La práctica totalidad de los 42 mercados frontera podrían incurrir en suspensión de pagos en 2024. El Instituto Internacional de Finanzas (IIF), la patronal global de la industria financiera, identifica a estos Estados como aquellos mercados pre-emergentes y con capacidad para asumir sus pagos de deuda inmediatos después de periodos de crecimiento económico cercanos o por encima de su potencial
A juzgar por su propio diagnóstico, la montaña de endeudamiento —soberano, privado y de hogares— a la que se enfrentan supera al inicio de este año los 3,5 billones de dólares. Solo en bonos y créditos tendrán que reparar 200.000 millones.
En la jerga del IIF son países en desarrollo con un alto concepto inversor para los clientes de sus firmas asociadas, entre las que se encuentran los bancos y firmas de asesoramiento que mueven y gestionan las grandes carteras de capitales.
La mayoría de ellos, africanos y latinoamericanos a los que Wall Street ha alimentado con líneas de financiación en los últimos años pero que, tras la escalada del precio del dinero más espectacular desde el cambio del milenio, les ha dejado un 2024 con una más pesada losa para abordar sus obligaciones de pago.
Un buen botón de muestra de este cambio de escenario radical al que se enfrentan este tipo de mercados frontera es el que describía Bloomberg al hacerse eco de una conferencia financiera en Nueva York durante el último trimestre de 2023.
En su análisis, resaltaba el mensaje del titular de Finanzas de Nigeria, Adebayo Olawale Edun, ante un foro de inversores y acreedores a los que les explicó los esfuerzos, constatables, de recortes de gastos y aumento de ingresos en 2022. Pese a ello, los 7.500 millones de su servicio de deuda anual excedía en 900 millones los flujos de recaudación de la mayor potencia africana.
Edun, execonomista del Banco Mundial y exbanquero, se vanagloriaba de que Citigroup, uno de los mayores colocadores de bonos del mundo, patrocinara el evento.
No es solo el caso de Nigeria. Otras naciones de este grupo de mercados frontera como Bolivia, Etiopía o Túnez estarán en el disparadero de los defaults en 2024, si no han incurrido ya en una suspensión de pagos, a no ser que sus acreedores extiendan sus obligaciones de pago hacia unas economías con sistemas domésticos y de escaso volumen y dimensión.
Además, estas últimas deben acudir a los circuitos de capital internacional para conseguir liquidez para construir hospitales, carreteras o escuelas, entre otros servicios sociales elementales.
El punto de equilibrio entre sus tasas de crecimiento acordes a su potencial de los últimos años y su correlación de pagos de deuda se rompió con la drástica subida de tipos de la Fed americana desde la primavera de 2022. El elenco de riesgos de impagos ha crecido como la espuma a igual ritmo que el precio del dinero en EEUU. Entre otros, la interrupción a los mercados de capitales.
Las subidas de la Fed impulsan las deudas
"Es como si el recipiente de ponche hubiera saltado por los aires", admite Sonja Gibss, directora gerente del IIF. "Los tipos globales están en cotas considerablemente altas y los incentivos a las inversiones en estos mercados con los bonos del tesoro americano que ofrecen rentabilidades de un 4% o 5% desaparecen con suma celeridad", añade.
"Si este escenario ocurriera en el mundo de rentas altas, ya se habría desencadenado una crisis de deuda"
"Si este escenario ocurriera en el mundo de rentas altas, ya se habría desencadenado una crisis de deuda", admite Penelope Hawkins, economista de la Unctad. Para esta analista de la agencia del Comercio y el Desarrollo de Naciones Unidas, sin embargo, cuando el yugo del default surge entre países en desarrollo "el mercado permanece en la irrelevancia" porque sus acreedores —en general, firmas como BlackRock, Franklin Templeton o T Rowe Price Group— descuentan que emprenderán mecanismos para restablecer sus pagos.
Aunque, en esta ocasión, "es la peor crisis de los últimos 30 años", sostiene Mattias Martinsson, socio del banco sueco Tundra Fonder AB, que gestiona fondos de mercados frontera.
Para él, estas economías no están diseñadas para poder controlar emisiones de eurobonos, por ejemplo, en ciclos como el actual, especialmente convulsos, por lo que acaban abocados a la petición de programas de ayuda multilaterales.
Los elevados tipos de interés, la creciente aversión al riesgo de los inversores y unas condiciones de financiación que han proliferado sin apenas cautelas en el primer bienio que siguió a la pandemia, con el precio del dinero próximo a cero, han generado el caldo de cultivo idóneo para otra nueva crisis de deuda.
La consecuencia de estos factores, según el FMI y el Banco Mundial, ha sido la entrada brusca en una etapa de restricciones prestamistas que lleva aparejadas alzas en los intereses que se vincularon a las líneas crediticias en vigor.
Por supuesto, y como suele ocurrir cuando la actividad entra en este escenario, las naciones de rentas bajas son las más perjudicadas. De hecho, las 24 con menores ingresos per cápita podrían aumentar el coste de sus pasivos hasta un 39% entre 2023 y 2024, alerta el Banco Mundial en un reciente informe.
