La historia de una familia superviviente de la DANA: "No te puedo contar. He visto demasiadas cosas"
Paqui, Jose y sus hijos nunca olvidarán el 29 de octubre de 2024. Han logrado vivir y reponerse para contar su experiencia a 'Público'.
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Albal (valencia),
Aquel martes no llovió nada en Albal pese al aviso rojo de precipitaciones extremas de la Agencia Estatal de Meteorología. La mañana fue soleada. Todo indicaba que sería un día normal para la familia de Paqui Poley. Esta sevillana de 67 años llegó con tres años a esta localidad agrícola de l'Horta Sud de València. La riada de 1957 que inundó la capital al desbordarse el Turia apenas era una historia contada por los mayores para ella.
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El buen tiempo permitió a su hijo menor ir a la peluquería y pasar tiempo con sus sobrinos en la cercana Benetusser. A la tarde empezó a llegar un poco de agua y Paqui y su marido Jose se dedicaron a apartarla de la acera para que no entrase en las casas.
"No nos avisó el Ayuntamiento. Fueron los vecinos que venían corriendo los que decían que se había desbordado el barranco en Catarroja y en Massanassa. Y de golpe vino un aire muy fuerte y un tsunami. Entró un río pero con olas de mar", rememora Paqui. Gracias a vivir en un primer piso pudo ver a salvo cómo los coches se convirtieron en barcas a la deriva.
Sobrevivir gracias a un cuadro de luz de un hotel
En cambio, su hijo menor estaba saliendo de casa de su hermano y cogió el coche hacia la Pista de Silla para evitar una "cola rara" de vehículos. Ante el atasco y un nivel creciente del agua se desvió a una acera. El hijo de Paqui y Jose vio a una madre con su hijo pequeño atrapados por la corriente y los subió al techo de su coche. Pero la fuerza del agua empezó a mover el coche y se bajaron.
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Ya de noche, un objeto lo golpeó y lanzó a la riada. Logró agarrarse a una reja del hotel y aguantó elevado sobre un cuadro de luz del edificio hasta las cuatro de la madrugada. A esa hora ya había bajado la fuerza y el nivel de la torrentera.
De camino a la casa de sus padres, una pareja de la Guardia Civil le pidió ayuda para poner a salvo a un grupo de personas mayores que viajaba en un autobús que se quedó atrapado. Cuando llegó, casi amaneciendo, al hogar materno, su respuesta a las preguntas de Paqui fue tajante: "No te puedo contar. He visto demasiadas cosas".
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Se duchó y volvió a salir para ayudar a sus vecinos. Solo pasadas las semanas les ha verbalizado que vio cadáveres flotando a su lado. Le gustaría saber qué fue de la madre y su hijo que ayudó a rescatar pero de los que desconoce su suerte y hasta su nombre.
Ir a comprar y casi morir por el agua
El retoño mayor de Jose y Paqui estaba haciendo la compra cuando vino el agua. Logró cruzar a duras penas lo que era una calle cuando entró al supermercado. Volvió con su pareja e hijos. Medio metro de líquido entró en una vivienda a la que se habían mudado hace dos semanas. Por una especie de suerte, no tenían dinero para amueblarla y sus pérdidas materiales son menores.
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Sobrevivir a la DANA pero no al trabajo asalariado
Pese a perder su medio de transporte y casi la vida, la empresa de comidas envasadas en la que trabaja el menor de la familia de Albal lo está presionando para que siga acudiendo a su puesto de trabajo. El capitalismo no para por una DANA y más de doscientas muertes. La solución que le ofrecen es un vehículo de sustitución que debe recoger a más de 15 kilómetros de distancia.
Paqui y Jose se pueden sentir afortunados. Su familia ha sobrevivido a la riada más mortal del siglo en Europa y en Albal no ha habido fallecidos, según los datos del Centro de Integración de Datos. Sus mayores pérdidas materiales se reducen a tres coches, dos motos y ordenadores que tenían un bajo inundado. Allí el agua llegó a los 160 centímetros.
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El fango dañó también algunos electrodomésticos y unas herramientas "carísimas" de mecánico de José, ferroviario jubilado. Estiman que han perdido unos 10.000 euros. El seguro les cubría el continente pero no el contenido, por lo que no creen que podrán recuperar todo pese a las pólizas y las ayudas. Lo peor fue pasar una noche sin saber nada de sus hijos. La cobertura se la llevó también el agua.
Hasta el final de la conversación con Público Paqui y José no cuentan otro momento difícil de olvidar de aquella noche dolorosa. Los gritos de sus vecinos de abajo cuando el agua continuaba subiendo. El matrimonio logró hacerse oír y les pidieron que salieran a patio común. Con la ayuda de otro vecino más joven y unas sábanas lograron subirlos a pulso hasta su piso. José y Paqui les dieron ropa nueva y se pudieron duchar. Juntos los cuatro esperaron inquietas las llegadas de los hijos respectivos de ambas parejas.
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Frente a la falta de avisos tempranos a la población, los propios vecinos se rescataron unos a otros y se dieron consuelo. Ellos y sus familias han vivido para contarlo. Son los afortunados. Los que vivirán la reconstrucción y han conocido el desamparo institucional y la solidaridad no solo vecinal sino global.