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Los niños españoles se han olvidado de jugar: cuando las tablets ganan la batalla

El 75% de los menores supera los límites de exposición a las pantallas que marcan los especialistas. "Abordar este fenómeno es una de nuestras prioridades", señalan desde el Ministerio de Infancia.

Una niña ve una serie de dibujos animados en su tablet.
Una niña ve una serie de dibujos animados en su tablet. Hans Lucas / AFP

"Lo mejor que un adulto puede hacer por un niño es darle tiempo y espacio para jugar". Este es uno de los pilares del libro La Ciudad de los Niños, publicado hace dos décadas por el psicopedagogo y dibujante italiano Francesco Tonucci. El escritor, también conocido como Frato, define el "juego" como "el trabajo de los más pequeños" y aboga por un sistema en el que las actividades lúdicas tengan más protagonismo que el estudio y las nuevas tecnologías. La premisa choca con los datos que deja el último informe del Instituto Tecnológico del Producto Infantil y el Ocio (AIJU): el 45% de los menores de 12 años juega al aire libre menos tiempo del que recomiendan los expertos y pasa cada vez más horas delante de una pantalla.

Los niños españoles dedican una media de una hora y cuarto cada día a jugar, según el citado estudio. El tiempo que pasan conectados a los dispositivos móviles es ligeramente superior y ronda las 1,45 horas, lo que supone un incremento de seis puntos con respecto a los datos del último informe previo a la pandemia. "El confinamiento ha acelerado el uso excesivo de las pantallas. Las restricciones se acabaron, pero las rutinas permanecen. No hemos recuperado el tiempo de juego al aire libre que teníamos antes de 2020", señala Pablo Busó, coordinador del área de investigación del usuario infantil de AIJU. 

La Academia Americana de Pediatría recomienda que los bebés de cero a dos años no tengan ningún tipo de contacto con las pantallas y aconseja una media diaria de entre 30 y 60 minutos para los menores de cinco años. El 75% de los niños supera los límites de exposición que marcan los especialistas. "La hipótesis con la que trabajamos es que los medios digitales ofrecen un ocio rápido y accesible que está desplazando el tiempo que le dedican a otras actividades como el juego y la lectura", sostiene Pablo Delgado, profesor de psicología evolutiva y del desarrollo e investigador en la Universidad de Sevilla.

Los niños y los jóvenes son los grupos de edad que más leen, según el último Anuario sobre el Libro Infantil y Juvenil publicado por la Fundación SM. Es cierto que a través de los dispositivos electrónicos también podemos acceder a casi cualquier novela o cuento, pero está demostrado que las pantallas afectan al desarrollo cognitivo de los menores. "El debate tiene que estar en lo que hacemos detrás de esas pantallas. No creo que haya que caer en la dicotomía de elegir entre libros o tecnología, pueden convivir ambas cosas", razona María del Mar Sánchez Vera, profesora de didáctica y organización escolar en la Universidad de Murcia. 

"Esto es una combinación de muchos factores sociales y culturales. Los niños lo ven normal, porque no saben lo que hacíamos nosotros cuando éramos pequeños. Cuando les cuento a mis hijos que jugaba en la calle y volvía sucia a casa, me llaman antigua. El problema son las implicaciones que el abandono del juego puede tener a corto y largo plazo", relata Ana María Ruiz-Ruano, profesora de Psicología evolutiva y de la educación en la Universidad de Granada. Las fuentes consultadas por Público aseguran que puede afectar tanto a su capacidad de mantener la atención, como a la tolerancia de la frustración y el desarrollo de habilidades sociales. "Las pantallas tienen mucho que ver, porque ofrecen una respuesta rápida para todo y merman la paciencia de los niños", añade la docente. 

"Las innovaciones siempre han estado ahí. El problema radica en el tipo de relación que establecemos con ellas. Los padres no pueden pedirle a un menor que deje de usar el teléfono móvil si ellos están pegados todo el día a la pantalla. El niño quiere ser mayor y lo que ve, lo copia", precisa Estibaliz Amenabarro, doctora en Pedagogía por la Universidad del País Vasco. El uso excesivo de los dispositivos electrónicos no solo tiene consecuencias a nivel emocional, sino que puede interferir en la conciliación del sueño, los problemas visuales y la disminución de los reflejos.

