ZARAGOZA
¿Quién se ocupará del trabajo sucio de eliminación de cadáveres en el monte, y el de control de plagas en el llano, que dejan pendiente las aves y murciélagos que van desapareciendo engullidas por los molinos eólicos?
El debate, otro de los pendientes de abordar ante los efectos secundarios de un despliegue de centrales de energía renovable tan desmesurado como al mismo tiempo carente de planificación, rentable para el sector eléctrico y falto de acciones de restitución territorial para las áreas que lo soportan, cobra mayor relevancia a la vista de los datos sobre la pérdida de biodiversidad que está provocando ese proceso.
No existe un registro de la pérdida de aves por colisiones con aerogeneradores o impactos con las líneas eléctricas asociadas a sus parques y a los fotovoltaicos que van poblando el territorio estatal, básicamente por ser la conservación de la avifauna una competencia autonómica, aunque los que recogen algunos estudios recientes y recopilaciones oficiales están encendiendo las luces de alerta sobre la inquietante magnitud de la pérdida de biodiversidad que están provocando ese tipo de instalaciones.
Un estudio difundido hace unos días por la Sociedad Española de Ornitología (SEO-Birdlife) cifra en 57.026 el número de aves fallecidas como consecuencia de colisiones, ya fuera con aerogeneradores (6.058) o con líneas eléctricas (50.968), a las que se suman otras 14.007 muertas por electrocución, entre 2008 y 2018.
El dato, que arroja una media anual de 6.457 bajas, se refiere a las atendidas en los Centros de Recuperación de Fauna Salvaje de las comunidades autónomas en ese periodo, lo que lleva a que "la cifra real es más alta", explican fuentes de SEO, a lo que se suma "una tendencia creciente en el periodo 2008-2018".
Esos registros van en una línea similar a los del trabajo coordinado por Juan Manuel Pérez García, investigador en Biología de la Conservación y Ecología Espacial de la Universidad Miguel Hernández de Alicante, a partir de la información que las consultoras encargadas del seguimiento de la siniestralidad en los parques eólicos remiten a las comunidades autónomas desde el comienzo del despliegue en Cádiz en 1994 hasta el cierre de 2021.
Pese a lo heterogéneo de la información facilitada por las comunidades, los investigadores han logrado confirmar "un máximo de más de 36.000 colisiones mortales de aves y de murciélagos con aerogeneradores" entre 2004 y 2021, explica Pérez García, que destaca en ese balance la pérdida de 850 buitres leonados al año.
Esas grandes aves carroñeras son el grueso de un promedio de más de 2.100 pájaros y murciélagos fallecidos por esa causa cada año, en torno a 600 de ellos de especies en situación crítica, anota.
Sin embargo, datos como los que maneja el Centro de Recuperación de Fauna Salvaje de La Alfranca (Zaragoza), indican, lo mismo que ocurre con las estimaciones que hace unos años apuntaban a la pérdida de 700 buitres por ejercicio, que esa tendencia a la destrucción de la biodiversidad se está acelerando, con 805 muertes de ejemplares de especies con algún tipo de protección en un solo año en Aragón, comunidad que ocupa el 10% de la superficie del Estado y tiene instalados algo más del 12% de los molinos (3.000), y con 352 buitres leonados y 115 milanos negros como las más afectadas por delante de otras diez de rapaces y de carroñeras.
La pérdida de servicios ecosistémicos
¿Y qué puede ocurrir con la cronificación de esta constante y creciente pérdida de ejemplares? "Los aerogeneradores aumentan la posibilidad de pérdida de especies, ya no solo por las que producen directamente sino porque se trata de algo aditivo que se suma a otras causas de mortandad" como el uso de venenos o la caza, explica Pérez García, que anota que con esa merma de ejemplares "perdemos servicios ecosistémicos que desarrollan esas aves, como la eliminación de cadáveres de reses y de animales silvestres en el monte, algo que evita la propagación de enfermedades".
"Se trata de algo aditivo que se suma a otras causas de mortandad, como venenos o la caza"
A eso se le suma el control de plagas de roedores e insectos por parte de las rapaces en las zonas de estepa y de llano y, en el segundo caso, también por los murciélagos, que se encuentran entre sus principales depredadores. A ese efecto se le suma la menor demanda de uso de plaguicidas y biocidas, cuyo empleo acaba deteriorando los ecosistemas fluviales.
