MADRID
En octubre de 2005 dos jóvenes musulmanes de origen africano murieron mientras escapaban de la Policía francesa en Clichy-sous-Bois, en una banlieue (suburbio) del Este de París. Fue el origen de unos disturbios que terminaron extendiéndose incluso fuera de Francia. Nicolas Sarkozy, entonces ministro de Interior, llamó a los manifestantes “escoria”. La crisis se agravó, pero el mundo entero conoció la situación de pobreza, discriminación y violencia que se vivía en el extrarradio de la ciudad. Había llegado el momento de la revolución.
El director LadJ Ly fue testigo directo de lo que ocurría en su barrio, grabó muchas imágenes y finalmente decidió, después de algunos trabajos en el terreno del documental, pasarse a la ficción para contar la historia de los jóvenes de las banlieue. Los Miserables, película que representa a Francia en la carrera por el Oscar y que ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, es una denuncia incontestable, un retrato potentísimo del infierno de los suburbios y una advertencia sobre la tensión casi insoportable con la que vive la población desprotegida de esta Europa rica.
Como en la novela de Víctor Hugo, los personajes de esta película viven en Montferneuil y como los ‘miserables’ de entonces, sufren idéntica pobreza e injusticia. “La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes oscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres”, escribió Víctor Hugo y pareciera que lo hubiera escrito para los jóvenes encapuchados de este relato. Una historia que Ladj Ly comienza con la llegada de Stéphane a la Brigada de Lucha contra la Delincuencia (B.A.C. en francés), donde conoce a Chris y a Gwada. Y con ellos cada día pasea la impunidad policial por la calles de este barrio de desdichas. En Público entrevistamos al director de este duro viaje a los suburbios:
En noviembre pasado París ardió con las protestas de los chalecos amarillos, ¿son acciones parecidas a las de los disturbios de 2005 en que se basa la película?
Lo de 2005 nos inspiró a todos. Yo tenía entonces 25 años y ahora vemos lo mismo. Es terrible, pero es que los problemas son los mismos, las cosas no han cambiado y no se solucionan. Los políticos no hacen nada.
¿Y el cine es una nueva voz para todas esas personas?
El cine es una industria cerrada, elitista, con escuelas carísimas y nosotros atendemos al principio de lo primordial. Por eso creamos en nuestro barrio un colectivo-escuela que permita crear nuevas voces en el cine entre la gente joven.
¿‘Los Miserables’ cuenta lo que los medios de comunicación esconden?
Por supuesto. Los políticos y los medios de comunicación trabajan unidos y cuando hablan de los suburbios no controlan, todo son clichés e intentos de denigrarnos. El cine, como decías tú, es una nueva voz que da testimonio de la realidad. Esta es la verdad, yo vivo allí y conozco esta historia, la conozco perfectamente.
Además de mostrar la realidad, ¿qué otra intención tiene la película?
Es un grito de alarma para que los políticos comiencen a trabajar en soluciones. La película es justa, está basada en hechos reales desde el primer minuto a la última escena. Yo lo he vivido. Queremos dar voz a nuestras propias historias y no que las cuenten otros. Los Miserables no es un juicio de valor, es la realidad.
¿Hay esperanza hoy para esas soluciones?
Eso espero. La película quiere expresar eso, una puerta abierta a la esperanza, aunque la situación sea muy dura. Al final creo que a pesar de esa dureza sí es posible la solución, pero esto siempre pasa por ponerse a trabajar y hablar de esas soluciones.
¿Qué la película represente a Francia en la carrera por el Oscar es parte de esa esperanza?
Desde luego es un mensaje muy fuerte, muy importante, es como si nos dijeran: “Ok, os hemos oído. Francia os ha oído”. También es muy importante el premio de Cannes, simbólicamente es muy importante.
Pero Francia y otros sitios del mundo parecen a punto de la revolución…
No puedo saberlo, pero desde luego Francia está a punto de explotar, ya no se puede mucho más. A los chalecos amarillos no les hacen ni caso, aunque no sean las mismas causas que las nuestras. Pero ¿hay que quemar toda Francia para que pase algo? A veces es una pequeña llama la que hace que todo explote. En Francia hizo falta la Revolución Francesa para cambiar las cosas.
En el caso de los suburbios ¿hay especial inquina por el tema religioso?
Sí, en Francia hay acoso a los musulmanes, parece que cuando se habla de musulmanes se está hablando de terroristas. Yo vivo en un barrio musulmán y no hay terroristas. Es una problemática muy sensible.
Pero sí hay violencia y una especie de sistema propio, ¿no?
Los abanderados se organizan para sobrevivir. En París hay barrios abandonados hace treinta años y la gente allí se organiza, las mujeres se prestan dinero unas a otras… Y no hay tanto tráfico de drogas como dicen los medios de comunicación.
Volviendo a la soluciones ¿es posible la integración?
Sí, totalmente, es posible. Solo hace falta voluntad política, si no es todo una broma, están burlándose de nosotros. Hay que hacer planes de renovación de los barrios, crear nuevos espacios…
Pero en su lugar ¿están convirtiendo estos barrios en el nuevo enemigo?
Es una tendencia a añadir a todo el problema, meten mucha morralla en cuanto salen el tema. Se dedican a crear una generalidad de problemas que no son como los cuentan.
¿Eso les permite la impunidad policial de la que habla en la película?
En los últimos 20 o 30 años la mayoría de casos de violencia por parte de la Policía los han sufrido negros y árabes. La violencia policial en Francia es muy frecuente.
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