Los reyes, por lo general, no hablan mucho, son más de emitir preceptos. A veces también inauguran movidas, cortan lazos y ponen primeras piedras. Lo que no es tan habitual es verles entregados al puro deseo, cegados por la lascivia, como un puñetero plebeyo.
Eso ni es un monarca ni es nada. De hecho ya no lo es. Pero en su día lo fue. Hablamos del rey emérito, también conocido como el campechano, aunque si nos ceñimos a las imágenes publicadas por un medio holandés y al ímpetu amatorio que demuestra, podría pasar a la historia como el fogoso.
Clama al cielo, eso sí, que haya tenido que ser una publicación extranjera la que se haya atrevido a evidenciar lo consabido, a saber; que el emérito, además de ser en la actualidad un evasor fiscal en paradero conocido, fue en su día un amante bandido, capaz de entregarse con ardor y desenfreno a la voluptuosidad de una Bárbara Rey en plena Transición (el país, no la vedette).
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La publicación coincide en el tiempo con una noticia que a buen seguro revolucionará el papel couché el próximo año. Y es que como publica la revista francesa del corazón Point de Vue, el emérito ha decidido escribir sus memorias para que no le roben "el relato" de su propia historia.
A continuación el literal de sus declaraciones. Un literal que, por cierto, nos permite testear de primera mano la consistencia del rostro hormigonado del emérito: "Mi padre siempre me aconsejó que no escribiese mis memorias. Los reyes no hacen confidencias, menos aún públicas. Sus secretos quedan ocultos en la penumbra del palacio. ¿Por qué voy a desobedecerle ahora? ¿Por qué he cambiado finalmente de opinión? Tengo la sensación de que me roban el relato de mi propia historia".
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Impune y libertino. Es lo que tiene pertenecer a Borbonia y ser inviolable, que todo lo humano te es ajeno. No en vano siglos de inviolabilidad le contemplan, concretamente desde que un señor, en algún monte perdido de la Historia, tuvo a bien levantar un dedico y esgrimir, providencial, me pido rey.
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