trabajo de verano Socorristas: 40 horas semanales en la arena de la playa por unos 1.000 euros
El 90% de ellos son estudiantes que cumplen un horario espartano caiga lo que caiga desde el cielo. "Es un trabajo que requiere mucha formación y preparación física", aseguran.
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madrid, Actualizado:
La prueba de que la playa no es igual para todos está en la fotografía que abre este texto. Una fotografía que recuerda que durante los meses de verano el socorrista es un personaje espartano. Hasta en la soledad de una playa como ésa de Riazor en La Coruña, donde ese día el mal tiempo impuso su ley, siempre queda un espacio para el socorrista y para su mirada, que es la mirada que mira por todos nosotros. Entre sus funciones está la de salvar vidas y la de recordar lo que recuerda Marta, que trabajó de socorrista todos los veranos, desde que empezó hasta que terminó ingenieria aeronáutica: "Si no fuera por el compañerismo, no lo echo de menos porque es un trabajo duro. Parece que no haces nada pero sólo paras para comer".
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Hoy, desde su toalla en la arena, Marta podría impartir magisterio. "El primer día que hice el curso me lo dejaron tan claro que hasta me impactó. 'Nunca se sabe el momento en el que puede pasar algo', nos dijeron y no lo olvidaré nunca. Comprendí que esto iba mucho más allá de trabajar de cara al público como en esos inviernos en los que trabajé en El Corte Inglés". De ahí que la monotonía del socorrista sea muy relativa. Ni siquiera cuando uno encuentra a uno como Sergio, que nunca ha tenido que tirarse al agua a salvar una vida. "Pero tengo compañeros que sí lo han hecho y en el curso que hicimos de 420 horas, con 120 horas de natación, es una idea que siempre estaba ahí ".
Una idea que, en realidad, recuerda que la arena siempre es la misma pero la marea es imprevisible y que justifica que, haga la temperatura que haga, caiga lo que caiga desde el cielo, el socorrista deberá cumplir el mismo horario desde el 15 de junio hasta el 25 de septiembre, 40 horas semanales que hay en playas que se reparten en turnos de cuatro días a la semana, cada uno de 10 horas, con lo que al socorrista le quedan tres días libres. Pero esa organización ya depende del personal de cada playa.
"Parece que no haces nada pero sólo paras para comer".
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La realidad es que este nunca será un trabajo al uso. Entre las piezas del uniforme está el bañador y los pies descalzos en la arena de la playa. Se da por hecho que el socorrista está bien preparado físicamente. "Prefiero no sumar las horas que paso de pie a lo largo de la semana", rebate Sergio que, como ayer pasaba con Marta, se ajusta al perfil medio de socorrista. "El 90% somos estudiantes que aprovechamos para sacar un dinero los meses de verano. El sueldo es de unos 1.000 euros y también importa. Los estudiantes no vivimos sin dinero", añade él que, en cualquier caso, no habla de un trabajo tan básico. "Claro que se podría cobrar más. Porque, aunque parezca que no, este trabajo requiere formación, don de gentes, aprender a controlar los nervios, a no asustarte tú para no asustar a los demás. Por eso en las pruebas de acceso pasamos hasta una entrevista personal. Luego, en el día a día, son infinitas las situaciones a las que nos podemos enfrentar".
Máxime en esos días en los que la playa está llena y en los que el socorrista, cada uno en su espacio, ya no sabe ni por donde mirar. "Pero nosotros nunca podemos perder el sitio", dice Sergio, cuyos ojos hoy están ocultos detrás de sus gafas de sol, que también son parte del oficio, incluído en las playas del norte, "donde es verdad que el sol no pega tan fuerte como en el Mediterráneo. Pero siempre hay días en los que uno se cansa del sol y en los que no sabes donde meter la cabeza. De ahí que tengamos que rotar cada poco tiempo entre nosotros para poder rendir. Porque el sol te recuerda que esto es como la carretera: no puedes hacer un viaje de 400 kilómetros seguidos sin parar. Si no paras, al final, miras pero no ves, y eso es algo que no puedes permitirte. Tienes un trabajo y una conciencia".
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La conciencia, efectivamente, conlleva "una responsabilidad severa" sea en la playa de Riazor, en la de San Lorenzo o en la de San Juan en Alicante. "Trabajar es vigilar y prestar ayuda porque lo que pasa en el agua no son matemáticas", insiste Marta desde la lógica que ella misma recuerda que se aplica a la fotografía de cualquier socorrrista en la playa y hasta en la piscina de una urbanización. La soledad forma parte del contenido de la fotografía como si fuese un arquero debajo de la portería. "Se puede aceptar esa comparación", ironiza ella, que nunca entenderá que "con el contenido que tiene este trabajo, en el que cada año se salvan vidas, sólo se hable este verano de los socorristas por la fotografía de la socorrista de Gijón. Así van muchas chicas en la playa y nadie dice nada. Acaso las socorristas somos diferentes a las demás? ", pregunta Marta, avalada por una experiencia fortísima en este trabajo que "me vale para el resto de la vida".