MADRID
Lejos quedan los tiempos en los que Twitter, entonces en manos de Jack Dorsey, suspendió la cuenta de Donald Trump. La plataforma le arrebató su "principal arma electoral" porque suponía, según el comunicado, un "riesgo de incitación a la violencia". La decisión se tomó tras el asalto al Capitolio, todavía investigado. Elon Musk compró la plataforma en 2022 y con él, volvió Trump. El republicano consiguió recuperar hace dos semanas la Casa Blanca; y con él, esta vez, llegó Musk. El magnate será el nuevo jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental; el encargado de aplicar reformas "drásticas" en el gasto público. ¿Cómo ha embarrado la conversación digital esta sinergia de multimillonarios de extrema derecha?
Musk aterrizó en Twitter con un paquete de recortes y medidas para revertir su deriva "woke"; cambió el pájaro por la X, pintó de negro lo azul. El empresario sudafricano impuso la verificación de pago y suspendió las cuentas de varios periodistas que informaban sobre la plataforma y su actividad. Twitter pronto se empezó a llenar de mensajes conspiranoicos, xenófobos y antivacunas. El 18 de noviembre de 2022, Musk lanzó una encuesta para preguntar si era conveniente levantar el veto a Trump. El 51,8% de los votantes respondieron con un sí. Es paradójico: la plataforma que lo expulsó por reaccionario lo aupó de nuevo a la presidencia.
"La experiencia en Twitter llevaba años degradándose, pero con Elon Musk ha ido a peor, fundamentalmente por dos motivos. El primero, que ha reducido el control contra el acoso y las fake news. El segundo, que hizo más fácil la amplificación de mensajes de odio, porque basta con pagar para tener visibilidad y porque el propio algoritmo los premia. La victoria de Trump y el nombramiento de Musk evidencian todavía más –si cabe– que la plataforma fue una herramienta de propaganda para el proyecto neofascista que representan", denuncia Marta G. Franco, periodista y autora de Las redes son nuestras. El empresario sudafricano defiende la libertad de expresión; eso sí, la suya por encima de todas las demás.
La gente se informa cada vez más a través de X, según datos del Reuters Institute. La Universidad de Queensland ha publicado una investigación reciente que analiza la posible influencia del sesgo algorítmico de la plataforma en la campaña presidencial de EEUU; un cambio en las métricas que disparó la visibilidad de las cuentas republicanas. "X ha primado unos contenidos por encima de otros, los mensajes de Trump te llegaban sin necesidad de seguirlo. El dueño [Musk] tenía unos intereses muy obvios. No podemos olvidar, porque no es baladí, que lo primero que hizo al comprar Twitter fue despedir a los trabajadores que estaban al frente de los grupos de moderación. Este discurso contra la censura es realmente un caladero para los mensajes de odio", insiste Laura Pérez Altable, profesora de Comunicación en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
Las fuentes consultadas por Público reconocen que la plataforma tampoco estaba "libre de toxicidad" antes de la llegada de Musk, pero "sí ofrecía ciertas garantías". El aumento de la hostilidad y su mutación en una "red de desinformación" motivaron durante los últimos días la migración de cientos de usuarios, instituciones y medios hacia otros espacios alternativos. La victoria de Trump también ha sido "detonante" en este sentido. "La forma de ser de Elon Musk ha impregnado la forma de ser de esta red social, pero no podemos simplificar tanto el problema, no podemos sostener que la extrema derecha ganó las elecciones sólo porque era buena tuiteando y publicando vídeos tendenciosos. Esto es un ejercicio de pereza intelectual", defiende el periodista y profesor Carlos A. Scolari.
¿Qué ha fallado en la esfera digital?
