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Actualizado:“¿Hace mucho frío?”, pregunta Sonia Sánchez a las tres mujeres que acaban de subirse a la caravana. Tienen las manos congeladas por el frío propio de un 14 de noviembre, y han perdido la cuenta de las horas que llevan en la calle. No las conoce de nada, pero Sánchez, activista argentina y autora del libro Ninguna mujer nace para puta, ya las llama “hermanas de vida”. Son sólo tres de las incontables mujeres que ocupan cada esquina del polígono Marconi de Villaverde (Madrid) a la espera de que algún coche se pare y les ofrezca subir a cambio de un precio insultante.
Es la segunda vez que la activista argentina viaja a España y, durante la tarde del martes, acompaña a la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (CIMTM), una asociación de atención a la mujer prostituida, para ver de cerca cómo trabaja su equipo con las víctimas.
“¿No es ya bastante violencia vivir en una esquina y ser la puta de todos? Tenemos derecho a una vida sin violencia”
Varias mujeres se suben a lo largo de la tarde a la caravana, donde se encuentran dos trabajadoras sociales y una abogada. Cada una cuenta una historia distinta, habla un idioma diferente y tiene diversas dudas y necesidades, pero todas estas mujeres comparten una misma realidad que no son capaces de verbalizar. Sonia Sánchez las entiende: fue víctima de trata durante seis años.
A los 16 viajó a Buenos Aires, con muy poco dinero y una única promesa bajo el brazo: progresar laboralmente. “Terminé siendo la puta de todos, me convirtieron en eso”, relata Sánchez a Público, a quien el hambre, el miedo y la desocupación le llevaron a confiar en una mujer que le prometió un seguro como empleada doméstica. La realidad era muy distinta.
“Cuando te encierran en un prostíbulo o te paran en una esquina, lo primero que haces es anestesiarte mentalmente”, revela la argentina con la voz entrecortada. Han pasado 31 años desde que salió de ese mundo, pero todavía le cuesta hablar de ello y continúa recordando vivencias de aquella etapa debido al estrés postraumático. Hace un rato que las tres chicas ecuatorianas terminaron los cafés calientes que les sirvió la CIMTM y la caravana se ha puesto de nuevo en marcha.
“Cuando te encierran en un prostíbulo o te paran en una esquina, lo primero que haces es anestesiarte mentalmente”
Mientras continúa relatando el infierno que vivió mientras era coaccionada a prostituirse, unos golpes en el exterior del vehículo interrumpen la conversación. Una mujer quiere saber el proceso para denunciar un caso de malos tratos. Según cuenta, su expareja ha salido de la cárcel tras cumplir su pena y ha vuelto a por ella. Ahora, duerme con un cuchillo debajo del colchón y se prostituye para cubrir sus gastos ante los oídos sordos del Estado. “No impedí que entrara en mi casa y ahora la Policía asegura que no puede hacer nada”, relata.
“¡Qué horror!”, exclama Sánchez cuando se cierra la puerta de la caravana. A pesar de haber vivido un auténtico martirio en su propia piel, se sigue estremeciendo al escuchar la historia de otras mujeres.
No le da tiempo a compartir más impresiones. Vuelve a sonar de nuevo el golpeo en la puerta. Cinco chicas, que llegaron desde Rumanía a los rincones de Villaverde, buscan un café caliente y una conversación para entrar en calor. La lejanía de la familia y el trato con la Policía son los temas que utiliza Sonia para romper el hielo. De repente, ante la mirada estupefacta de las cinco mujeres, les confiesa que ella las entiende mejor de lo que imaginan: “Yo he estado en el lugar en el que estáis ahora vosotras y la única manera de salir es que os organicéis y empecéis a luchar por vuestros derechos”.