El Ministerio de Infancia, preocupado por los datos

El Ministerio de Juventud e Infancia ha puesto en marcha un grupo de 50 expertos y expertas con la premisa de elaborar un primer informe sobre el fenómeno en los próximos meses. "Esta es una de nuestras prioridades, pero no basta con tomar medidas para garantizar la protección de los menores en los entornos digitales. Los niños y niñas tienen que tener más espacios para jugar en las ciudades, alternativas de ocio que hagan que el entorno digital sea solo una opción más", señalan desde la cartera que dirige Sira Rego. "Las pantallas en sí mismas no tienen la culpa, sino los hábitos, lo que hacemos con ellas y, sobre todo, lo que dejamos de hacer por estar tanto tiempo conectados", expone Pablo Delgado. 

Los docentes y pedagogos que han colaborado en este artículo consideran que la solución no pasa tanto por prohibir, como por prevenir. "La prohibición genera ansiedad. El reto es comprender que esto no solo depende de la escuela, también es una cuestión familiar, ética y política", matiza Estíbaliz Amenabarro. "Lo que hace falta es una buena alfabetización en términos digitales, sobre todo para identificar los riesgos y propiciar un equilibrio entre actividades presenciales y virtuales. Los adultos tenemos que acompañar a los más pequeños en su vida digital", coincide María del Mar Sánchez Vera. 

Las familias pueden supervisar los juegos online, plantear una tabla de edades y considerar el nivel madurativo de los menores para afrontar según que cosas. "Es importante que nos preguntemos si estamos generando espacios amigables en nuestras ciudades para los niños, si realmente les damos alternativas de ocio que hagan que exista un equilibrio adecuado", continúa la también investigadora.

Las ciudades no tienen espacios para jugar

La falta de espacios en las grandes capitales se destapa como otro de los principales problemas para muchas familias. El psicopedagogo Francesco Tonucci sostiene en sus publicaciones que el hecho de que "los niños vuelvan a jugar en la calle hará más seguras las ciudades". La sociedad, sin embargo, tiende a pensar lo contrario. "No hay niños en los parques. La interacción social con su grupo de iguales queda reducida al patio del colegio, donde las relaciones están marcadas por las reglas de funcionamiento del sistema educativo. Cuando los niños se hacen mayores, tratan de mediatizar las relaciones sociales a través de dispositivos tecnológicos, porque no han aprendido a hacerlo de otra manera", explica Ana María Ruiz-Ruano. 

El recreo se convierte en el último bastión para que muchos menores no abandonen el juego al aire libre de forma prematura, sobre todo en los núcleos urbanos. "Las ciudades tienen que apostar por planes urbanísticos más ambiciosos, que tengan en cuenta a todos los colectivos. La creatividad es importante a la hora de acercar el modelo urbanístico al juego de una manera distinta. Los niños tienen que estar más presentes en la planificación de la ciudad. No puede ser que los parques estén rodeados de tráfico, ruido y estímulos externos. El problema se agudiza si pensamos en clave de neurodiversidad", apunta Raquel Colacios, doctora en arquitectura e investigadora en la Universitat Oberta de Catalunya.

Las fuentes consultadas por Público ponen el foco en el déficit de espacios inclusivos para los niños con algún tipo de discapacidad. "Faltan zonas más tranquilas, donde los juegos estén mejor organizados y la vegetación ocupe un lugar protagonista. Los coches hacen peligrosa cualquier ciudad y el problema se acentúa para los menores con autismo", añade la también experta en urbanismo inclusivo. En el norte de Europa, las ciudades tienen "grandes ecosistemas de juego" y los niños están más conectados con la naturaleza. Los estudios prueban que las personas que juegan en entornos naturales tienen menos estrés y controlan mejor los impulsos. "Tenemos la limitación del clima, pero se pueden desarrollar espacios verdes con árboles autóctonos para los niños", sentencia.

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