Este artículo se publicó hace 7 años.
El exfutbolista que casi lo pierde todo en los incendios de Galicia
Casi una semana después de los incendios que lastimaron Galicia, Javier Maté, ex portero del Celta, cuenta con más frialdad su experiencia. “Hasta que pude volver a mi casa a las cinco de la mañana, pensé que lo había perdido todo. Pero jamás olvidaré a esos caballos huyendo o a esa gente jugándose la vida para salvar a sus gallinas…”
Madrid-
Hay historias que salen sola como ésta en la que el personaje ya es capaz de volver sin miedo a esa tarde de domingo “cuando estaba viendo el partido de fútbol Coruxo-Guijuelo y a las siete de la tarde una persona conocida mía me llama y me dice: ‘o vienes a casa o lo pierdes todo’”.
El fuego había arrancado sin compasión en Galicia y lo peor no fue eso, sino al cuarto de hora cuando él, Javier Mate, el hombre que más veces ha defendido la portería del Celta, recibe la llamada de su hija y le dice que “está a punto de llegar a casa para sacar a los perros”. Porque entonces al hombre no sólo le tembló el alma. También el corazón: “No se te ocurra ni acercarte”, le dijo o le gritó a su hija, quizá con una desesperación infinita que hoy ya es una moderada frialdad. “En el monte en el que vivimos sólo hay una carretera de acceso, pero yo aproveché, que monto mucho en bicicleta y conozco el camino de las canteras para llegar hasta mi casa”. Sin embargo, una vez ahí se encontró que la policía no le dejaba ni entrar y que él no se podía quedar quieto. “Los perros estaban ladrando detrás de la valla y los policías me dijeron, ‘anda, entre y cójalos’”.
Hoy, casi una semana después, Maté no ha perdido nada. “Las casas no se han quemado. Los muros de esa piedra del granito de las canteras lo han impedido. La gente hasta dice que era porque los fuegos se trasladaban a tal velocidad que no dejaron tiempo a que las casas ardieran”. Pero los recuerdos de aquel domingo, “en el que no pude entrar en mi finca hasta las cinco de la madrugada”, no se apagan.
“Tengo cuatro o cinco imágenes que no se me olvidarán nunca. Ver, oír o escuchar a gente que no sabe dónde ni cómo ni cuándo. Ver a gente arriesgar su vida por salvar unas gallinas porque ahí está su vida, su medio de vida porque esa es gente que no es como tú; es gente que vive de eso o de la tala de los pinos, de los robles, de los eucaliptos o de los cerdos, qué sé yo… Ver a esos caballos que corrían despavoridos y vete tú ahora a buscarlos… Ver a toda esa gente que ha perdido esto y ha perdido su esperanza de futuro… Ver todo eso y es imposible, no puede ser que no te impacte, porque no sería justo”.
Máxime para él, Javier Maté, un hombre de fútbol, acostumbrado durante toda la vida a exponerse a la victoria o a la derrota. “Pero no tiene nada que ver. Cuando te gana un rival entra dentro de lo normal. Cuando luchas contra la naturaleza te das cuenta de que no juegas de igual a igual”. El resultado también se llevó a dos mujeres a las que Maté sólo conocía de vista entre toda esa masa de eucaliptos que rodean su casa, su hábitat.
“Pero te marca, claro que te marca”, añade en medio de la tristeza de estos días, en los que, paradojas de la vida, no deja de llover aquí, al sur de Pontevedra, a 270 metros de altitud y a no más de diez minutos de la costa en coche lo que da una idea de la exigencia o de la belleza de esos parajes, en los que manda el monte, la naturaleza. “Por las noches nos rodean zorros y jabalíes, pero yo quería eso cuando decidí venir aquí hace 16 años. Quería aislarme. Quería vivir en contacto con la naturaleza: digamos que ha sido un capricho, mi capricho”.
En medio casi de la nada, compró un gran terreno, que hoy es una gran finca en la que hoy no se olvida de lo que a veces le decía todo el mundo: “El día que haya un incendio te quedas sin nada”. Porque esa finca es el resultado de una vida, incluida su época de portero que Maté recuerda con buen humor. “Jugaba 45 minutos para Hacienda y los otros 45 para mí”. Pero el domingo, ese domingo en el que el fuego penalizó a Galicia, pensó que lo había perdido todo. “Hasta que volví a casa a las cinco de la mañana, sí, claro que tenía esa sensación. Y realmente no sabía explicar lo que sentía. He vivido tantas cosas en la vida… Me ha pasado de todo en lo humano, en lo personal, en lo futbolístico…, y creo que no he dejado que nada me traumatizase”.
Sin embargo, el olor del fuego todavía está tan próximo que es difícil. “Aún hay casas que no tienen agua y hay mucho humo y mucho dolor, porque uno mira a su alrededor y ves que hemos perdido algo más que cuatro árboles y que el fuego ha dejado situaciones que ni siquiera son comparables a que te echen de un trabajo, porque, como decía antes, era el medio de vida de estas gentes. Y eso duele, duele mucho”.
Quizá por eso Maté ya lo relativiza todo. “Tengo una ventaja. Me encanta montar en bicicleta lo que me permite estar de acuerdo conmigo mismo lo que imagino que también me ha ahorrado mucho dinero en psicólogos”. De hecho, con 60 años recién cumplidos, mantiene “exactamente el mismo peso que el día que me retiré del fútbol”. Y, aunque vivió tiempos mejores como director deportivo del Celta, hasta que lo echaron, nunca fue amigo de dramatizar. “Llevaba treinta y tantos años en el club. Había hecho prácticamente de todo y el día que me despidieron me pregunté: ‘¿acaso esto es justo?’ Pero entonces decidí no darle más vueltas y me acordé de los 5.000 empleados que Citroën había despedido en Galicia y me dije ‘pues bien, yo soy el 5.001 y hay que vivir, hay que seguir viviendo’”.
Tuvo propuestas, pero nunca quiso alejarse de Galicia ni de toda esa naturaleza que le rodea, “y mire que yo soy un hombre de Burgos, que después jugué en el Madrid hasta que llegué al Celta y ya entendí que mi vida estaba aquí”. Hoy, se gana la vida como director deportivo del Coruxo en Segunda B, donde trabaja. De hecho, el domingo estaba trabajando, viendo el partido, hasta que llegó esa llamada que fue como “la amenaza de perder casi todos los ahorros de una vida. ¿Que si estaba preparado para eso?”, se pregunta hoy en voz alta. “No, sinceramente, no. No puedo engañarme ni engañar a nadie, porque uno nunca está preparado para perder lo que ha logrado con su trabajo. Por eso me duele tanto que el fuego haya dejado situaciones como las que ha dejado. Ha habido gente que ha perdido mucho más que yo y no dejo de preguntarme, ‘¿qué ha hecho esta gente para merecer eso?”.
Sin embargo, la respuesta no es de este mundo. “No conozco nadie que pueda contestarla”, admite Maté, acostumbrado, pese a todo, a vivir sin miedo. Quizá la herencia de aquel hombre que se ganó la vida durante tantos años debajo de la portería. “Y no era fácil, pero era lo que quería hacer”. De ahí que hoy sea más fácil admitir que mañana volverá a salir el sol, incluso, allí, al sur de Pontevedra, entre todos esos bosques de eucaliptos, que soy se preguntan por qué y entre los que “cada día que pasa se descubre alguna nueva anécdota” que impide olvidar. Porque olvidar no es de este mundo, pero para eso están las personas, para levantarse, como explica la voz de Javier Maté, “de nuevo, de igual a igual frente a la vida”. El fuego ya sólo es un recuerdo.
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