Pero no son los únicos países con dificultades para atender sus obligaciones inmediatas. De hecho, entre los que las dos instituciones multilaterales sitúan en el disparadero surgen varios mercados que ostentan la condición de emergentes —Egipto, Kenia o Pakistán—, así como casos de extrema gravedad de quiebra como los que asolan a Líbano, Zambia o Ucrania.
También las naciones con ingentes barreras sanitarias. En Nigeria, el índice de mortalidad por nacimiento es de 1.047 niños por cada 100.000 alumbramientos. Es el país más poblado de África, pero sus recursos para Sanidad son inferiores a los de hace un decenio.
En Ghana las cifras de malnutrición infantil "guardan relación con los insostenibles niveles de tipos de interés"
En Ghana, otro país señalado por su riesgo de quiebra, las cifras de malnutrición infantil son alarmantes y "guardan relación con los insostenibles niveles de tipos de interés y las presiones de la deuda", alerta Jean Adomfeh, oftalmóloga americana que critica la debilidad del sistema financiero del país.
O en Pakistán, que ha empleado ocho meses en pagar sus intereses de pagos, 28.000 millones de dólares en 2022.
Mientras, en Honduras, los hospitales, con más de 50 y hasta de 80 años de antigüedad, empiezan a caerse sin desatender, eso sí, los pagos de su astronómica deuda soberana.
En la próxima década, los países africanos verán aumentar su deuda un 250%, hasta los 645.000 millones de dólares, según One, la fundación contra la pobreza del líder de U2, Bono.
En su gran mayoría, acordada con China, que en los últimos dos decenios ha suscrito cientos de acuerdos bilaterales con naciones africanas bajo financiación de sus bancos estatales a cambio de créditos para la construcción de redes de infraestructuras o proyectos de inversión en el terreno de las materias primas. Es la alternativa del gigante asiático a las líneas prestamistas de instituciones multilaterales como el FMI o el Banco Mundial.
El capital chino añade tensiones de deuda
Solo en 2021, Pekín acordó con ellos rescates de pagos por valor de 240.000 millones de dólares, según AidData. Ahora, estos países, sobre todo los africanos, están sometidos a las dos potencias globales; a EEUU por su política monetaria que selecciona a los países con acceso o interrupción a los mercados de capitales, y a China por su estrategia de sometimiento crediticio bilateral.
Solo en 2021, Pekín acordó con ellos rescates de pagos por valor de 240.000 millones de dólares
Ante esta tesitura, parece inmediato que estos países busquen reforzar el Sur Global, este grupo de más de 120 países emergentes o en desarrollo, que persiguen elevar su voz y capacidad de voto en el orden internacional.
Esa línea negra dibujada por el canciller Willy Brandt en 1980 para discernir el mundo pro-occidental del resto del planeta. Raha Mohan, director del Instituto de Estudios del Sur de Asia de la Universidad Nacional de Singapur, cree que, tras hibernar en los 90 y los 2000, ha acogido a un "nutrido club de movimientos e ideologías diversas, desde el pan-arabismo, al asianismo y africanismo, los No Alineados, el Tercer Mundo y el G77".
A su juicio, aspectos como el de la deuda ayudan a cimentar el sentimiento anti-occidental que ya sembró la llamada línea Brandt con un entusiasta nacionalismo que ve en el Sur Global una plataforma supranacional para plantar cara a sus oponentes. Entre ellos también aparecen los grandes mercados emergentes con los que mantienen tiras y aflojas coyunturales o de mayor enjundia estructural para respaldar sus decisiones geopolíticas.
Las relaciones de Pakistán, India, China o Rusia con gran parte de ellos son, no pocas veces, de amor y odio. Para Mohan, el Sur Global se ha emancipado y es consciente de la trascendencia de sus alianzas con EEUU, Europa y los mercados emergentes. El problema ahora, como durante la guerra fría, es "la persistencia de su unidad y su capacidad para sus alinear intereses".
Pero las divergencias sobre la globalización, la economía, los avances tecnológicos y los conflictos geopolíticos avivan sus opciones de inclinar balanzas estratégicas en el orden mundial. Por ejemplo, quedando fuera de la táctica de la OPEP de castigar con precios energéticos altos a los mercados occidentales.
Pero también perfilando asociaciones de seguridad al margen de la OTAN o de las alianzas que se tejen en Asia por ambas superpotencias para evitar una división norte-sur que es, en realidad, su especial preocupación: el aislamiento militar y financiero.
Quizás por ello buscan fórmulas a las que las potencias globales puedan acudir para ganar músculo internacional. Entre otras, la de coquetear con los Estados del Golfo Pérsico para acceder a los activos de Dubái una vez que EAU se codea con Nueva York, Londres, Shanghái, Hong-Kong o Singapur como plazas bursátiles de primer nivel y el hub económico entre Oriente Próximo y África. "2023 ha sido el año del Sur Global", explica Audrey Wilson en Foreign Policy.
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