"Se trata de 'sanitarios' y de 'barrenderos' naturales. Al analizar lo que ocurre en esas áreas no solo hay que pensar en la economía agropecuaria, sino también en el equilibrio que requieren los ecosistemas", añade el investigador de la Miguel Hernández.
Es una línea similar se pronuncia Josean Donázar, ornitólogo de la Estación Biológica de Doñana, del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), que advierte que "podemos estar asistiendo a una pérdida de poblaciones de aves que puede ser irreversible y tener consecuencias en la demanda de otros servicios de carácter cultural o en el turismo rural".
Las causas de la elevada mortandad de aves
"Las cifras deben mantenerse en el orden de varios millones de aves muertas al año, especialmente con el crecimiento exponencial que ha tenido la implantación de este tipo de infraestructuras [eólicas] en el territorio en los últimos años", señala el informe de SEO-Birdlife, que concluye que "menos del 0,05% de los ejemplares fallecidos o heridos por esta causa ingresan en los CRF" o Centros de Recuperación de la Fauna, ya sea, 'olvidos' de las empresas al margen, porque los pájaros "quedan en muchas ocasiones prácticamente desintegrados y son difícilmente localizables" o por el impacto o por "el efecto de los animales necrófagos (...), que suele ser más intenso en el caso de aves de pequeño tamaño".
En esas elevadas tasas de mortandad confluyen varios elementos como el desplazamiento de colonias de buitres de la montaña al llano, donde es más frecuente la presencia de centrales eólicas, ante la mayor disponibilidad de alimento por el declive de la ganadería extensiva en la montaña.
"Bajan a diario del Pirineo a comer al valle del Ebro, y allí es donde están muriendo. Eso está llevando a la desaparición de colonias en el Pirineo", señala Donázar.
A eso se le añaden otros como la escasa capacidad de reacción ante la presencia de los molinos de especies que, como el buitre y el milano real, se dejan flotar en vuelos pasivos mientras buscan alimentos, y su concentración en zonas con parques eólicos.
"Planean y tienen menor capacidad de maniobra que las águilas, y esa exposición y vulnerabilidad hace que caigan más", anota Pérez García, que recuerda cómo el buitre leonado, del que hay censadas 36.000 parejas en España, "no está hoy en declive, pero lo estará si sigue con esta tasa de extracción".
Experimentos en busca de una protección que no llega
Otro factor de riesgo para las grandes aves se encuentra en la propia ubicación de los parques, frecuentes en vaguadas y escarpes por las que discurren corrientes de aire que ancestralmente han aprovechado para alzar el vuelo, mientras que en las de menor tamaño se exponen al efecto succionador que generan las aspas.
Las empresas que explotan parques eólicos llevan unos años tratando de replicar en España el experimento noruego que en 2020 concluyó que pintar de color negro una de las tres aspas del molino, o tramos de todas ellas, reduce la mortandad de aves al alterar la 'mancha' blanca que crea la rotación y servirles de alerta.
Sin embargo, se trata de una experiencia no concluyente. "Probablemente el resultado fue positivo porque la especie en la que se centraba el estudio ya estaba muy mermada. Se han hecho pruebas en España y no se están obteniendo los mismos resultados", explica Pérez García, quien llama la atención sobre un aspecto clave: el 25% de las víctimas son aves nocturnas y un 14% murciélagos, poco o nada expuestos, respectivamente, a los estímulos visuales.
"En España se están probando sistemas de detección y parada que parecen funcionar, aunque no han sido testados", añade, mientras una técnica diseñada en EEUU para las águilas de gran tamaño "parece prometedora para los buitres pero no para otras aves con el vuelo menos previsible".
Esos planteamientos, diseñados más como alternativa que como complemento a la vigilancia presencial, más costosa, coinciden en el tiempo con una creciente ocupación de terreno por los aerogeneradores y con un aumento de las dimensiones de estos que tiene consecuencias directas en su potencialidad mortífera.
"A lo largo del periodo analizado se ha tendido a instalar aerogeneradores cada vez de mayor potencia y tamaño, de forma que el número de aerogeneradores que supone una misma potencia es inferior, pero la superficie de barrido de cada uno de ellos es más amplia y además suelen situarse a mayor altura", reseña el informe de SEO-Birdlife, que anota que "todo ello dese previsiblemente debe tener reflejo en las cifras de colisiones y en las especies que se ven afectadas".
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