MADRID
Un “rubiecito lindo de ojos celestes”, un querubín asexuado de diecinueve años, se cargó en once meses, entre 1971 y 1972, a once personas. Las mató a sangre fría, cuando estaban de espaldas o durmiendo. El juez le preguntó por qué las disparaba mientras dormían y él contestó: “Y ¿qué quiere, que los despierte?”. Era, y es, Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los criminales más tristemente famosos de Argentina —si excluimos de esta siniestra nómina a los militares de la dictadura—, y el inspirador del personaje de la película El ángel, éxito rotundo del cine de aquel país.
La irresistible fascinación del mal ha sido el cebo que ha utilizado el director Luis Ortega para meter en las salas argentinas a más de 1,5 millones de espectadores que, una vez dentro, se encuentran con una propuesta bastante audaz. Envuelto en una fantasía pop, el ‘ángel negro’ de la realidad se transforma en un joven hermoso que reta a Dios, “que actúa para que Dios dé la cara”. Es un chico bello que desmonta el “prejuicio retrógrado de que los asesinos son feos y negros” y con el que el cineasta revela otra ‘verdad’: “El mal mayor no es el asesinato, es la mentira consensuada para mantener el orden”.
El debutante Lorenzo Ferro, inquietante e hipnótico, da vida al célebre criminal —hoy en prisión de por vida— en esta película, que se estrenó en el Festival de Cannes y que participó en la Sección Perlas del Festival de San Sebastián. Coproducida por El Deseo, ha sido elegida para representar a Argentina en la carrera por el Oscar. Conversamos con el director, Luis Ortega, sobre su 'ángel negro':
Hay en el protagonista de su película, un asesino, una llamativa ausencia de maldad, al menos evidente, ¿por qué?
Es una película contada desde sus zapatos y para Carlitos no existe el bien, el mal ni la muerte. Él piensa que la muerte es una puesta en escena, que, como todo alrededor, es artificial, falso. Supone que la muerte forma parte de esa convención.
Entonces, ¿no está usted hablando de un psicópata, que sería la explicación más lógica?
No, nunca pensé en retratar a un psicópata. Él mata con inocencia y eso no es concebible dentro de la realidad. Hay algo en su historia que funciona poéticamente. Se trata de usar al bandido contra un mal mayor, el artificio social. Es una tradición del cine, el bandido como bien en contra de un mal mucho peor que supuestamente es el bien.
¿Un mal mayor que el asesinato a sangre fría?
Sí, el mal mayor es la mentira consensuada para mantener el orden. Carlitos no mata con sentido de la tragedia, lo hace para ver si termina con la puesta en escena y para ver si Dios da la cara.
Para usted, ¿qué es lo que esconde, entonces, esta forma de actuar?
Quiero demostrar que un acto que puede desencadenar una tragedia, por ejemplo, un asesinato, no siempre está cargado de maldad o de odio. No intento entender la idea de un niño criminal, sino cómo funciona la mente de un niño donde la muerte no es real.
¿El ambiente pop es una herramienta para transmitir ese alejamiento de la realidad?
Sí, pero además es un ambiente que era característico de la época, donde la vida era más estilizada y se entiende perfectamente que el personaje esté influenciado por el cine. Él actúa como ve a los actores hacerlo en las películas. Fuma como en las películas, camina como James Dean. Es su manera de creer en Dios, de sentir que le está mirando. Era una época en que la mística era mucho más inspiradora que hoy. Del caso real hemos mantenido lo bello y estilizado y lo cinéfilo. Y la cultura pop es donde puede convivir un asesino con esa estilización. El acto de matar forma parte de un accionar ingenuo por su parte.
Y la belleza física de Carlitos…
No hay glamour por nuestra parte, él era muy guapo de verdad y antes se creía que alguien bello no te iba a matar. Los estudios de los criminólogos decían que los asesinos eran feos, morochos… Una estupidez que sigue funcionando así. Hay una mirada muy retrógrada sobre el asesinato. Estoy seguro de que los progres se quejarán de que es demasiado lindo el asesino. Sin darse cuenta, siguen pidiendo que sea feo y negro.
¿Eso explica que Carlitos actúe casi con total impunidad y que la Policía jamás se fije en él?
Claro. Si la Policía no interviene casi hasta el final es porque entonces era difícil que cachearan a un niño rubio con ese aspecto. Le decían que se fuera a su casa. Ese aspecto inocente era como un escudo para él. La Policía buscaba subversivos, y aunque hacían desaparecer a niños bien, nada hacía suponer que él era un peligro.
¿Conocer la historia real provoca morbo y atrae al público?
Es como una tarjeta de invitación a una fiesta, lo que pasa es que cuando el espectador está dentro de la sala, lo que ve no es lo que se esperaba. Nosotros intentamos redoblar la apuesta, dar algo mejor, y lo hacemos con ganas de que la película sea optimista. Un asesino con buenas intenciones solo puede existir en el cine o en la poesía.
¿Está seguro de eso?
Pues… no del todo (risas). En la realidad es más difícil defender eso.
He oído que siente usted cierta afinidad con el personaje, ¿es verdad?
De algún modo he querido revisar mi propia infancia. Mi vida a esa edad era muy parecida, salvo por matar a gente. Entiendo la inocencia más allá del bien y del mal. Tenía un amigo cuando teníamos diez años y su madre tenía una relación muy sexual con nosotros. Nos llevaba a robar, a meternos en casas de millonarios, nosotros lo hacíamos de travesura. Era conocer a una familia distinta a la de uno y desear que la tuya fuera tan loca como esa. Mi amigo ahora tiene traumas concretos. Pero yo lo veía como la libertad… lo que pasa es que la libertad a veces está cerca de la cárcel.
¿Carlos Eduardo Robledo Puch ha visto la película?
No la ha visto y no la verá hasta que la pirateen. Pero yo no tengo la responsabilidad de un historiador. El coguionista escribió un libro sobre su vida. Pero yo no quise conocerle, porque me iba a arruinar lo que tenía en la cabeza. El Carlos Robledo Puch de hoy tiene casi cincuenta años, está preso y es un esquizofrénico paranoide, la enfermedad se lo comió. Pero una mujer que lo atendía en la cárcel, me dijo que era sorprendente lo que se parecía al real.
Lorenzo Ferro es una especie de milagro…
Se presentaron 1.000 personas al casting, pero él fue el primero que vino y cuando llegó no me miró a la cara, me ignoró por completo. Y yo quería eso, alguien que no estuviera interpretando. Luego, claro, tuvimos un año de ensayos.
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