Mastodon, Threads y Bluesky han ido ganando usuarios con cada una de estas migraciones, pero siempre de manera sutil; los trasvases nunca han terminado de cuajar. "Esta no es la primera oleada, pero sí que puede suponer un punto de inflexión. La victoria de Trump ha provocado una cadena de pequeñas acciones que han conseguido mover un poco el tablero", desliza Raúl Magallón Rosa, profesor de Comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid y experto en desinformación y fact-checking. Las fuentes que han hablado con este diario piden "esperar unas semanas o meses" para ver si realmente la fuga de cuentas "es tan grande como aparenta" y va más allá del fervor de los primeros días; además, recuerdan que la "contaminación" de la esfera digital "viene de lejos".
Teresa Piñeiro Otero, profesora de Comunicación en la Universidade de A Coruña y experta en nuevas narrativas, analiza el modus operandi de estos espacios. "El timeline infinito y el para ti han dado relevancia a los contenidos ajenos, publicaciones que provocan más impacto en la comunidad. El anonimato, la velocidad y la posibilidad de publicar inmediatamente y de manera irreflexiva han empeorado desde la llegada de Elon Musk. La monetización de la plataforma facilitó que la extrema derecha no sólo campase a sus anchas, sino que también sirvió para amplificar sus ideas. La deriva ideológica y la implicación en la campaña de Trump dieron el empujón final [para abandonar X] a miles de usuarios", reivindica.
La semana pasada ha entrado en vigor el enésimo cambio en las políticas de privacidad de X. La compañía se reserva ahora el derecho a vender datos personales de sus usuarios, para entrenar modelos –tanto propios como ajenos– de inteligencia artificial. "Twitter está totalmente ideologizado, pero todo el big tech tiene en cierto modo un sesgo. Los programadores y sus algoritmos, la búsqueda acérrima de beneficios a toda costa –aún sabiendo que los contenidos son bulos y nocivos– y la aspiración monopolística hacen que estos espacios [las redes sociales] no sean lugares para el debate público, de hecho, pueden acabar empeorándolo", advierten desde Proyecto UNA, colectivo centrado en desenmascarar las nuevas formas de fascismo que acaba de publicar el libro La viralidad del mal.
¿Podemos encontrar espacios seguros en Internet?
Medios como The Guardian y La Vanguardia han abandonado X en los últimos días, argumentando que, desde la irrupción de Musk, la plataforma se había convertido en una "red de desinformación". La fuga masiva de usuarios ha llenado los servidores de una mezcla de dudas, audacia y recelo. ¿Las nuevas alternativas ofrecen garantías para resolver los déficits del panorama digital? "Es pronto para hablar de manera fundamentada, pero creo que la migración de los grandes medios, personalidades e instituciones será clave para darle a Bluesky el respaldo que no tuvieron otras plataformas", responde Teresa Piñeiro Otero. La aplicación ha arrancado con una filosofía open source, pero corre el riesgo de ceder a la presión de sus inversores.
La red social de la mariposa, también impulsada por Jack Dorsey, gana desde la semana pasada entre 600 y 800 usuarios nuevos por minuto, casi todos en Estados Unidos. Bluesky promete un feed cronológico y sin algoritmos predefinidos, para "fomentar el diálogo" y "luchar contra los abusos" en las plataformas digitales. La tecnología de base descentralizada permite levantar –de momento– una especie de barrera contra los bots y la desinformación, pero nada es definitivo. "Las redes las hacemos las personas, no podemos olvidarlo. La industria de la desinformación todavía no ha aterrizado en Bluesky, pero veremos qué pasa cuando se pueble mucho", reconoce Mariluz Congosto, informática e investigadora en redes sociales en la Universidad Carlos III de Madrid.
El miedo a la llegada de bulos y trolls tiene, según los expertos, todo el sentido. "El espacio online es una continuación del offline. Esto quiere decir que si existen estructuras de poder o injusticias sistémicas, pueden reproducirse en cualquier plataforma. El diseño puede sancionar o premiar estas actitudes, pero eso depende de cada compañía. Bluesky llega anunciando cambios, pero no podemos asegurarnos de que no vaya a repetir los mismos patrones. La solución pasa por buscar modelos de financiación no dependientes del capital de riesgo ni de la publicidad", sentencian desde Proyecto UNA.
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