MADRID.- Bennu es un cuerpo rocoso oscuro de unos 500 metros de diámetro que tiene una órbita similar a la de la Tierra alrededor del Sol. Es el mejor candidato encontrado entre los asteroides para la primera misión espacial de Estados Unidos que traerá a la Tierra muestras de uno de estos cuerpos celestes, la nave robótica Osiris-Rex que tiene previsto iniciar su viaje el 8 de septiembre desde cabo Cañaveral. El conjunto nave cohete no sufrió por la explosión la semana pasada de un cohete de Space X a solo dos kilómetros de la plataforma donde se encontraba ya preparado, ha asegurado la NASA, por lo que se mantiene la fecha de lanzamiento.
“La misión no es fácil”, aseguró Jim Green, director de la División Planetaria de la agencia espacial en la presentación del lanzamiento hace unos días, pero si todo sale bien: “Orbitaremos el asteroide, lo analizaremos y recogeremos muestras que volverán a la Tierra”, dijo. De todas formas, lo que se aprenda en esta misión servirá para futuros viajes a asteroides, cuerpos muy primitivos que son restos de la formación del Sistema Solar hace uno 4.500 millones de años.
La misión cubre todos los objetivos de los científicos planetarios, porque cartografiará el asteroide con instrumentos como un espectrómetro laser, para elegir la mejor zona de donde recoger el material, además de medir las fuerzas a las que está sometido y que determinan cómo se mueven estos cuerpos celestes por el cosmos. Esto permitirá predecir mejor que hasta ahora la trayectoria futura de los asteroides cercanos a la Tierra, con el consiguiente riesgo de colisión con nuestro planeta.
Sin embargo, la parte más curiosa de la misión Osiris es la forma de recoger las muestras, ya que la gravedad en Bennu es 100.000 veces menor que la de la Tierra. La nave se acercará mucho al asteroide sin llegar a aterrizar y durante unos segundos entrará en contacto con la superficie con un instrumento parecido a un desatascador, para producir, con ayuda de un gas, un vacío inverso que absorberá partículas del material polvoriento (regolito) que la cubre. Está previsto que efectúe esta maniobra hasta tres veces. El material, dos kilogramos como máximo, lo verterá el brazo robótico de más de tres metros del recogedor en un recipiente en la cápsula de retorno, encargada de traer las muestras a la superficie terrestre.
El recogedor representa el desarrollo en la empresa Lockheed Martin de una idea presentada a un concurso de ideas que hizo la NASA hace más de 10 años, recordó Rich Kuhns, especialista de la misión, aunque ahora esté muy cambiado. “Es un diseño muy simple y hemos hecho muchas pruebas en superficies distintas, desde una pila de escombros a una gran roca cubierta de polvo”, señala Jim Harris, el ingeniero autor del instrumento.
Cuando la nave se encuentre de vuelta hacia la Tierra, dejará caer la cápsula con las muestras, que debe de aterrizar sin daños, en una zona militar desértica de Utah (EEUU)
La exploración de asteroides empezó en 1991 y solo una misión, la japonesa Hayabusa, logró traer muestras a la Tierra, aunque en muy poca cantidad. “El análisis se tiene que hacer aquí porque no se dispone de los mismos medios técnicos en el espacio”, recordó Dante Lauretta, de la Universidad de Arizona.
Bennu es ya el asteroide mejor conocido de todos los que no se han visitado, que son la inmensa mayoría, gracias a la campaña de observación con telescopios que se hizo para preparar la misión Osiris. Se trataba de encontrar un asteroide que no fuera ni demasiado pequeño (giran muy deprisa sobre sí mismos) ni demasiado grande (es difícil la interacción con la gravedad). El elegido da una vuelta al Sol cada 1,2 años, mientras gira sobre sí mismo una vez cada 4,3 horas. Había tres criterios de selección, explicó Christina Richey, de la NASA: que tuviera una órbita similar a la de la Tierra con poca inclinación respecto a la terrestre, un tamaño adecuado y que su composición fuera rica en carbono -de ahí su tono oscuro- , por lo que quizá contenga precursores de la vida.
Tras su lanzamiento a bordo de un cohete Atlas V a partir del 8 de septiembre, Osiris llegará a las cercanías del asteroide en agosto de 2018, iniciando así dos años de misión. En julio de 2020 empezará la recogida de muestras y en marzo de 2021 iniciará la vuelta a la Tierra para llegar en septiembre de 2023, justo siete años después del lanzamiento. Sin embargo, hay cierta flexibilidad en el calendario, recordó Jim Green, lo cual es una buena cosa para los controladores de la misión.
Cuando la nave se encuentre de vuelta hacia la Tierra, a unos siete días de su máxima aproximación, dejará caer la cápsula con las muestras, que debe de aterrizar sin daños, colgada de un paracaídas, en una zona militar desértica de Utah (EE UU).
Otro aspecto curioso es que una cuarta parte de las muestras la analizarán en los meses siguientes a su llegada científicos de la NASA, Canadá y Japón, entre otros, pero el resto se guardará para su análisis futuro con técnicas más avanzadas que las actuales y nuevos objetivos de investigación.
La nave Osiris se ha desarrollado a partir de la MRO, una de las que exploran Marte, y la cápsula de retorno es la misma utilizada en Stardust, la misión que trajo a la Tierra muestras de polvo interestelar. Todos los preparativos se hicieron en sala limpia, para evitar contaminar el asteroide.
La misión completa, ida y vuelta, que se incluye, como las de Plutón y Júpiter, en el programa Nuevas Fronteras del Sistema Solar, costará 800 millones de euros, sin contar el lanzador. Participan instituciones de varios países, como Canadá, que aporta uno de los instrumentos.
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