre 400.000 y 500.000 reclusos. Y aun en 1947 quedaban unos 30.000. Y es gente de una generación que se educa en la República, en una época en la que el papel del intelectual español tenía cierta consideración social y política.
Es algo en lo que además tenemos una diferencia colosal con otros países. Miras la primera guerra mundial en Francia y hay cantidad de textos literarios de primera magnitud, de grandes autores. Aquí solo tenemos silencio. Tienes razón que Grau pertenece a una generación para la que la expresión escrita significaba algo muy especial e importante. Pero hay que tener en cuenta que en España, desde el punto de vista político, la educación siempre ha sido el pariente más pobre. Y es un tiempo muy breve, durante la República, en que un gobierno español asume la educación como una inversión de primera importancia. Si lo extrapolas al tiempo contemporáneo, la enorme cantidad de analfabetos funcionales que hay en España te lleva a concluir que seguimos en el mismo lugar.
El escritor gallego Suso de Toro escribió estos días un artículo, en diario.es, en el que apuntaba que la literatura sobre nuestra guerra civil y el franquismo que se promociona en los grandes medios es equidistante, políticamente correcta, como si ambos bandos tuvieran la misma legitimidad histórica. Hay como excesivo celo para no ofender. Él citaba el caso de Javier Cercas, por ejemplo. Y añade mi paisano que en el panorama cultural “se ahogan otras miradas”. ¿Tú piensas en eso cuando publicas un libro como Cautivos y desarmados?
Nosotros cuando publicamos a Grau sabemos que estamos desenterrando cosas que otros habían sepultado. Pero, por ejemplo, en el libro de Grau tampoco veo en absoluto partidismo. Es muy poco partidista. No se inscribe en ninguna obediencia. No es un escritor que haya sido ideólogo. Fue un escritor que ha sido, sencillamente, combatiente. Su propósito ha sido solo transmitir lo mejor posible y con herramientas literarias exquisitas unas experiencias que ha vivido, y una reflexión sobre ellas, madurándolas desde el momento en que se producen los hechos hasta que lo escriben. Francesc Grau publica este libro ya a principios de los años 80. Más de cuarenta años después.
Quiero profundizar más en lo que te pregunté sobre la equidistancia. Es como si todavía nuestra sociedad y nuestra cultura tuvieran una actitud amedrentada, posderrotada y acomplejada para abordar aquello.
Yo no creo que la palabra sea miedo. El miedo operó ferozmente durante todo el franquismo. Y con el tejerazo, el 23-F, tuvo una segunda transfusión sin duda importante en la Transición. Yo diría que lo que tenemos es peor que el miedo. Somos herederos de lo que se ha impulsado en estos últimos años: ratificar que la democracia española es hija del franquismo. Es que asumimos la continuidad.
También molesta especialmente el mantra con que se reciben en la calle las revisiones artísticas, académicas o intelectuales de lo que sucedió entonces. El mantra despectivo ‘otra película de la guerra civil’, ‘otro libro de la guerra civil’ no se le quita a muchos españoles de la boca. Por no hablar de la enseñanza que se imparte en los institutos. Se le da menos importancia a la Guerra Civil y al franquismo que a la lista de reyes godos
En Alemania, por ejemplo, los jóvenes estudian profundamente lo que supuso el Holocausto. Aquí los chavales estudian el nazismo y las formas de represión nazi, y no se les dice que España fue un país donde hubo doscientos campos de concentración. Y que existieron durante diez años. Y que, después de esos diez años, los presos políticos formaban parte de batallones de trabajo y eran esclavos. Muchas de las carreteras, puentes, vías de tren e infraestructuras españolas se han construido con mano de obra esclava. Y en 1962, todavía había en el canal del Bajo Guadalquivir presos políticos trabajando como esclavos.
De hecho, todavía se le conoce popularmente como el Canal de los Presos.
En la fecha en que París está tramando el mayo del 68, en España hay mano de obra esclava. Esa distancia política entre los dos países todavía la sufrimos.
Cuando vamos a Francia a presentar libros, mis amigos escritores y yo nos asombramos de eso. Se habla mucho entre nosotros. En Francia percibimos un interés mucho mayor que aquí por nuestra Guerra Civil, por el franquismo, por las secuelas franquistas que quitan credibilidad a nuestro proceso democrático. Allí lo que quieren son más libros de nuestra guerra civil y más películas de nuestra guerra civil.
La mirada que hay fuera por nuestra guerra civil viene muy, muy marcada por las Brigadas Internacionales. Tienen una forma de apego sentimental. Fue la última guerra a la que mucha gente vino voluntariamente desde los países más variados a combatir contra el fascismo y por la libertad y la democracia. Es la última guerra en la que puedes hablar de hacer guerra por un ideal. También hay que decir que a veces esta visión es un poco ingenua. Aquí, sin embargo, todo lo que tenga que ver con guerra civil se ve como cosa triste, cosa gris, cosa dura y que tienes ganas de dejar atrás.
Sin embargo, ahí estáis desenterrando a Grau de su no-lugar en nuestra historia literaria. De su cuneta franquista particular.
Hay una enorme frontera entre Cataluña y España a este respecto. A la propia Generalitat no se le puede negar un trabajo constante de recuperación de la memoria, de los espacios donde hay huellas de la guerra civil y la represión. En muchos pueblos de los Pirineos hay monumentos para señalar los puertos de montaña por donde se evacuaban los exiliados o por donde entraban refugiados de Francia después. Ha habido un trabajo hecho por historiadores de la mano de las instituciones. También hubo documentales producidos por televisión catalana que han fomentado el debate. Son cosas que ayudan a que la gente se dé cuenta de la dimensión de aquello. Cuando editamos este libro en español, intentamos ponernos en contacto con las asociaciones de memoria histórica que nacieron en la época de Zapatero en muchas ciudades y pueblos. La mayoría ya no existen. No hay nadie. Están abandonadas. Otro dato: en España solo se ha dedicado un congreso de historiadores, solo uno, al estudio de los sistemas carcelarios y concentracionales franquistas. Y hasta que publicamos este libro, en España nunca se había hecho ningún acto de homenaje y recuerdo a las víctimas de los campos de concentración franquista. Nunca se había hecho. Y en el que hicimos nosotros en Miranda de Ebro éramos veinte, y la máxima autoridad era la alcaldesa.
Con esto que me dices, parece que los españoles vamos perdiendo una y otra vez la misma guerra civil. Qué hartazgo. Es como una derrota que no se acaba nunca.
Cada vez más. Y buena parte de la culpa es precisamente de esa equidistancia de la que hablamos antes.
Las grandes editoriales apuestan por la seguridad de los textos más amables sobre aquello.
En ese sentido las editoriales pequeñas somos mucho más acogedoras. Al poder no le gusta que se le retrate, y las grandes editoriales forman parte del poder.
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