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El amor con que Ethan mira a Martha, su cuñada, cuando regresa a casa de su hermano después de la guerra, me invade con una de las sensaciones más hermosas que me ha regalado nunca el cine. Por eso amo a John Wayne en Centauros del desierto. Y le adoro en El hombre que mató a Liberty Balance y en Valor de ley... Me deslumbra Clint Eastwood, el viejo vaquero de Sin perdón. Voy a muerte con Tommy Lee Jones en su aventura a ambos lados de Río Grande en Los tres entierros de Melquiades Estrada. Y ahora, cuando me había resignado a no vivir ningún apego más ‘de western’, he caído rendida ante Brady Jandreau, el moderno cowboy de la América profunda.
Preciosa. Espléndida en su humanidad. Con una carga portentosa de verdad. Empapada de lirismo y de pureza y, al mismo tiempo, de una rudeza terrenal, The Rider, segundo largometraje de la cineasta china Chloè Zhao, es una maravilla. Y al final de este relato no sabes si reír o llorar. Tanta ternura, tanto afecto por este joven sioux que vive de los rodeos, tanta admiración por su genuino amor por los caballos, por la decisión vital que toma. Tantas emociones que… no sabes si reír o llorar.
Un vaquero Lakota de una tribu Sioux
Brady Jandreau es un vaquero Lakota, de la tribu sioux Lower Brulem, que vive en la reserva india de Pine Ridge. Ha pasado la vida con caballos salvajes, domándolos para venderlos, compitiendo en rodeos, rodeado de cowboys y de la fantasía del clásico vaquero. En 2005, la directora Chloè Zhao se quedó fascinada con un grupo de “vaqueros por vocación” y no pudo resistirse al espectáculo de Brady trabajando con los caballos.
Unos meses después, este joven se presentó al rodeo PRCE en Fargo, Dakota del Norte, y sufrió una caída. El caballo le pisó, le golpeó el cráneo. Después de tres días en coma y con una placa de metal en su cabeza, salió del hospital con una lesión cerebral traumática grave y con una sentencia: si volvía a montar, podría morir. Y ahí comienza la historia de The Rider.
El auténtico Brady es el protagonista. Su padre, un recio vaquero alcoholizado, interpreta a su padre; su hermana Lilly, con síndrome de Asperger, da vida a su hermana Lilly, con síndrome de Asperger; las domas de caballos son verdaderas domas de caballos, la historia es su historia… pero la película es ficción, no es cine documental.
"Me dejaron vivir porque soy un ser humano"
Con la hermosa fotografía de Joshua James Richards —la luz de la naturaleza, las hogueras en el monte, la estridencia de los rodeos—, la película acompaña a Brady Jandreau en una aventura vital, la de desprenderse del sueño del cowboy, bajar del caballo, renunciar a aquello para lo que él cree que ha nacido. “Creo que Dios nos creó con un propósito. El del caballo es correr por la pradera. El del cowboy es montar”.
“El mes pasado tuvimos que disparar a Apollo (un caballo que Brady estaba entrenando) porque sufrió un corte muy profundo en la pata con un alambre de púas. Por aquí, si un animal se lastima como yo, se le sacrifica. Me dejaron vivir porque soy un ser humano, pero no es justo. No sirvo para nada si no puedo hacer lo único que sé hacer”. Chloè Zhao comprendió perfectamente, cuando Brady le dijo esto, las profundas heridas psicológicas que el vaquero sufría.
Él vivía imitando la imagen idealizada del cowboy, sentía el orgullo de ello y quería seguir compartiendo ese espejismo con sus amigos de los rodeos. Pero su propia experiencia y la mirada de Zhao descubren otra verdad. Los vaqueros tienen miedo, sueñan con su fantasía como niños, pero sienten los peligros, el cariño… como adultos. El cowboy del lejano Oeste no va matando serpientes por el desierto, jugándose la vida en duelos con pistoleros ni se va de putas a ningún saloon.
La cultura de la masculinidad
“Gracias a la aventura de Brady, tanto dentro como fuera de la pantalla, espero explorar nuestra cultura de la masculinidad y ofrecer una versión más matizada del clásico vaquero estadounidense. También quiero ofrecer un retrato auténtico de esa América profunda tan dura, honesta y hermosa que amo y respeto profundamente”, escribe la cineasta en las notas de producción de la película. Un relato en el que esa ‘nueva cultura de la masculinidad’ tiene una imagen irrebatible.
Brady acude a menudo a visitar a un gran amigo, Lane Scott, que con 19 años quedó parapléjico. No puede hablar y se comunica con pequeños movimientos de la mano. Es la imagen de la vida real, del sueño roto de estos cowboys. Y a pesar de todo, los amigos ríen, Brady recuerda a Lane sus éxitos en los rodeos, le fabrica unas riendas ficticias y le mueve como si estuviera montando. Después, Brady vuelve a su casa con Lilly, su padre y los caballos.
Al terminar la película, Brady ha vuelto a montar, poco a poco y con mucho cuidado, ya no participa en rodeos, pero sigue entrenando caballos para venderlos. “Brady parece entender cada movimiento del caballo, como si ambos estuvieran enfrascados en una rutina de baile telepático. Uno le cede el paso al otro, hasta que surge la confianza entre ellos, de forma lenta y suave. Lo lleva haciendo desde los ocho años y verlo es un auténtico espectáculo”. El espectáculo del moderno cowboy americano.
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