MADRID
Basilio partió de su casa en bicicleta rumbo a la salida de la última etapa de la Vuelta a España. “¿Pero qué haces? ¡No jodas, papá! ¿Estás loco?”, le advirtió su hijo desde el otro lado del teléfono. Basilio tiene ochenta y dos años, vive en el barrio madrileño de Chamartín y pedalea a lomos de una reliquia. Dice que es el mismo modelo que usaba el campionissimo Fausto Coppi, quien montó una Bianchi tras la Segunda Guerra Mundial. La de Basilio, sin embargo, luce una pegatina de la fábrica de componentes Campagnolo, aunque algunas piezas —asegura, vanidoso y sin pudor— son obra suya: un manitas. El velocípedo ha sufrido tantas modificaciones que sólo conserva el cuadro original, casi tan antiguo como el de La última cena.
Basilio colgó la llamada y, haciendo caso omiso de su familia, salió hacia los Castillos de San José de Valderas, en Alcorcón. Veintidós kilómetros, o sea, una hora y media enfundado en una camiseta del mismo color que la del flamante vencedor de la carrera, Simon Yates. “Quería saludar a Eusebio Unzúe”, se justifica el octogenario, quien no pudo ver al director deportivo de Banesto cuando los cinco Tours de Indurain, ahora enrolado en el Movistar de Valverde y Quintana.
“Yo no la llamo guerra civil. Fue un golpe de Estado y, luego, una lucha del Gobierno contra los alzados”
“Los de la organización me dijeron que Eusebio estaba esperando por el pelotón en Madrid: ¡qué cabrón!”, chasca los dedos el anciano, mientras recuerda el miedo que pasó por esas carreteras de dios. “Me jugué el tinglado pedaleando hasta allí, porque quería enseñarle la bicicleta”.
Escarmentado, regresó a Madrid en un tren de cercanías, justo para asistir al final de la etapa en el paseo de la Castellana. Embutido en un maillot del equipo Lucifer, rojo diabólico, desgrana su vida sobre dos ruedas, cuya primera línea parece el comienzo de una novela. “Nací a las nueve y media de la mañana del 18 de julio de 1936, cuando empezaron los cañonazos”. Creció en un Madrid sitiado, barrio de Cuatro Caminos, calle de Dulcinea, número cincuenta. Los días que coge la bici, suele acercarse hasta allí y se queda mirando su infancia, como una película vista cien veces que todavía sobrecoge. “De mayor, esos recuerdos te llevan al hoyo… Porque son imaginaciones: ya no existen”.
Hace un mes, embobado, se lo llevó un coche por delante. Le dolió menos que la memoria desvaída: “Antes, los niños estábamos todo el día en la calle o dándole a la pelota. Jugando con otros, los chicos se hacen personas, pero ahora esto es una mierda: todo el santo día en casa, con los móviles y los ordenadores. ¡Una pena!”. Basilio Estebaranz no fue un buen estudiante. “Era tímido y no quería destacar ni por arriba, ni por abajo”. Habla del pasado como un presente continuo: tercero de cuatro hermanos, a los dieciséis deja la escuela y entra en la fábrica de lámparas Terán y Aguilar, donde trabajaba su padre, también Basilio.
"Encarcelar a los políticos catalanes y no a los corruptos que roban a espuertas es propio de una dictadura”
Cuando trasladan los talleres de Chamberí a Prosperidad, la familia se va a vivir allí. Con lo que ahorra durante una década haciendo trabajillos fuera del horario laboral, emigra a Ginebra, donde curra varios años en una fábrica de grifos, si bien desanda el camino para crear su propia fundición de lámparas de bronce.
“Aunque no llegamos a abrirla, la obra la hizo mi tío, quien había sido alcalde de Miraflores de la Sierra y se sopló catorce años en la cárcel por comunista. Tres veces se libró de la muerte: la primera, por la elección del nuevo papa; la segunda, por la boda de la hija de Franco; y la tercera, si te digo la verdad, ni me acuerdo. Primitivo Estebaranz se llamaba. Su único pecado fue ponerse al frente del Ayuntamiento cuando se quedó vacío”, rememora Basilio, quien ajusta cuentas con el otro pasado.
“El ciclismo español no se merece que lo traten tan mal. El Gobierno no lo valora y se está muriendo, pues es muy peligroso salir a la carretera”
“Yo no la llamo guerra. Denominarla así es faltar a la verdad. Fue un golpe de Estado y, posteriormente, una lucha del Gobierno legítimo contra los alzados”. Quizás el color de su maillot no sea baladí, ni la bicicleta de Coppi, pese a que el piamontés no era tan comunista como lo pintaban, ya que su leyenda roja fue alimentada porque era joven, urbanita, moderno, agnóstico y adúltero.