“¿No es ya bastante violencia vivir en una esquina y ser la puta de todos? Tenemos derecho a una vida sin violencia”, reclama Sánchez. Las cuatro mujeres se levantan, hablando de otros temas y aparentan no escucharla. Según Sonia están intentando sobrevivir, ajenas a su realidad. Pero una de ellas alza la voz pidiendo que le dejen hablar. “Esa mujer formará parte del comienzo, en el que los proxenetas, los puteros, las ONG y el Estado dejen de hablar por la puta y le devuelvan su voz propia”, señala la activista.
"Boca, vagina y ano"
“Mi madre no dijo: ‘Sonia va a ser la puta de la familia’”. Cuarta de siete hermanas, la escritora argentina criminaliza la prostitución como una “violación de los derechos económicos, sociales, culturales y civiles” de cualquier persona.
Sánchez señala al Estado como el primero en violar los derechos de las mujeres prostituidas. “Nos reducen a boca, vagina y ano. Una puta no es nada más, no es una persona a los ojos de la sociedad y menos para el Estado”, denuncia la autora. Además, señala que las mujeres tienen mucha vergüenza cuando admiten su realidad, pero esa deshonra que sienten las víctimas no les pertenece: “Le pertenece a todos los hombres que manosearon su cuerpo y que ejercieron su violencia a través del sexo”.
Proxenetas, el Estado y las ONG deben devolverle a la puta su voz propia
La activista habla de “supervivientes” de la trata sexual porque “en la prostitución no se vive, se sobrevive minuto a minuto”.
También insiste en el mito de que las mujeres eligen libremente prostituirse: “Ni siquiera el precio es tu decisión. Lo determina el proxeneta (fiolo, como lo denominan en Argentina), el cliente que negocia o la cantidad de mujeres que están a tu alrededor. También lo determina lo vieja que estás, porque además los puteros demandan cada vez víctimas más jóvenes”.
Desobediencia y rebeldía, la fuerza para escapar
Alrededor de 4,5 millones de personas fueron víctimas de trata con fines de explotación sexual en algún momento de 2016, según estima la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y España ocupa uno de los principales puestos en cuanto a los países que comercian con seres humanos.
Sonia vivió un auténtico infierno mientras era víctima de trata sexual. Ella asegura que la prostitución forzada “tiene todos los síntomas de la tortura de un campo de concentración”.
Me pregunté quién era de verdad y acepté todo lo que había vivido
A los 22 años, vivió “la noche más oscura y liberadora” de su vida. Una brutal agresión mientras hacía un servicio y que terminó en un calabozo le hizo abrir los ojos. Aún golpeada y ensangrentada, volvió al prostíbulo donde había estado retenida durante seis años. Relata que lloró durante horas, hasta que tuvo fuerzas para mirarse al espejo sin maquillar su realidad: “Por primera vez no vi a la Sonia Sánchez de 16 años que viajó a Buenos Aires para progresar y terminó siendo la puta de todos. Me pregunté quién era de verdad y acepté todo lo que había vivido. Ese es el primer paso para reconstruirse”.
La escritora asegura que a día de hoy, a sus 53 años, continúa deshaciéndose de los estigmas que los miles de hombres que compraron su cuerpo depositaron en ella.
Son las dos de la madrugada y el recorrido de la caravana se da por concluido por hoy. Mañana la escritora tiene que coger un vuelo a Argentina. Antes de que nos bajemos del vehículo, Sonia insta a las mujeres que continúan con el vaso de café caliente entre las manos para calentárselas a “desobedecer al mundo que les rodea”, como ella tuvo que ejercer la desobediencia y la rebeldía. Desobediencia al proxeneta que la coaccionaba, al cliente que le pedía cosas denigrantes y a la sociedad que la criminalizaba.
“Nuestra vergüenza, la que sentimos injustamente, hay que devolvérsela a nuestros gobernantes y a aquellos hombres que pagaron por hacer de nuestro cuerpo un objeto de uso y abuso”. Ahora, Sonia tiene un hijo de 21 años, al que afirma educar en el feminismo, y viaja a los distintos países de destino de trata para conocer cada realidad de esas mujeres y luchar por que el Estado reconozca sus derechos.
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