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Actualizado:En el Titanic viajaban diez españoles. Tras chocar contra un iceberg y hundirse en medio del Atlántico, siete lograron salvarse. Entre ellos, una enigmática pasajera que viajaba en segunda clase, Encarnación Reynaldo, de la que poco se sabía hasta que Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero indagaron sobre esta viuda marbellí que hablaba inglés, lo que la ayudó a sobrevivir al naufragio, y cuya vida "sigue envuelta en las sombras y seguirá siendo una incógnita".
"Tras la publicación del libro Los diez del Titanic (LID), averiguamos que después de llegar a Estados Unidos se reunió con su hermana, conoció a su sobrina, se casó en segundas nupcias, tuvo una hija en Puerto Rico, regresó a Nueva York, concibió tres hijos más —uno llamado como su marido, Bartolo, quien murió de pequeño—, volvió a enviudar y finalmente falleció en Manhattan en 1964", explica el periodista y escritor Javier Reyero.
Su biografía podrá conocerse con detalle desde el lunes 15 al sábado 27 en el madrileño Centro Cultural Eduardo Úrculo, que albergará una exposición titulada igual que el libro y comisariada por sus autores, quienes impartirán las conferencias Españoles en el barco de los sueños —el jueves 18, a cargo de Nacho Montero— y Titanic: La historia interminable —el viernes 26, a cargo de Javier Reyero, cuya charla comenzará tras la proyección del documental Titanic, 25 años después, de James Cameron—.
"Encarnación Reynaldo siempre nos ha parecido uno de los personajes más apasionantes", explica Reyero. "Incluso llegó a decirse que era un hombre travestido". Lógicamente, se trataba de un bulo, pese a que no cabe duda de que en 1912 era una persona independiente y liberada, quien había trabajado en Londres o Gibraltar por exigencias del trabajo. "Hablamos de una mujer muy singular, porque tenía treinta años, viajaba sola y hablaba inglés, por lo que pudo entender perfectamente las instrucciones de la tripulación y salvarse", añade.
El escritor y comisario traza con detalle su itinerario vital, aunque para no destripar la investigación convendría acercarse a la muestra, donde también figura la experiencia del matrimonio madrileño formado por Víctor Peñasco y María Josefa Pérez de Soto, de viaje de luna de miel. "Es el caso más glamuroso, porque eran de clase alta, y el más triste, por su componente romántico, ya que él se despide de ella desde la cubierta del barco: Pepita, que seas muy feliz".
Víctor Peñasco, un bibliófilo y lector empedernido, permaneció en la cubierta —como todos los maridos de las mujeres que embarcaron en el bote salvavidas 8— y no se supo más de él. Además de su esposa María Josefa, sobrevive Fermina Oliva, su doncella conquense.
En el bote 12 embarcaron las hermanas Florentina y Asunción Durán. Emilio Pallás y Julián Padró, entonces pareja y luego marido de la segunda, lo tuvieron más difícil para embarcar en el bote 9. Pallás hasta corrió peligro de que lo arrojasen al mar, pues se había fracturado una pierna cuando saltó a la lancha.
Estos cuatro catalanes, como el resto de los españoles, serían rescatados por el transatlántico Carpathia, que había acudido a socorrer a los náufragos tras la señal de socorro del Titanic y pudo alojar a unos setecientos supervivientes, pues había muchas plazas libres.
El camarero del Titanic
Juan Monrós, nacido en Barcelona y residente en París, se empleó en el gran transatlántico como ayudante de camarero del exclusivo restaurante a la carta y no logró subir a la cubierta. Una historia rocambolesca, pues pretendía visitar a sus primos Juan y Gabriel Soler en la Gran Manzana, pero en realidad no estaba capacitado para el trabajo y había engañado a su familia antes de enrolarse.
Juan Monrós le dijo que iba a ejercer como intérprete, una mentira verosímil porque, además de francés, hablaba inglés ya que había vivido en Londres. Nunca pudo leer aquella carta de su madre que decía: "Al recibo de esta, habrás realizado tu sueño de hacer más viajes y de haber visto Nueva York".
El caso de Servando Ovies, cuyo cuerpo no fue hallado, es más macabro, ya que sus familiares compraron un cadáver para hacerlo pasar por el de este hombre de negocios asturiano.
"Fue una cuestión práctica, porque había muchos intereses económicos y necesitaban que hubiese un difunto para darlo oficialmente por muerto, al igual que sucedió con la familia Peñasco para que Pepita pudiese rehacer su vida", razona Javier Reyero, quien recuerda que así también tuvieron la posibilidad de querellarse contra la naviera White Star Line, propietaria del Titanic.
Los tres fallecidos españoles del Titanic
Víctor Peñasco, Juan Monrós y Servando Ovies fueron, pues, los tres viajeros españoles del Titanic que no sobrevivieron al naufragio. En las fotos que acompañan estas líneas no figura el ayudante de camarero barcelonés, "un muchacho atractivo, de complexión delgada y oscuro cabello".
Su cadáver fue "recubierto por una tosca lona y literalmente cosido a ella desde los pies a la cabeza, con un punto de hilo que le atraviesa la nariz como símbolo de certificación del óbito", como describen los autores en Los diez del Titanic. Es decir, recibió sepultura en el océano, junto a otros dos compañeros del restaurante.
Curiosamente, se salvaron el 70% de los pasajeros españoles —y el 100% de las mujeres—, un porcentaje que dobla con creces la media del resto de nacionalidades en su conjunto. Sobrevivieron todos los que viajaban en segunda clase —en primera falleció Peñasco y ninguno iba en tercera—, embarcados en los botes 8, 9 y 12.
En el Titanic había veinte y, si fuesen llenos, podrían haber salvado a cientos de almas más, pues en cada uno cabían 65. Finalmente, fallecieron 1.496 personas —de las 2.208 que iban a bordo—, entre ellas un madrileño, un asturiano y un barcelonés.
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