Todo lo contrario que su gran rival italiano de la época, Gino Bartali, católico pero no fascista, aunque Mussolini se aprovechó de sus gestas para elevarlo a icono del régimen. “Además, se jugó la vida para salvar a muchos judíos. No obstante, Coppi fue un dios del ciclismo, como Bahamontes en España”, añade Basilio, quien enumera sus ídolos recientes. Perico antes que Indurain: “Ambos divinos, si bien Delgado era la inteligencia”. Luego Contador, Purito Rodríguez y Valverde, quien a sus treinta y ocho años ganó dos etapas en esta Vuelta, finalizó quinto en la general y quedó primero en la clasificación por puntos. “Para el ciclismo no hay edad. Coppi corrió hasta los cuarenta y Poulidor, un año más, al igual que su yerno, Adrie van der Poel”.
No pesan los años: el problema, para él, es otro. “El ciclismo español no se merece que lo traten tan mal. El Gobierno no lo valora y se está muriendo, porque es muy complicado salir a la carretera. Y si resulta tan peligroso, ¿cómo va a haber afición y corredores?”, se pregunta Basilio, quien también se queja de la situación de los ciclistas en las ciudades. “Madrid es un peligro. Llevo setenta años montando, pero ahora me da pavor, y eso que voy por calles secundarias. Es una lástima que no se haga nada por nosotros, porque todo se arreglaba circulando en la ciudad por el carril de la izquierda y en carretera, por un carril separado por un bordillo”.
El ciclismo le ha traído tantas alegrías que hasta conoció a su esposa durante unas carreras en Andalucía a finales de los cincuenta, cuando corría en el Club Ciclista Peñagrande. “Estas pasiones se derivan de herencia, porque a mí padre ya le gustaba la bicicleta y mi hermano Vicente también montaba. La primera me la regalaron con doce años y a los quince Enrique Otero me hizo el primer cuadro a medida, porque a mí me gustaba ir estirado”, cuenta Basilio, quien regresaría de nuevo a Suiza tras el vano intento de abrir su taller de lámparas. Trabajó en la fábrica de válvulas Lucifer, que contaba con equipo ciclista propio. “Allí había mucha afición y todos organizaban clubes: las empresas, los carteros, la policía, los bomberos, etcétera”.
En Ginebra, alternaba el trabajo y la bicicleta con el sindicalismo. “Lejos de Franco, vivía en libertad. Sólo había que tener cuidado con no hacer ruido, porque a los suizos no les gusta el alboroto [risas]. Pero, a través de la comisión obrera, editamos un periódico, defendimos al trabajador y luchamos contra la explotación de la mujer en las fábricas. Me hice mecánico de precisión, nos gustaba aquello y decidimos regresar porque así lo quiso mi hijo. No obstante, como decía mi esposa, los que estamos fuera siempre pensamos en volver y, al final, tampoco estás viviendo allí”. El sino del emigrante.
Una vez aquí, la transición le supuso una decepción. "Felipe González no me decepcionó, porque era un sinvergüenza y un chupón, no hay que más que ver las puertas giratorias. Sin embargo, sentí una gran desilusión al ver a Alfonso Guerra cambiarse de chaqueta. Pronto comprendí que los socialistas eran unos gilipollas y, de aquella época, sólo me quedo con Julio Anguita, una persona fantástica. Hoy veo la política muy fastidiada, porque no se ha arreglado nada: España es una dictadura, aún no llegó la democracia. Mientras juzgan a los raperos y encarcelan a los políticos catalanes, los corruptos roban a espuertas. ¿Dónde estaban los jueces cuando Ana Botella vendía las viviendas sociales a fondos buitre? ¿Acaso están ciegos? En resumen: meter en prisión a los soberanistas y no a los corruptos es propio de una dictadura”.
Aunque Basilio pregunta y responde él solo, ¿qué pasa con Pedro Sánchez? "Pues que no sabe dónde se ha metido, porque hasta el PSOE lo dejó en pañales y le puso la zancadilla. Sólo me gusta Pablo Iglesias, el resto de la política es ponzoña, incluido el que nos metió en la guerra de Irak y fomentó la corrupción desde su partido".
“Madrid es un peligro. Llevo setenta años montando en bicicleta, pero ahora me da pavor circular por la ciudad. Lástima que no se haga nada por los ciclistas”
Basilio habla como un torrente, cuya corriente conduce siempre al mismo desagüe .Sus dos hijos y sus tres nietos también pedalean: “Aquí la única que no monta es mi mujer”. A veces, mientras habla de sus viajes a Francia para ver el Tour o de sus recuerdos familiares, se emociona. “Estoy hecho polvo, porque mi hijo se lio con una chica de Canarias y se ha ido a vivir allí”. El chaval con quien ascendía las cuestas de Suiza en aquellas bicis robustas.
En su casa, aparte de la que luce en la foto, tiene dos más. “Ya no hay bicicletas como las de antes, porque estaban hechas por artistas”. Y no deja de comprar en rastros sus relucientes objetos de deseo para que vuelvan a dar luz: “Veo una lámpara antigua y se me van los ojos. Tengo quince en casa para reparar, pero lo que me falta es tiempo”. Así pasan los años: devolviéndole el brillo al bronce y pedaleando por las calles de Madrid, que no es más que una regresión a la adolescencia y a la infancia. Aunque duela.
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