madrid
¿Tu jefe te encarga grandes cantidades de trabajo innecesario (lo que no te deja tiempo para ninguna actividad verdaderamente útil)? ¿Se empeña en obstaculizar cualquier impulso creativo o innovador? ¿Persigue o ataca al que destaca? ¿Le pone enfermo que alguien tenga éxito o demuestre sus logros? ¿Calla cualquier información que permita valorar méritos ajenos? ¿Amplifica y esparce todo rumor que sirva para desprestigiar a esas mismas personas? Si has respondido con una mayoría de síes, es muy probable que se trate de una persona aquejada del Síndrome de Mediocridad Inoperante Activa (MIA), que retrata a la mayoría de los acosadores laborales y fue descrito por primera vez por el psiquiatra Luis de Rivera en la revista científica Psiquis.
No es una patología rara, sobre todo, si tenemos en cuenta las cifras de trabajadores que padecen mobbing en España. Al menos un 3,5%, según datos del Observatorio Vasco sobre Acoso y Discriminación, basados en el estudio de 1.100 sentencias registradas entre 2014 y 2019. Aunque podría ser mucho más, hasta un 15%, de acuerdo con el último estudio de la Asociación contra el Acoso Psicológico y Moral en el Trabajo en España.
Normopatía desadaptativas
Para entender este síndrome, lo primero que debemos tener en cuenta es que la mediocridad consiste en la "incapacidad de valorar, apreciar o admirar la excelencia", dice a Público Luis de Rivera, director del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática de Madrid y autor del libro 'El maltrato psicológico: Cómo defenderse del mobbing, el bullying y otras formas de acoso'. Ser mediocre es, en sí, un problema que nos aleja del comportamiento adaptativo normal: "aspirar a la excelencia y la superación personal, bien mediante la propia creatividad o bien apoyando y admirando a personas notables, es una cualidad intrínseca del ser humano sano", apunta.
En este sentido, el psiquiatra describe tres grados de patología. El primero es la mediocridad simple, la forma más sencilla e inocua. Sus síntomas: hiperadaptación, falta de originalidad y una normalidad tan absoluta que puede considerarse patológica (normopatía). El que la padece es incapaz de toda creatividad y no sabe distinguir la excelencia, pero puede seguir caminos bien marcados. "Es un buen ciudadano en la sociedad de consumo, sigue las instrucciones de los anuncios o de los partidos políticos, replica las ideas dominantes sin cuestionarse ni la autoridad ni las normas. Su conformismo le permite sentirse razonablemente feliz", apunta Rivera.
El segundo tipo, la mediocridad pseudocreativa, añade a la anterior la tendencia pretenciosa a imitar los procesos creativos normales. Mientras que el mediocre simple no se esfuerza más allá de las exigencias mínimas, "el pseudocreativo siente la necesidad de aparentar y de ostentar el poder: por eso, es una máquina de producir y potenciar las maniobras repetitivas e imitativas", nos explica Rivera. La imagen lo es todo para él, pero no siente inclinación por propiciar progresos de ningún tipo. "Dentro de este grupo están los impostores, que fingen hacer algo importante, cuando no es así. No suelen ser peligrosos, a no ser que tengan un puesto de poder en una organización grande y, para demostrar su autoridad, encarguen grandes cantidades de trabajo (formularios, papeleo absurdo) a sus empleados, sin que sirva para nada", añade.
Guerra a la excelencia
Pero el perfil más dañino en el entorno laboral es el MIA o persona aquejada del síndrome de mediocridad inoperante activa, sobre todo, si se trata de un jefe. "Mientras que las formas menores de mediocridad presentan solo incapacidad para valorar la excelencia, el síndrome MIA se propone, además, destruirla por todos los medios a su alcance", señala Rivera. Igual que otros trastornos de la personalidad, como la sociopatía, esta relacionado con la conducta y la manera de relacionarse con los demás. Quien lo padece no sufre por el trastorno, pero sí hace sufrir a las personas de su entorno.
El síndrome es tan antiguo y está tan extendido como la humanidad. Como sugiere Rivera, estaba detrás de la muerte de Sócrates, de la persecución de la élites intelectuales en la dictaduras, del exilio de Freud y Einstein, de la absoluta pobreza en que murió Cervantes, de la marginación que sufrió Tesla... de la censura y el acoso a tantos y tantos genios en todos los rincones del mundo. Además, está presente en todas las esferas de la vida, no solo en la empresa, sino también en la política, las artes o, incluso, la ciencia. "En el juego académico a tener razón interviene, naturalmente, la envidia de los mediocres y el juego sucio de los mafiosos. La envidia y la corrupción son dos enfermedades que hacen mucho daño a la vida académica o universitaria", apuntaba el pensador y antropólogo Jose Antonio Jáuregui, en su libro Aprender a pensar con libertad.
Es característico del individuo con un perfil MIA "desarrollar una gran actividad (ni creativa ni productiva) y tener un enorme deseo de notoriedad e influencia. Tiende a infiltrarse en organizaciones complejas, particularmente aquellas que ya están afectas por formas menores de mediocridad, y su objetivo es entorpecer o aniquilar el avance de cualquier persona brillante", continúa Rivera. Como escribía Cyril Parkinson, "los altos mandos buscan subordinados, no rivales".
Genios subversivos
En su libro La ley de Parkinson, este historiador británico afirmaba que "el incompetente trata de ocultar su propia incompetencia tras el aumento de sus competencias". Parkinson llegó a establecer, incluso, una ecuación matemática para calcular el ritmo de crecimiento del número de funcionarios, que según sus cuentas ronda el 5-7% al año, con total independencia de la cantidad de trabajo que haya que hacer.
Mientras, otros autores han logrado encontrar la razón de ser de la mediocridad. En 'Elogio del imbécil', Pino Aprile comenta que "la inteligencia es como la arena que se introduce en los engranajes: puede obstruir los mecanismos. El genio es subversivo no solo porque en vez de aplicar la norma la discute, sino porque, en su actuación, bloquea el camino habitual de todo el sistema burocrático". Y es que, si el hombre excelente aspira a cambiar el mundo, el mediocre no se atreve ni a imaginarlo.
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